El antiguo (más bien es que , Literatura

El antiguo (más bien es que
se les quedó pequeño, viejo)
de Pozuelo de Alarcón

ME ACUERDO DE...:
(Continuación)

Después de aquella impresión ¿que podía fascinarme ya?, pues muchas cosas.

Recuerdo, que en párvulos estábamos las niñas y los niños juntos, en medianos y mayores no. Las chicas estaban en la planta de arriba y nosotros en la baja pues entonces no se permitía que estuviésemos "revueltos" ambos sexos en la misma clase, ni “a la misma altura”, en cambio en el recreo jugábamos todos juntos. Eso sí, vigilados por las señoritas porque por los profesores como que no.

El que no leía el periódico, se iba a tomar un café al bar y el de medianos... ¡Ah! A ese sí que le interesaba "vigilar", pero a las chicas. Cuando corrían jugando al pañuelo, a tú la llevas, o simplemente corrían, nos decía el muy "capullo" (pido perdón a las flores), que cuando se acercasen, nosotros fuésemos hacia ellas y rodeándolas las piernas con los brazos hiciésemos como que queríamos subirlas y las levantáramos las faldas diciendo ¡uf cuanto pesas! (tal cual) y así el muy "salido" podía darse el "gustazo".

Uno lo hizo, pero claro, como al profe sólo le interesaban las mayorcitas y nosotros éramos de medianos (de 6 a 10 años) les caíamos más bajitos y la cara le quedó a una altura propicia para que la asaltada le propinara una galleta de órdago a la grande.

Sí, las seños de párvulos pegaban. Pegaban las de las chicas y pegaban todos los profesores y hasta nosotros nos pegábamos. El de medianos, todo el tiempo que fui al colegio fue el mismo, D. Vicente. Los de mayores cambiaron unos cuantos. D. Manuel, que decían había sido boxeador y por la forma que le vi pegar a mi hermano mayor sí lo parecía; D. Emilio y D. Juan.

D. Manuel llevó un día a mi hermano a nuestra clase para pegarle, -“Para que veáis como premio yo a los que escriben en los cuadernos lo que no tienen que escribir”. Le dio un tortazo en la cara y cuando se caía de lado, le dio en el contrario y lo enderezó. No lloró, pues si llega a llorar se hubiese ganado otro "premio", porque, -“Los de mi clase no lloran”, decía.

¡Hombre, eran ya mayores! Había un dicho popular inventado por algún graciosillo que decía, "la letra con sangre entra" -a mí he de confesar que no me entraba ni con hostias, ni sin comulgarlas- y otro creado seguramente por un machote, uno de tantos que había por aquél entonces y sobre todo si eran de los que habían ganado la guerra, que decía: “los hombres no lloran”. ¡Y una leche! digo yo, que cuando te vienen esas ganas de llorar, acompañadas del clásico nudo en la garganta, es mejor hacerlo, te desahogas y te quedas tan fresco y el que sienta vergüenza ajena, que no mire y listo.

Estando en párvulos, la cartilla, al igual que los cuadernos, teníamos que "darlos" en casa. En casa, con mis padres y mis hermanos mayores, es donde aprendíamos a hacer los palotes, las letras y a formar palabras.
Con la lectura lo mismo, primero a, e, i etc., después, ma me mi y así hasta "mi mamá me mima", "yo quiero a mi mamá" etc. Al día siguiente llegábamos a clase y la señorita que veía nos revisaba los cuadernos; nada más. La ciega nos reunía en torno a su mesa y cada uno con su cartilla abierta por la página que ella dijese teníamos que leer. Pero ojo, todos a la vez mientras ella con un palo en la mano, bueno, un trozo de silla de las que había rotas en clase, se paseaba alrededor del corro, nos tocaba la espalda primero, después la cabeza y... zas, en todo el coco. Cuando nos aprendimos aquello, cada vez que notábamos su mano, nos protegíamos la cabeza con los brazos, pero lo malo era que si te daba en el codo (me río yo del hueso de la risa) o los nudillos ya estabas apañado.

Sin apenas variaciones, pasaron los tres años de parvulario. Llega el final de curso, del tercero, y la señorita va nombrando a todos los que en septiembre pasábamos a medianos por tener seis años. ¡Qué alegría, soy mayor! –bueno, mediano- ¡Voy a ir a otra clase y por fin las pierdo de vista! ¡Ya no me darán palos! ¿Que no qué? Bueno hombre, bueno, palos lo que se dice palos, no.

Llega septiembre y vamos: un hermano, el mayor, a mayores; dos -otro y yo- a medianos y otro a párvulos. ¡Pobre! Los "mayores" llevamos carteras de cuero marrón confeccionadas por mi madre. Dentro, nuestra enciclopedia Álvarez donde se recogen todas las materias: Historia Sagrada, H. de España, Geografía, Matemáticas y Gramática; el catecismo; el cuaderno de caligrafía; el de dos rayas; el de cuadritos para las cuentas; el de las tablas de sumar, restar multiplicar y dividir; el plumier de madera con tapa abatible, otro año fue de tapa corredera, otro de "dos pisos" - eso se debería a que a mi padre ya le pagaban más donde trabajaba- y dentro todo lo necesario, pinturas, lápiz, goma de borrar y sacapuntas, el cual se perdía a los pocos días, al igual que la “Mina”, la goma de borrar, o “la borra” como comúnmente se decía.

Ahora que, digo yo: ¿No sería para que sacásemos punta en la maquinilla que tenía D. Vicente y que cobraba 20 céntimos por ello y que además había comprado con el dinero que cobraba por ir al baño? (pis 10 céntimos, caca 20 céntimos). ¿O por beber agua del botijo? (20 céntimos). ¿O con lo que sacaba en la subasta para ir a llenarlo? (a veces más de 10 pesetas, cuando mi padre venía ganando de 30 a 40 a la semana).
Todo esto se iba echando en una cajita de madera –confeccionada por el dómine- que había sobre su mesa, la cual se escondía cuando venía la inspectora. Y pobre del que dijese algo de todo aquello durante la inspección, pues ya nos advertía antes y nos “leía la cartilla”. Así que, chitón y a achantar la muy se ha dicho.

Continuará