ERA EL DOMINGO DE RAMOS...

ERA EL DOMINGO DE RAMOS
Esta fiesta cristiana de la entrada en Jerusalén de Jesucristo nos hace hoy recordar refranes de nuestra infancia. Como el de Domingo de Ramos, quien no estrena nada no tiene manos. En estos días de Semana Santa, se me viene a la memoria el poeta Gabriel y Galán, aquel hombre que en la enciclopedia de los Hermanos Álvarez, podíamos leer la poesía de La Pedrada, que en aquellos tiempos era lo más parecido a mi villa de La Seca, Todos los poemas y versos allí escritos eran mi fuente de enseñanza, ya que en mi casa no había dinero para comprar libros de otros poetas de lengua castellana, Eso sí, mi madre nos recitaba a diario muchos y buenos poemas, que ella había aprendido en su escuela, y de los que todavía recuerdo alguno, Ella fue la persona que más me influyo en mi vida, al ser una madre de las pocas que tenían esa memoria, se podía tirar recitando poemas dos días enteros, y no te repetía el mismo verso, y eso que ella apenas conoció a Los Hermanos Machado, ni a Miguel Hernández, ni a Federico García Lorca, ni a Pablo Neruda, Pero se sabia de Gabriel y Galán un repertorio largo, como El Embargo La Pedrada o El Niño que cuida mis cabras. Pienso que este poeta un poco olvidado, dejó su huella profunda en aquellos tiempos de principio del siglo XX, Por eso la Semana Santa de entonces que no conocía La Saeta de Don Antonio Machado, nadie la cantaba, pero se recitaba la obra de este hombre, mitad extremeño y mitad de Salamanca, De vez en cuando me gusta leer sus poemas, aquí debajo dejare algo de él. G X Cantalapiedra, 24 – 3 – 2024.
LA PEDRADA
José María Gabriel y Galán
I
Cuando pasa el Nazareno
de la túnica morada,
con la frente ensangrentada,
la mirada del Dios bueno
y la soga al cuello echada,
el pecado me tortura,
las entrañas se me anegan
en torrentes de amargura,
y las lágrimas me ciegan,
y me hiere la ternura...
Yo he nacido en esos llanos
de la estepa castellana,
cuando había unos cristianos
que vivían como hermanos
en república cristiana.
Me enseñaron a rezar,
me enseñaron a sentir
y me enseñaron a amar;
y como amar es sufrir,
también aprendí a llorar.
Cuando esta fecha caía
sobre los pobres lugares,
la vida se entristecía,
cerrábamos los hogares
y el pobre templo se abría.
Y detrás del Nazareno
de la frente coronada,
por aquel de espigas lleno
campo dulce, campo ameno
de la aldea sosegada,
los clamores escuchando
de dolientes Misereres,
iban los hombres rezando,
sollozando las mujeres
y los niños observando...
¡Oh, qué dulce, qué sereno
caminaba el Nazareno
por el campo solitario,
de verdura menos lleno
que de abrojos el Calvario!
¡Cuán suave, cuán paciente
caminaba y cuán doliente,
con la cruz al hombro echada,
el dolor sobre la frente
y el amor en la mirada!
Y los hombres, abstraídos,
en hileras extendidos,
iban todos encapados,
con hachones encendidos
y semblantes apagados.
Y enlutadas, apiñadas,
doloridas, angustiadas,
enjugando en las mantillas
las pupilas empañadas
y las húmedas mejillas,
viejecitas y doncellas,
de la imagen por las huellas
santo llanto iba vertiendo...
¡Como aquellas, como aquellas
que a Jesús iban siguiendo!
Y los niños, admirados,
silenciosos, apenados,
presintiendo vagamente
dramas hondos no alcanzados
por el vuelo de la mente,
caminábamos sombríos
junto al dulce Nazareno,
maldiciendo a los judíos,
¡que eran Judas y unos tíos
que mataron al Dios bueno!