TEXTO 11/76 , Narrativa breve

TEXTO 11/76
CRÍTICA LITERARIA (II)

«LA POESÍA DE GABRIEL CELAYA:
SURREALISMO, POESÍA SOCIAL Y POESÍA ÓRFICA»
Por Francisco Morales Lomas

EL AÑO PASADO se cumplió el centenario del nacimiento de Celaya y el vigésimo desde su muerte el 18 de abril de 1991. Es un buen momento para recordar su poesía y la amplitud y generosidad de su obra, que llegó a más de cien títulos. Pero, ¿qué nos puede transmitir la poesía de Gabriel Celaya a los lectores del siglo XXI?

EL "MANIFIESTO DE ANTEQUERA" Y LOS NUEVOS DESAFÍOS DE LA POÉTICA
La evolución histórica de la lírica nos ha ilustrado suficientemente sobre la idea de que escritores de uno y otro signo han sido olvidados con absoluta impudicia o reivindicados con plausible querencia según el signo de los tiempos, las modas o los hábitos lectores. Ha sido una dinámica histórica habitual y reiterada. Por ejemplo, Jorge Manrique desapareció durante un periodo amplio y después llegó Antonio Machado para recordarlo en la cúspide poética como un clásico; y Luis de Góngora, desde mediados del XVIII hasta principios del XX, que lo recupera la Generación del 27, estuvo desaparecido de la historia literaria.

Entiendo que en los momentos actuales, con una profunda crisis no sólo económica sino social y de valores, con la que se corre el riesgo de retroceder históricamente en todo lo conquistado, se ha vuelto la mirada hacia escritores que en su momento fueron guías de una época y expresaron el compromiso del poeta hacia sus compatriotas y en beneficio de una sociedad acosada. Durante los años cuarenta, Jean-Paul Sartre reivindicó la figura del intelectual comprometido ética y estéticamente en la praxis. Había en la literatura española un modelo que se adelantó a los presupuestos teóricos de Sartre, Miguel Hernández, y a él, durante los años cincuenta, siguieron otros como Gabriel Celaya, fiel continuador de aquella figura.

Recientemente, el «Manifiesto de Antequera» (2012), que firmamos cerca de sesenta escritores andaluces, trataba de dar una respuesta del intelectual a los desafíos de la sociedad contemporánea. Se defendía la dimensión utópica de la cultura como una bandera para preservar y perfeccionar la sociedad del bienestar frente a todos aquellos poderes que quieren abolirla y se advertía de que la crisis y la sagrada contención del déficit suponía una formidable coartada para acabar con el pensamiento crítico; también se reclamaba la cultura y la educación como derechos inalienables de la ciudadanía que impedían su desmantelamiento dejándola en algo residual.

Pues bien, toda esta visión crítica del momento actual conecta con la poesía de Gabriel Celaya, que adquiere así nuevos alcances y una dimensión renovada que nos ha traído a la memoria y a la lectura de nuevo al escritor que, desde un compromiso histórico-social, empleó la poesía como un instrumento de reivindicación benéfico y transformación del statu quo del momento: la poesía como arma cargada de futuro, la poesía para transformar la sociedad. Gabriel Celaya se consideraba un obrero del verso. Pero yo diría que Celaya era sobre todo un orfebre del verso.

CELAYA Y LA POESÍA SOCIAL
Sin embargo, creo que sobre Gabriel Celaya se ha creado sólo una visión unidireccional y parcial, pues, como han dicho algunos, no sólo escribe poesía social, sino que encarna también una gran síntesis de todas las preocupaciones y estilos que forman la poesía del siglo XX. Asimilarlo a la reivindicación social forma parte de la lógica histórica pero si nos quedamos ahí corremos el riesgo de no entender un mundo poético más amplio, complejo y heterogéneo. De hecho, el propio Celaya dijo en su momento que existe una tendencia a reducir la obra del escritor al tópico:

«La desgracia de un escritor consiste en que se le suele encasillar muy pronto, y diga lo que diga o escriba lo que escriba, a partir de ese momento, sólo se le ve según una leyenda o según un esquema simplista».

Gabriel Celaya hizo poesía social, ¿quién lo duda? Pero la poesía social no es sólo poesía protesta o poesía política, lo importante es comprender que el poeta produce un poema y las poéticas estudian las condiciones del poema. El poema, para el poeta, no es un fin, el poeta tiene que escribir pensando que la poesía no se acaba en el libro. Celaya pensaba que el poeta debía ser un portavoz de los demás, considerados como sus compañeros, y el poema debía ser entendido como algo que los demás escribirían y entenderían: la gente debe hacer suyos los poemas porque el poeta siente lo ajeno como lo propio. El acto poético, por tanto, sólo se produce cuando el lector que está leyendo unos versos los considera como propios y como tal los podría haber escrito. El poeta social debe sentirse el uno con el otro porque piensa que la poesía eres tú, lector. Eso es la poesía social. El pensamiento en el lector como un instrumento fundamental. Y, entre los grandes guías de esta línea de pensamiento, debe situarse también la poesía de Antonio Machado, uno de los grandes maestros, una bandera estética, una poesía lisa, llana, sencilla, directa, que busca a la persona, como le gustaba a Celaya, que lo consideró siempre uno de sus maestros. Pero también en su poesía está presente Bécquer y San Juan de la Cruz, de quien afirmó que fue uno de los mejores poetas de la literatura española.
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