LA MEZQUITA DE KAIRUÁN (Túnez)

Después de las aventuras vividas en el sur y la visita a los oasis de montaña, tomamos rumbo al noreste atravesando el país en diagonal. Pasábamos por ciudades industriales dedicadas al trabajo del gas y fosfatos. Las ciudades eran de bajos edificios y el guía contaba:"observen, esta ciudad tiene 600.000 habitantes"... y yo pensaba IMPOSIBLE, ¿DÓNDE ESTÁN METIDOS?.

La "autovía" circulaba a lo largo de un ferrocarril que yo me empeñaba en que era demasiado estrecho, qué pena que no vimos ningún tren aunque el guía nos informó que funcionaba hasta las ciudades del sur. Me recordó el tren de la película EL PACIENTE INGLÉS.

Según nos acercábamos al norte, el paisaje cambiaba de color; comenzamos a ver olivos y plantaciones de nuevos olivos, algunos viñedos algo raquíticos y gentes dedicadas a la poda. Nada que ver con los olivos y viñedos de España. La producción de aceite es muy abundante en Túnez, pero creo que el aceite bueno lo exportan, porque en el buffet de los hoteles y restaurantes el aceite no sabía a nada.

Comimos sobre las 14 horas en un restaurante italiano de carretera, no era mala comida y como hacía mucho frío, la sopa nos reconfortó y la ensalada de lechuga de varios colores y el filete de pavo no estaba nada mal, preferible al cuscus del día anterior en Matmata.

El guía tenía mucha prisa, el motivo era que ese día se celebraba la fiesta del cordero, había un tráfico imposible y quería llegar a KAIRUÁN con tiempo para pasar un rato visitando la ciudad y la mezquita por fuera, claro.

Según avanzaba el autobús, a ambos lados de la carretera se veían puestos de venta y asado de cordero y familias enteras disfrutando del día de fiesta. Los corderos estaban expuestos a la vista del cliente y te asaban la parte que eligieras. ¡NO, GRACIAS!. Segurísimo que no eran tan buenos como los de Ventosillano.

A las cuatro de la tarde llegamos a la plaza de la MEZQUITA, el sol del atardecer pintaba sus muros y contrafuertes de una luminusidad ocre espectacular. Junto con la Mezquita de Córdoba y la de Damasco son las mezquitas más antiguas del mundo musulmán. Me llamó la atención una de sus cúpulas, me recordó al cimborrio bizantino de la catedral de Zamora, salvando las distancias del tiempo y el arte. Y me hubiera gustado poder entrar en esa mezquita para ver si la luz de la cúpula iluminaba el recinto.

Allí nos ocurrió un episodio digno de contar: Después del tiempo de autobús y de las "ganas" de no ir a los lavabos no tuvimos más remedio que ir. Cerca no había bares y los servicos en uno de los laterales de la mezquita estaban intransitables e inundados como de costumbre. Vimos una tienda-taller de alfombras y le pedimos al dueño que sí nos dejaba entrar en su lavabo. Los empleados nos atendieron muy amablemente y claro que pudimos entrar. No había jabón de tocador ni papel higiénico de doble hoja, pero salimos del paso. Pensábamos que nos iban a soltar un rollo y convencernos para vendernos una alfombra, pero no, fueron la mar de solícitos, amables, educados, hospitalarios... entonces recordé que uno de los mandamientos del Corán es precisamente la hospitalidad. No nos dio tiempo a comprar nada, tenían una cerámica muy bonita y espejos con marcos de metal. Si vuelvo a esta mezquita algún día volveré a visitar esta tienda que tan buen sabor de boca nos dejó.

Continuamos viaje hasta Hammamet, era la hora de las oraciones vespertinas y vimos a gente rezando en los bordes de la carretera, arrodillada sobre las alfombras, cosa curiosa, todos eran hombres, no vimos a ninguna mujer orando.

El paisaje cambió totalmente según nos acercábamos a la costa; aparecieron las salinas como plata brillando a la luz crepuscular.