La verdad de las mentiras...

La verdad de las mentiras
¿Hay mentiras en la verdad? Hay tonos, por ejemplo, que son mentirosos, equívocos, interpretaciones que quieren llevar al engaño, pero no hay dos verdades sobre un hecho
Juan Cruz
18 de julio del 2023. 22:02
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Vivimos, los periodistas también, en medio de un tsunami agitado por la palabra mentira. Mentira es lo contrario de la verdad. Nosotros, los profesionales de la información, la tenemos prohibida por una ley que no hace falta escribir. Una noticia, por ejemplo, es como una montaña. Si a esa montaña se le agrega mentira se destruye su poso, su interior, su naturaleza entera. Las noticias se basan, ya se sabe, en arquetipos sobre los que estamos todos de acuerdo: lo que pasa es incontrovertible, hay interpretaciones sobre algunos aspectos del suceso, pero hay una verdad natural: esto es lo que pasó. Los hechos, pues, no tienen vuelta de hoja, hayan pasado cuando hayan pasado.

¿Hay mentiras en la verdad? Hay tonos, por ejemplo, que son mentirosos, equívocos, interpretaciones que quieren llevar al engaño, pero no hay dos verdades sobre un hecho. Puede haber esas interpretaciones, pero al fin hay, en ese universo de los hechos, una sola verdad. Luego hay otras verdades, poéticas, literarias, que se abren paso igual que a veces las metáforas les ganan a la historia universal de los hechos. ¿Imaginamos que todo lo que dice la Biblia, tan llena de metáforas, es de veras cierto, como que Jesús caminó sobre las aguas? Podemos creer en los milagros, naturalmente, pero eso no obliga al otro a sentir que decimos la verdad, solo nos abrazamos a ella igual que nos empeñamos en creer en los sueños.

Mario Vargas Llosa lo tiene bien definido con respecto a la literatura: los cuentos, las invenciones, las novelas, son, tituló él en un libro hermosísimo, la verdad de las mentiras. Eso está asumido: nadie puede creerse, por ejemplo, que el Ulises se desarrolla en una noche entera, pues es imposible que libro tan amplio, y tan imaginativo, represente de veras lo que sucedió en veinticuatro horas. Esa es la verdad de las mentiras. Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante, también transcurre, sobre todo, en una noche habanera, pero es imposible vivir con aliento hasta el final de esa noche magnífica que protagoniza, con sus actores verdaderos, esas horas extraordinarias de aquella ciudad que fue la más nocturna del mundo.

La verdad de las mentiras, pues, en prosa, en verso. Y en política. Estamos, señores lectores, en una época muy difícil para decir en serio la palabra verdad, tan cara, tan imperiosamente útil, para el prestigio del periodismo. Las cosas no son como nos gusta que sean, y por eso me preocupa, como periodista, escuchar, e incluso participar, en conversaciones, radiadas, televisadas, escritas, en las que mis compañeros o yo nos reímos, o nos mofamos, de aquello que no nos gusta que pase, como si nuestro trabajo tuviera que ver con lo que mandan nuestros gustos, nuestros disgustos, con nuestros deseos, o con nuestras apetencias personales. El periodismo está acogiendo, desde que nació seguramente, elementos ajenos al oficio, entre ellos el insulto o la maledicencia, dicha entre risas o entre invectivas que nacen de haber leído, o escuchado, o visto, a otros opinando o haciéndose eco de noticias cuyo fundamento no está claro. Todo los hacemos, todos lo hemos hecho, todos estamos a punto de hacerlo.

¿Y en la política? Ahora hay kilos de información (¿de información? No tan solo) sobre mentiras, reales o inventadas, es decir, dichas o amañadas como si se hubieran dicho, mentiras verdaderas, que quienes las lanzan las explican como si fueran malentendidos agrandados por quienes divulgan esos fracasos de la verdad.

Generalmente los acusados de no decir la verdad sobre la mentira que escucharon también son periodistas, que luego son vilipendiados por quienes no hubieran querido que aquella verdad hecha mentira prosperara en las tertulias o en la prensa o en los medios del minuto siguiente.