Todo sigue igual, Literatura

Todo sigue igual

Hoy me he levantado igual que otros días. El cuerpo más o menos desentumecido por el descanso nocturno y la mente más o menos despejada -o más o menos embotada, debido al mismo motivo, por ser acto necesario y fisiológico-; en fin, como cualquier día, ya sea laborable o festivo.

Nada era distinto en el ambiente. En el entorno todo estaba silencioso, al igual que la mayoría de las mañanas, oyéndose nada más y de vez en cuando, el ruido de algún vehículo en su rodar de neumáticos por la cercana carretera.
Abajo, en el jardín y el entorno de la casa, de los dos edificios de viviendas, no se oía nada ni a nadie, ni siquiera a los vecinos Miguel y Pepe en sus comentarios, versando estos sobre el “tiempo loco” o lo deportivo, idóneos que hubieran sido ambos para la ocasión, pues en lo meteorológico, aunque ya van siendo días más igualados en climatología desde dos fechas atrás, la mañana estaba fresquita; en lo deportivo hubieran tenido tema de conversación y debate para hartarse, al menos hasta la hora del almuerzo y poder seguir dándole después de la siesta, incluso hasta la hora de la cena.

Ni siquiera el canto de los pájaros era bullanguero, pero no permanecían callados pues más o menos a ellos se les oía, como se les oye otras mañanas que, asomándome a la terraza, los oigo e incluso los veo cantando y saltando de rama en rama, así como posados en el suelo, picoteando entre las pajas y yerbajos secos, restos de la siega de las altas hierbas, llevada a cabo por el jardinero en días pasados.

Asomado a la terraza, apoyado en la barandilla en lo que me fumaba un cigarrillo, después de tomarme un café con leche y antes de hacer la visita diaria al servicio, para después bajar con Suska, mi perrita, a dar el paseo matutino y cotidiano, comprobé que el día, este nuevo lunes siguiente al domingo día uno de julio, era, más o menos, como otro día cualquiera. Al menos en mi trajín matutino no cambiaba nada. Y es que ya lo dijo algún pensador ilustre, sabio o personaje notable: que “el hombre es un animal de costumbres”.

Nada oía o veía en la calle, excepto “mucho trapo al viento” en las terrazas cercanas, que me dijera o me hiciera pensar que había acontecido el día anterior algo trascendental, algo tan importante como para hacer cambiar el amanecer, mover los montes de enfrente, hacer que callasen las aves entre las verdes hojas de los frondosos árboles, o que algo había sucedido tan notorio e imprescindible para que trastocase nuestra vida cotidiana, por muy monótona que sea para unos, muy ajetreada para otros o muy tediosa, ramplona e incluso mísera y bonancible para muchos.

Aunque de bonanzas solo pueden disfrutar unos pocos. Y para esos pocos contribuimos la mayoría a que puedan disfrutarla. Contribuimos a ponerlos, a colocarlos y apoltronarlos donde están, ya sea mediante las urnas –modernismo reciente en el tiempo-, o “partiéndonos el pecho”, “batiéndonos el cobre” por ellos –coletilla ancestral que arrastra el historial humano-.

Porque desde tiempos inmemoriales viene siendo así. No hay más que consultar la Historia –la escriba quién la escriba- y tanto leyendo linealmente, como entre líneas, para darnos cuenta y saber que siempre ha sido así. ¡Y será!
Ya he comentado lo referente al “animal de costumbres que somos”. Individualmente y en comunidad, a lo que se podría decir que en rebaño, pues nos manejan como a corderos, que es como decir borregos y por tanto sumisos y llevaderos de un lado para otro sin protestar, que no sin rechistar, ya que “balar sí nos dejan”. Pero recuerdo un refrán, o dicho popular que decía mi padre mucho: “oveja que berrea –que bala- pierde bocao”.

Entramos al trapo como cualquier astado al capote, a la muleta –acción que se llama engaño-, encerrado en un coso, redondel o arena que es donde lo va a lidiar y a darle muerte –matarile-después “el maestro”, para gloria y “redondo” beneficio, si no es que antes se lo lleva el toro –el noble- a él por delante.

Valga el símil para nosotros –los humanos-, pues “al maestro del engaño” pocas veces le derrotamos, al menos “por la bravata”, pues nos falta bravura, y al final sucumbimos con sus estocadas, más o menos certeras, o si no, nos “dan la puntilla” y acabamos por los suelos.

Nosotros pagamos más impuestos, subidas de tarifas y “prebendas”, conseguidas a gratuidad antaño, lo que implica menoscabo de nuestro bienestar y merma de sueldos. Lo que redunda en beneficio de unos pocos, que siendo ya ricos se enriquecen cada vez más. Y en el de los políticos, pues no solo no se reducen los sueldos -ni los emolumentos, con todos sus significados-, por mucho que digan que se los han reducido en algunos –insignificantes- puntos o tantos %, si no que, ganan y ganarán más, ya que las prebendas les siguen cayendo.

Bien sea por comisiones, al dar tal o cual estamento público a privados, como porque esos estamentos van a parar a manos –y esto, descaradamente- de ellos mismos o de sus familiares. Casos reales y con personajes reales, que se están dando en España en éstos tiempos de crisis creadas. Y me atrevería a decir, que con estos fines en el punto de mira al crearlas.

Leyendo a don Benito Pérez Galdós en sus “Episodios Nacionales”, es como si uno estuviese leyendo las “Crónicas de la Nación” y el comportamiento del pueblo, de los políticos, la “nobleza” y realeza, no ya de este siglo, si no las actuales y contemporáneas en los albores del Siglo XXI en que nos encontramos inmersos.

Seguimos igual; seguiremos lo mismo. ¡”Que se parta el pecho el pueblo” por ellos! Que nos sigan dando fútbol, que es la tapadera política actual; la muralla o venda que nos ponen delante para que no veamos “lo que hay” –lo malo es que les sigue dando resultados-, o al menos para desviar la atención de lo verdaderamente importante para el pueblo –lo que a “ellos” no les ha importado nunca-; para nuestro bienestar que es el que vamos perdiendo poco a poco, paulatinamente, gobierno tras gobierno de los que se van sucediendo.

Pero claro, España es campeona de Europa. ¡Qué digo! ¡Campeonísima! ¡Tricampeona! ¡Y del Mundo, que “ahí es ná la cosa”! Y eso al parecer nos debe bastar.

No debemos de darnos cuenta, ni fijarnos –para eso nos dan fútbol-, en que al príncipe y a nuestro primer ministro o presidente, más a todo su séquito y parafernalia que gasta esta gente, les hemos pagado entre todos un partido de fútbol, y en el extranjero. Y además, el viaje, el hotel, las comilonas, las cañas de cerveza, los cafés y hasta los “mojitos” que les diera la gana tomar; ya puestos..., qué más da.

¿No se pagan cacerías africanas –reales, eso sí-, viajes, estancias, comilonas y queridas, incluidas e incluidos todos ellos en el precio, con fondos españoles?

Pero, no nos engañemos, pues por más que nos pidan perdón públicamente, eso sí, y con dignidad real ante las cámaras, y se nos diga que no volverá a pasar nunca más –recuerdan el eslogan a raíz del caso Prestige-, seguirá pasando, seguirá ocurriendo y seguiremos con el muro y la venda ante nosotros; seguiremos tropezando en la misma piedra, o junto con los burros seremos los animales que pisan la misma mierda varias veces.

Por todo ello, por esto y unas cuantas cosillas más, de igual o superior índole, creo que ni dejamos, ni dejaremos de ser, animales de costumbres.

AdriPozuelo (A. M. A.)