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Alerta roja en Orusco de Tajuña: «Los okupas van por el pueblo buscando chalés»

Los vecinos saldrán esta tarde a la calle para protestar ante la creciente «invasión» de los usurpadores.

Pese a ser okupas, Sara y Kenia reniegan de las personas más conflictivas y piden ayuda a las autoridades.

Aitor Santos Moya.

MADRID. Actualizado: 19/09/2020 18:51h.

Las lágrimas de Kenia se mezclan con el abrazo de Maribel. Kenia es okupa, Maribel una vecina afectada. Ambas residen en Orusco de Tajuña, una localidad al sureste de Madrid de 1.200 habitantes donde la tranquilidad hace tiempo que pasó de largo. Al menos en la urbanización de Peña del Tesoro, bautizada en el pueblo con el sobrenombre de «El Príncipe». Las inmejorables vistas de las que se disfruta en el enclave contrastan con las pilas de quincalla amontonadas en algunos patios de los chalés usurpados. «El caso de Kenia es diferente, ella está aquí por necesidad», reconoce sincera Maribel. El problema, no obstante, versa en la desigualdad: los okupas se multiplican para desgracia de un vecindario acorralado por las circunstancias. Tal es la situación, que hoy saldrán a la calle para gritar a los cuatro vientos que no pueden más; que así, entre gritos, broncas, amenazas e incursiones en sus propios domicilios, no se puede vivir.
El origen de la encrucijada se remonta a 2012, año en que María de los Ángeles Campos terminó la construcción de 24 adosados con todo lujo de detalles: dos terrazas por vivienda, solárium, un amplio salón, dos baños, patios en los pisos inferiores y una piscina común para todos los futuros moradores. Hasta ahí todo normal. Sin embargo, las altas pretensiones de la promotora, en una época de marcada depresión económica, dio al traste con todo el proyecto. De pronto, «El Príncipe» pasó a ser una urbanización fantasma sobre la que rápidamente puso sus ojos una conflictiva familia asentada en el municipio cercano de Ambite. El clan de los Cuervos, como así se les conoce en Orusco, acababa de hacer su primera incursión.

«Dos familias de los Cuervos se instalaron aquí y comenzó un efecto llamad», señala a ABC el presidente de la asociación de vecinos de la localidad, Jorge González. Comenzaron las noches en vilo, horas de insomnio marcadas por la inseguridad. «Los cuatro primeros años fueron súper traumáticos, empezó a venir a gente violenta, desafiante... Mi casa era la única que estaba pegada a ellos y una vez entraron al patio para pegar palos a mi perro. No soportaban que les ladrara», añade. Miembros del clan descubrieron también otro lucrativo negocio: empezaron a revender algunas de las casas: «Les daban las llaves y cuando llegaba la Guardia Civil decían que habían pagado 1.500 euros en Vallecas».

La tormenta inicial remitió cuando uno de los usurpadores más conflictivos tuvo que marcharse debido a una orden de alejamiento que el juez le interpuso sobre Sara, otra de las okupas más longevas y la persona con quien comparte un hijo de siete años. «Me pegaba palizas hasta que un día se marchó a otra parte del pueblo», relata nerviosa, alejada ya de los Cuervos: «Aquí no queda ninguno». Pese a reconocer que son okupas, tanto ella como Kenia se desmarcan de los «residentes» conflictivos y piden ayudas a las autoridades correspondientes: «Si tienen que tapiar las casas que lo hagan, pero que nos den una solución. No podemos quedarnos en la calle con nuestros hijos».

Casi sin querer, Sara da con una de las teclas que explican el porqué de un fenómeno enquistado. «Yo estoy empadronada aquí y el alcalde promete mucho cuando quiere el voto, pero luego no ha hecho nada por nosotros», incide, en alusión al regidor socialista que gobierna en Orusco. En agosto de 2018, a raíz de un intento de okupación en otra parcela cercana a la urbanización, se creó la asociación de vecinos con el objetivo de solucionar esta y otras controversias. Ese año, Maribel Arcenegui se vio obligada a tapiar las ventanas de las dos viviendas contiguas a la suya para evitar una nueva entrada. «Nos dimos cuenta por el perro de que habían entrado y cambiado las cerraduras. La Guardia Civil nos dijo que tendrían pensado trasladar sus cosas y meterse, por lo que contacté con el administrador concursal de los mismos y me dio las llaves para poder evitarlo», recuerda.

Aquel suceso no se dio por casualidad. «Los okupas van por el pueblo preguntando a los vecinos si los pisos de al lado están vacíos», resume el presidente de la asociación, consciente de que la unión vecinal es la única salida: «Tenemos un grupo de Whatsapp donde nos vamos informando mutuamente ante cualquier situación de riesgo». Duros episodios como los que ha vuelto a vivir Maribel, cercada, esta vez por una familia conocida como los Heredia, y amenazada en su propio domicilio para que les permitiera la entrada a los chalés tapiados: «Les dije que no y me contestaron que querían hablar con mi marido. Saben que si a mí me insultan les puedo denunciar por violencia de género, pero un hombre no».

Con todos estos ingredientes, los vecinos se echarán esta tarde a la calle para recorrer los principales puntos del municipio y reivindicar una actuación firme que ponga fin a la problemática. «Evitaremos las zonas calientes para no crear más crispación», resume Jorge, antes de dejar una última premisa: «La okupación no afecta solo a los vecinos más cercanos, si seguimos así, todo el pueblo se verá afectado».