En este pueblo dos familias se mezclaron: “Los Panduros”...

En este pueblo dos familias se mezclaron: “Los Panduros” y “ Los Pequeños” por llamarlos por sus apodos respectivos, cosa habitual en los pueblos. De ellas voy a escribir. Y de “Los Mariposos” fusión de las dos anteriores citadas: De los Panduros eran Adolfo Hernández y Carlota González. tuvieron cuatro hijos: Consuelo, Manuel, Antonio y Justo.
De los Pequeños, El padre: Domingo Hernández (primo Segundo de Adolfo) la madre Juana Sánchez. Y sus Hijos: Fermina, Manuel Francisco y José. De Manuel y Fermina, salió la rama de los “Mariposos” O sea, Manuel (Loly), Marina, Juan de Dios (Fallecido a las pocas semanas de nacer) Justo, Domingo y Adolfo. De estos últimos, Adolfo ya no nació en Alconchel. Pero éso es ya harina de otro costal, como hubiera podido decir el Sr. Manuel especialista en sus tiempos de harinas pan y costáles.

Volvamos a Alconchel, y al 1902:

Amanece. Por la sierra Ganada, (Sierra de las Puercas) entre el Monte del loiterón, y la Sierra del Zarzoso las dos que se juntan con la de Santamaría, y la vaguada de la plata. “La sola cosa que tiene Táliga mejor que Alconchel, es el primer rayo de sol” Dicen los Alconchenses. Ese Sol, que ahora está empujando unas nubecillas blancas, sin mayor maldad, que sólo le quitan luz unos instantes.
En los tejados de la Iglesia de N. Sª. de Los Remedios y en los de las casas altas de la calle Luenga miriadas de gotas del rocío reflejan los rayos de sol provocando la aparición de Iris que revoletean y descienden por entre los huecos de las tejas color bermellón. Colgado de las sogas, “Benito el Asustao” lanza la “gorda”, la campana de la iglesia Mayor, que avisa de la misa primera: Al volteo de la campana, los iris nacen al rededor del badajo y del yugo, y se extiendes en ondas violetas naranjas, resbalan salpican...

Al tronar de las campanas, las cigüeñas quitaron el nido del campanario, pero después de dar unas vueltas en azulado cielo, volvieron al cuidado de sus pequeños. De los corrales de la Calleja de los Canónigos, los cantos de los gallos saludan el nuevo día. Muy lejos, como un eco de cencerros, es, en el corralón del Lejio, la prueba de que los toros están saliendo ya a pastar. Un perro ladra por el pinar del Cementerio Nuevo, y un cabrero le silba con estridencia, mandándole callar. Amanece...
En la capilla Nueva, en la Corredera, Dom Renato espera un poco más por si viene a misa alguna otra vieja. Con desilusión, mira hacia las sillas y reclinatorios vacios: No hay un sólo hombre, ni joven ni viejo...

- “En éste pueblo son todos unos herejes!” piensa. ¿Por qué tocan las campanas? ¡Sordos! ¡Herejes!

Adolfo Hernández, tirador distinguido, fué uno de los ùltimos que llamaron a filas par ir a defender aquellas tierras que por entonces eran de España: Cuba. Cuando llegó la orden de bajar las espingardas, los pocos hombres que todavía resistían a los deseos de independencia de los que ya se denominaban a sí mismo Indianos, Adolfo se echó un puñado de semillas de tabaco de regalía al bolsillo y sin odio ni rencor para con aquellos que no querían ser Españoles, se fué al malecón y cogió el barco con rumbo a España.
Corría el año 1897 y Cuba ya se quería emancipar de España. Lo logró en 1898. Adolfo llegó solo, un día, a Alconchel, en el omnibús de Estella, Subido en el imperial que allí los soldados no pagaban pasage, revestido de su uniforme: Gran sombrero chambergo, chaqueta tres cuartos de rayas, polainas de pana, la espingarda cruzada en el pecho, y cosidas a la solapa unas cuantas medallas.
La Estellesa tenía su parada en la plazoleta enfrente de la herrería, junto a la casa de de los padres de Adolfo. Este se apeó, y sin hablar con nadie se fué para la alcaldía.. Con la espingarda cruzada en el pecho, se anunció, y solicitó ver a Don Miguel el alcalde: Éste, prevenido, salió con los brazos extendidos como para abrazarlo, pero un “a sus ordenes Sr Alcalde”le frenó el impulso, y sin mediar otra palabra, se encuentra con el fusil entre las manos que Adolfo le ha tendido, y que el edil, se apresura de descargar al tiempo que se lo devuelve:
-Guárdalo, hombre que bastante tiempo lo has llevado en brazos, le dice.
-Gracias D. Miguel.
- ¿Y qué?, ¿se acabó esa guerra?
-Sí, Señor. Y perdimos a Cuba.
-Está bién si conservamos el honor
-Pero no Cuba D. Miguel.
-Confío en que los de Alconchel se hayan portado como bravos y como buenos Españoles.
Por respuesta, Adolfo se señala el pecho mientras mira al alcalde a los ojos.
-Bién Adolfo.
- ¿Manda Vd. Otra cosa, Señor Alcalde?
-Nada hombre, vete a casa que tus padres te estarán esperando.
Adolfo se colgó la espingarda del hombro, con la culata hacia arriba, y se metió el plomo, la estopa y el pedernal en un bolsillo; en la puerta de la alcaldía le esperaban algunos amigos; entre éllos, Domingo el “pequeño” su primo segundo.. Dionisio, primo de Domingo y amigo de los dos, Fermín Herrera, el “Tapao”. Con éllos compartió unas semillas de tabaco y a cada uno, les preguntó por sus padres, por la siembra, por los pozos.
Era la costumbre, y por costumbre ellos contestaban, ansiosos por que los saludos terminados, les hablara de aquella famosa Cuba y de las cubanas.
- ¡No me digas Dioni, que se le secó el pozo al tio Diosdao! Se lo diré a mi padre, y ya veremos qué se le puede hacer...
-El tio Manuel ya lo ha visto: Pero dice que tú lo hiciste, y tú te apañarás...
Luego se fué para la calle Ramón y Cajal, y desde el pasage del Terrero sonrió a sus padres que lo esperaban en la puerta de su casa.
- ¿Está Vd. Bien padre?, Un gesto de abrazar, una intención de besarle el pecho, y la mano de Manuel que roza la sién de Adolfo, mientras pregunta:
- ¿Y tú hijo? ¡Gracias a Dios que has vuelto!
Besó a su madre, con más efusión, le guió sus brazos hasta rodearse el cuello, y la balanceó mientras sonreía feliz:
- ¿Lo ve Vd. Madre? Tanto ha rezado por mí... ¿lo ve? ¡No me ha pasado nada...!

Y cuando Ana Carlota se cansó de besarlo y de darle tirones del bigote, Adolfo se fué para la chimenea dónde colgó la espingarda. Luego se quitó las ropas militares, y se vistió con los mismos pantalones remendados de pana, que dejó cuando se fué a Cuba. Con sólo el cinto y el gran sombrero de ala ancha del uniforme al que descosió el ala del cono, se fué a la plaza del terrero, se metió en “Ca Amancio -Segundino” y sin decir una palabra aceptó todos las copas de anís que los amigos y paisanos le ofrecieron, que no fueron pocas.
De los que de Alconchel fueron a Cuba, cuatro cayeron en Matanzas, dos en Pinar del Rio. Dos, se quedaron en Barcelona prefiriendo cambiar de vida, uno en Mérida donde tenía la novia, solo, Adolfo se regresó al Pueblo.