Hay pueblos con fantasmas, donde suceden cosas muy...

EL RECIBIMIENTO, REGRESO EN NAVIDAD

José María Gomez de la Torre

Cuando atraído por las luces del árbol de Navidad que se veían desde la calle entró al bar no se imaginaba un recibimiento tan cordial.
― ¡Alberto! ¡Cuánto tiempo! ¡Eh! ¡Muchachos! ¿A que no sabéis quién está aquí? ¡Alberto!, dijo Pepe, el camarero, a la vez que tendía su mano por encima de la barra.
Dos de los clientes se levantaron de la mesa donde se encontraban, se aproximaron y lo estrecharon en un abrazo con palmadas en la espalda.
― ¿No te acuerdas de mí? Antonio, el de la fuente. Y éste, Luis. Si hombre, Luis el de los Curros. ¡Pepe, pon unas copas!, dijo Antonio arrastrándolo hacia la mesa.
Mientras llegaban y no las copas y sin dejarle hablar, Luis tomó el relevo:
―A ver, tu marchaste… no me lo digas… fue el año que se casó… claro… ¡veinte años! ¡Hace veinte años que te fuiste! Y no habías vuelto desde entonces. Estas Navidades por fin. A pasarlas con los viejos claro.
—Ya están mayores, pero están muy bien, oye. A tu padre lo vemos casi todos los días. Desde que se jubiló viene casi todas las tardes a echar su partida de dominó con otros jubiletas. Y tu madre anda tan ágil como una lagartija. ¡Qué mujer! ¡Que vitalidad!
Pepe llegó con las copas.
―Monterrey, lo que siempre tomabas. Esta va por cuenta de la casa.
Ante su perplejidad, a aquella invitación siguió la de Antonio; luego la de Luis y más tarde las de otros tres amigos de juventud y de farras que habían acudido al enterarse de su llegada.
Entre invitación e invitación le fueron poniendo al día de lo ocurrido en el pueblo durante aquellos últimos veinte años.
― ¿Te acuerdas del Rubio? Se casó con Vero, la del Barrio de Abajo...
―... esos se fueron a Barcelona. Pero vienen casi todos los veranos, no como tú, «descastao»...
―El que cascó fue...
― ¡Pepe! Otra ronda.
―Sí, hombre, cómo no te vas a acordar de...
―... el Pacho lo tuvo siempre por muy formal...
―... y era otro el que le vendimiaba el cerezo...
―... os acordáis cuando fuimos...
―... de chavalote bien que te gustaba Adela, no lo niegues. Pero te casaste con Mercedes...
― ¡Pepe! ¡A estos vasos se les ve el fondo...!
—…lo que son las cosas…
A aquellas alturas se sucedían imparables las confesiones de recónditos secretos, los abrazos, nuevas rondas, otros brindis, las promesas de amistad eterna e incondicional, y al final las canciones desafinadas por sus voces impulsadas por vapores etílicos.
Cuando Pepe dijo que era la hora, salieron y lo acompañaron hasta la puerta de la casa de sus padres porque pensaron que, después de tantos años, por el barrio nuevo y en su estado, no encontraría el camino.
Entonces él, frente a la puerta de aquella casa, decidió marcharse, porque, a pesar de las copas que llevaba encima, aún podía recordar que no se llamaba Alberto, que no estaba casado con Mercedes y que no había vivido nunca en aquel pueblo.
En la puerta, cada uno de ellos se fue despidiendo con un abrazo y un ¡mañana nos vemos! antes de emprender las sendas curvilíneas que los llevarían a sus casas respectivas.
Entonces él, frente a la puerta de aquella casa, decidió marcharse, porque, a pesar de las copas que llevaba encima, aún podía recordar que no se llamaba Alberto, que no estaba casado con Mercedes y que no había vivido nunca en aquel pueblo.

Hay pueblos con fantasmas, donde suceden cosas muy raras.