Un humor ácido pero divertido:...

Un humor ácido pero divertido:
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la leyenda de Ramper.

Por José María López Ruiz:

Romper.-

Era el clásico payaso, sí, pero algo, o mucho más. Acróbata y equilibrista extraordinario, caricato impecable e inventor de tantos chistes que, la mayoría, ni siquiera eran suyos. Le colgaron en cada momento el sambenito de los chistes políticos, lo que le llevó en más de una ocasión a tener dificultades con los personajillos de cada régimen -vivió al menos en tres- que, sin distinción de color, se sentían aludidos en las palabras, con perversas intenciones en clave, del artista. El nombre artístico fue, en principio, compartido con su hermano Perico (“Ram Per”) hasta un día aciago de 1920 en el que Perico murió al lanzarse al agua en una playa donostiarra, al calcular erróneamente la profundidad del fondo marino. A partir de ese trágico suceso actuaría en solitario, aunque para no estarlo tanto, en algunas actuaciones le acompañaban los lloriqueos de un bebé entre bastidores, cuyos llantos “interpretaba” su mujer, escondida tras los decorados. Madrileño y castizo, a Ramón Álvarez Escudero, sin embargo, mucha gente lo creía extranjero, quizás por su costumbre de empezar sus actuaciones con acentos exóticos y expresiones poco correctas: “Respetable público: mí tener el gusto de…” El éxito fue tan meteórico que, muy pronto, se encontró “solicitado” por discográfica La Voz de Su Amo para que grabara en discos sus textos absurdos. A partir de ahí, el cómico fue, también, un nombre, una marca comercial, un “Ramper” aplicado a mil y un objetos: desde cajas de bombones, hasta pijamas, pasando por una variedad de juguetes infantiles, y, en fin, hasta alguien llegó a embotellar un anís con la marca “Ramper”.

Apasionado por su trabajo, en diversas entrevistas afirmaba que “todo me parece poco para lograr la risa. Nada me detiene, nada me cohíbe”. Ni siquiera, al parecer, la acritud de algunas de sus parodias dirigidas contra compañeros y compañeras del mundo artístico y del espectáculo. Pasaría al recuerdo de toda una generación su “interpretación”, en una absurda versión muy sui géneris, del cuplé El Relicario, que concluía nuestro humorista extrayendo de su pecho una alpargata vieja y usada, en lugar del objeto que daba título al celebérrimo cuplé (Raquel Meller cantaba, en la versión correcta, que el torerillo se extraía de allí un relicario, precisamente). Pero parodiaba también a otros y otras artistas y temas, pero, casi siempre, acababa por contar con el beneplácito de las propias imitadas (que eran más numerosas que los imitados), incluida la propia Raquel Meller, que hasta lo protegió durante un tiempo. Otras figuras que se vanagloriaban de actuar con Ramper eran, por ejemplo, la enorme Pastora Imperio, o la trepidante y frenética bailarina la Yanquee, a las que acompañó en un gran espectáculo a la mayor gloria de la reaparición de la primera en el teatro Coliseum de la Gran Vía.
Ramper realizó sus propios espectáculos

Pero el caricato Ramper pasó, de formar parte de espectáculos ajenos, a tener los suyos propios, y ciertamente de calidad. Uno de los más exitosos sería el titulado Ramper y sus satélites, en el que llevaba incorporados artistas de gran calidad, en este caso, alguien dijo que había dejado a Hollywood hecho un barbecho, ya que entre los actuantes estaban figuras internacionales como el Ballet The 8 Golden Dancers, la pareja Delores and Dori (que habían intervenido en el film La calle 42), la Orquesta The 10 Iris Serenaders, otro excéntrico bailarín cinematográfico llamado Willy Bells, la xilofonista Berta Shilanova y, ¡menos mal!, un compatriota: el “ruiseñor navarro” Raimundo Lanas, extraordinaria voz lírica. A la sazón -en los meses anteriores a la guerra- Ramper, el gran excéntrico, oculto siempre tras su cara pintada (“de calavera”, afirmaba), se consideraba un hombre feliz al no tener que sufrir la servidumbre de la popularidad. “Yo, en la calle -decía-, le digo a un señor que soy Ramper y no se lo cree, aunque se lo jure por la salud de mis hijos”.

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