(2)“Día de la raza”: 524 años de exterminio, discriminación...

(2)“Día de la raza”: 524 años de exterminio, discriminación y resistencia

Exterminio
A fines del siglo XV, según lo planteó el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro (Montes Claros, Minas Girais, 26 de octubre de 1922 - Brasilia, 17 de febrero de 1997), en el momento en que los conquistadores europeos arribaban a estas playas, existían en el continente aproximadamente setenta millones de indígenas.

Un siglo después, de acuerdo a la misma fuente, solo quedaban unos tres millones y medio, es decir hombres y mujeres que, después de haber sufrido la autodenominada “conquista de América”, quedaron en la indigencia, ya que no pudieron usar ni gozar de las tierras que ellos habían ocupado desde siglos.

El exterminio de la población lugareña fue casi total, “tanto en las condiciones infrahumanas en las que fueron tratados los aborígenes -según documentó el propio Ribeiro- como por el suicidio en masa que existió en muchas comunidades cuando visualizaban que la miseria y la esclavitud era su único destino”.

Nuestros padres, abuelos o bisabuelos vinieron a estas latitudes huyendo de la pobreza o de la persecución. No sabían que venían a asentarse en un lugar que antes habían pertenecido a los kollas, a los aztecas, a los pilagá, a los guaraníes, a los wichí, a los qom, a los mapuches, a los tehuelches, a los totonacas, a los huarpes, a los matacos, a los diaguitas, a los calchaquíes, a los sioux, a los mayas y a tantos otros pueblos exterminados o alejados de su tierra natal.

Tampoco hay mucha conciencia en los hijos, nietos o bisnietos de los inmigrantes europeos sobre la injusticia cometida. Los regímenes explotadores siempre se las han arreglado para enfrentar a pobres contra pobres. De todos modos no puedo dejar de admitir que, al escribir este trabajo, me embarga un sentimiento dual, quizás esquizofrénico, porque esta nota, sin duda, está destinada a reivindicar a los pueblos originarios. Pero, por el otro lado, no me siento tan bien, porque pienso que a lo mejor este escrito pueda formar parte de la mala conciencia de los blancos por los crímenes cometidos por los indígenas.

De todos modos estoy aquí y tengan la más absoluta seguridad de que el autor de estas líneas, hijos de inmigrantes que llegaron acá escapándole al genocidio de ultramar, está un millón de veces más cerca de los hermanos indígenas que de los blancos explotadores y asesinos que han cometido tantos crímenes en nombre de sus pautas culturales que ellos consideraban superiores.

Educación y cultura
La educación escolar que exalta los exterminios y la cultura de los blancos, especialmente el cine de Hollywood, hicieron estragos.

Los “indios”, en esa percepción maniquea, falsificada, eran los malos e incultos; y los blancos, muchas veces personificados por John Wayne, eran los sacrificados idealistas que venían a difundir aquí sus formas específicas de vidas.

Eso dice la cultura oficial. Eso dicen los historiadores del sistema. Eso dicen los educadores oficialistas. Eso dice el cine. Eso dice la televisión.

Pero nosotros sabemos muy bien quiénes fueron los verdaderos asesinos. Y quiénes los que cometiron los crímenes más aberrantes.

Quiero detenerme especialmente en un episodio relativamente reciente, pero que es el símbolo de todos los genocidios, de antes y de ahora.

Me estoy refiriendo a lo que la historiografía oficial argentina conoce como “conquista del desierto” y que tuvo como jefe visible al general Julio A. Roca. En julio de 1878, al hacerse cargo del Ministerio de Guerra y Marina, Roca puso en marcha su plan de exterminio.

Roca estaba dispuesto a terminar con la población indígena del sur (“los infieles”, como los denominaban, en esa época), para afirmar lo que él llamó “la soberanía nacional”.

En ese mismo mes, en julio del 78, cada comandante de frontera recibió la orden de invadir las tierras de los indígenas.

Y Roca usó una palabra que, medio siglo después, utilizarían los nazis: hay que emprender rápidamente una “campaña de limpieza”. La higiénica orden tenía como objetivo avanzar con prontitud hasta la línea del Río Negro y, en lo posible, no dejar a nadie con vida.

En una carta que, en esos días, Roca le mandó a Adolfo Alsina, su antecesor en el cargo, hablaba del “éxito de la campaña” y se vanagloriaba de que lo que él denominaba “fuerzas nacionales” pudieron “eliminar al grueso de los contingentes indios y a sus principales caciques”.

Roca personalmente comandó la matanza. Fueron asesinados miles de indígenas, entre ellos ancianos, mujeres y niños. Y el objetivo que perseguían lo lograron con creces, incorporando al “dominio soberano y efectivo de la Nación” una superficie territorial de 15.000 leguas, contenida entre la antigua y nueva frontera que, en ese momento, alcanzaba la margen septentrional de los ríos Negro y Neuquén.

Roca, sin embargo, no quedó satisfecho con este primer avance y cuando asumió la presidencia de la República en 1880, emprendió nuevas operaciones de exterminio. El objetivo, nuevamente, era “limpiar la región”. Y para eso facultó a su Ministro de Guerra, general Benjamín Victorica, a seguir matando indígenas sin miramientos. La etapa final de la cacería se desarrolló en el corazón de la Patagonia. La heroica resistencia indígena no fue suficiente y la desproporción de fuerzas y de organización militar coadyuvaron en el resultado final.

En 1883, cinco años después de que Roca iniciara su sangriento periplo, todavía vagaban por ese territorio algunas tribus rebeldes reunidas bajo el mando del cacique Sayhueque. Para acabar definitivamente con ellos, el gobernador de la Patagonia y su guarnición, general Lorenzo Wintter, emprendió otra campaña de aniquilamiento que se desarrolló entre 1883 y comienzos de 1885.

En esta última campaña dieron muerte a unos 3.700 indígenas combatientes y a un número muy alto y no determinado de integrantes de las tribus. El general Wintter (1842-1915, de origen alemán), en su informe al general Roca, anunció: "Me es altamente satisfactorio y cábeme el honor de manifestar al Superior Gobierno y al país, que ha desaparecido para siempre en el Sud de la República toda limitación fronteriza contra el salvaje”.

El régimen expoliador estaba eufórico por la sangre derramada. Y se refregaron las manos los terratenientes que incorporaron a sus posesiones aquellos suelos arrancados a los indígenas.

(Nuestro querido Osvaldo Bayer estudió in extenso de qué modos esos despojos originaron la Sociedad Rural encabezada por la familia Martínez de Hoz)