Garzón como coartada...

Garzón como coartada
Así es nuestra patria: para empujarla un par de metros hacia la tiranía basta con fruncir el ceño, basta una tosecilla. Pero para arrastrarla cinco centímetros hacia la libertad hay que enganchar cien bueyes y atosigar a cada uno de ellos con bastonazos”. La cita, perteneciente al tercer volumen del monumental Archipiélago Gulag (Tusquets Editores, 2007) de Solzhenitsyn, alude a la desgracia de una Rusia sometida durante siglos a la incuria de los Romanov y en tantas cosas parecida a aquella España igualmente campesina y pobre, además de analfabeta, víctima de los caprichos de una nobleza terrateniente ajena al progreso. Para quienes venimos reclamando un movimiento regenerador que, empezando por la reforma en profundidad de la Constitución del 78, sea capaz de devolver la vitalidad perdida a nuestra ajada democracia, lo ocurrido esta semana en torno a la peripecia personal del juez Garzón, no ha podido por menos de sorprendernos y, lo que es peor, alarmarnos. Porque, a primera vista, la izquierda española, con el visto bueno del Gobierno Zapatero, ha decidido embarcarse en una operación destinada a revisar la transición y provocar la llamada “ruptura”. Volver España del revés, para reescribir su Historia. Empujarla un par de metros más hacia la tiranía y el odio que representó el año 36. Y adiós a aquella “reconciliación nacional” que tanto pregonó el PCE en los setenta.
Este diario fue el primero en advertir, a principios de semana, que el PSOE iba a utilizar el caso Garzón como banderín de enganche para movilizar a su electorado, en buena parte dormido cuando no en franca deserción. Sin ninguna conquista que ofrecer en lo que a mejora del nivel de vida de los españoles se refiere, Zapatero cree haber encontrado en el caso del peripatético juez los ingredientes ideológicos necesarios para movilizar a la izquierda más rancia sobre la base de apelar al miedo a los fachas y otros fantasmas de idéntica finura intelectual, hace tiempo perdidos en el arca del inconsciente colectivo hispano, imposibles, por lo demás, de colar hoy como moneda de curso legal entre personas con un cierto nivel cultural. Los supuestos fachas son un puñado de falangistas para quienes la doctrina del fundador tiene hoy día la misma validez que para los comunistas las prédicas de Marx y Lenin. Ocurre que tanto falangistas como comunistas cuentan con derecho bastante para presentar querella contra un juez si lo estiman oportuno, porque el principio de legitimación para pleitear no depende de la ideología del denunciante, o de si alto o bajo, negro o blanco.

Pero no es eso, no es eso. No se trata de que el Tribunal Supremo (TS) pueda condenar a Garzón y expulsarlo de la carrera (podría también declararlo inocente). Garzón es apenas la excusa, una simple coartada. Se trata de, blandiendo el espantajo del miedo, movilizar a la izquierda para impedir que le derecha democrática representada hoy por el Partido Popular (PP) pueda regresar al Poder. Así de sencillo. Hacer imposible la alternancia en el Poder, frustrando la posibilidad, convertida en norma de oro de cualquier democracia, de que cada cuatro años los ciudadanos puedan cambiar de Ejecutivo y mandar a la calle a quienes les han gobernador mal. A pesar del tancredismo de un Mariano Rajoy capaz en su prudencia de sacar de quicio al más templado; a pesar de los chorizos de Gürtel, los trajes de Camps y el jaguar del marido de Ana Mato, las encuestas siguen dando favorito al PP. La situación del país es tan desastrosa y la endeblez intelectual y moral de Rodriguez Zapatero tan evidente, que un cambio de Gobierno se presenta hoy para muchos españoles, incluso del PSOE, como condición sine qua non para intentar revertir la situación y evitar un horizonte de años de empobrecimiento colectivo. Rajoy, en efecto, podría verse obligado a gobernar incluso a pesar suyo.
PARTE 1/2 EL CONFIDENCIAL.