Este poema que traigo aquí es anónimo, por lo que he indagado últimamente, aunque ya lo, Literatura

Este poema que traigo aquí es anónimo, por lo que he indagado últimamente, aunque ya lo había hecho antes y con el mismo resultado. Nadie mienta, o nombra, al autor; algunos lo encuadran en el romancero español, otros en el cancionero popular antiguo y otros -bastantes- lo cambian, y al parecer según les convenía a ellos, pues hace unos tres años busqué por Internet y poco había escrito sobre el tema -y algunos no pasaban de los veinte versos-, en cambio ahora hay varios que coinciden en varios versos y otros se ve que se los han inventado para hacerlo más largo.

Yo lo dejo tal cual lo escribí hace años, haciendo esfuerzos por recordar cada verso, y que con la colaboración de alguno de mis hermanos, llegamos al acuerdo de que así era como nos lo recitaba mi padre.

Nos lo recitaba a mis hermanos y a mí cuando éramos pequeños, pues nos recitaba muchas poesías, unas propias de él y otras de otros autores, y nos quedábamos embobados escuchándole. Mi padre había sido pastor, vaquero, hotelano y terminó sus días como jubilado de albañíl, al igual que muchos de los que se dedicaban a similares labores.

Entre los diez y los once años, siendo pastor aun, le dió clases el cura que había entonces en el pueblo, don Melquiades. Cuando terminaba la tarea -esto es relativo, pues parece ser que el pastor no terminaba la faena nuca, como decía mi padre: dormía con un ojo cerrado y el otro abierto, y siempre junto a las ovejas-, pues como decía, al finalizar el día acudía a la casa del cura a que le diera las clases, y si no acudía él allí, el cura se acercaba hasta la cabaña donde "vivía" mi padre y a la luz del candíl le daba las clases.

En poco más de un año aprendió a leer; escribir - ¡y qué letra tenía!, aunque toda su vida lo hizo con muchas faltas de ortografía, pero que como él decía, tenía letra de notario-; a "hacer cuentas"; a hacer "quebrados" -que es así como se denominaban las posteriores fracciones-; e incluso a hacer raíces cuadradas; reglas de tres, simples y compuestas, y "hasta la regla de interés", nos comentaba muchas veces, toda vez que nos quería dar ejemplo sobre aspectos de la vida, donde el esfuerzo, el tesón y las ganas jugaban un importante papel.

Decía que en lo que estaba de pastoreo con el rebaño por los campos, él leía los libro de lectura que le prestaba don Melquiades. Esta costumbre por la lectura la retomó una vez jubilado y no la perdió nunca, podría decirse, ya que el día que murió, había dejado sobre la mesilla de noche el libro que había estado leyendo horas antes de fallecer. Casi se podría decir que murió con un libro en las manos.

Sin más prólogo, o preámbulo, dejo el poema.

VEINTICINCO VAN QUINTADOS

Veinticinco van quintados,
quintados para la guerra,
todos ellos valientes,
llenos de valor y fuerza.

Todos cantan, todos ríen,
todos alegran sus fiestas
menos aquel soldado
que ni canta, ni come,
ni ríe ni se alegra.

Su capitán al verlo triste
hacia él se acerca:
- ¿Qué tienes tú mi buen soldado
que ni comes ni te alegras?
¿No quieres ser soldado
o es por ir a la guerra?

-No es por ser soldado
o por no querer ir a la guerra,
es porque el día que me desposaron
me apartaron de mi prenda.

-Marcha tú mi buen soldado
y reúnete con tu prenda
pues por un soldado menos
no se ha de perder la guerra.

Cabalgando por el camino
una sombra vio venir,
apartóse de la senda
por miedo a lo porvenir.

-No te apartes buen soldado,
no temas mal de mí,
que soy yo, tu dulce Elvira
que te salgo a recibir.

- ¿Como siendo tú mi dulce Elvira
no te abrazas a mí,
siendo que soy yo tu amado,
tu desposado Agustín?

-Cásate Agustín amado,
cásate, no quedes así,
y al primer hijo que tengas
hazlo fraile de San Agustín,
y a la primera hija que tengas
ponle de nombre Elvira
para que te acuerdes de mí.

-No he de desposar de nuevo
ni he de quedar así.
Acércate mi dulce Elvira,
y queda junto a mí.

-No puedo quedar buen soldado,
no puedo quedar junto a ti,
pues son muchas las cadenas
que están tirando de mí.