¡Qué Indio eres"! de verdad que te va el nombre. ...

¡Qué Indio eres"! de verdad que te va el nombre.
Si, tenemos mucho en común pero eres demasiado joven para mi. Me gustan los de mi edad, o poco mas.
Vivía en Palomeras Bajas, iba al colegio a Entrevías, al centro los domingos y a acompañar a mi abuela a la Avenida de la Albufera. Vivía mi abuela en un piso cuyas ventanas dan al campo del Rayo Vallecano. Mi abuela me llevaba al cine donde vi muchas pelis de todo tipo, me compraba palomitas y después nos comíamos un pastel de vuelta a casa. Si no, nos dábamos un paseo por el parque y así pasábamos muchos domingos.

La casa de mi abuela fue siempre reunión de primos. Dos de mis primos que solían coincidir conmigo me enseñaban a hacer aviones y barcos; yo a mi vez les demostraba como se hacían las pajaritas de papel y les enseñaba a pintarlas, y lo pasábamos muy bien.

Éramos pura felicidad para mi abuela que siempre vivió acompañada de sus nietos, de los pájaros que se posaban en su terraza a comer las miguitas de pan que les echaba. Aunque su hija la riñera por ello, porque decía que le ensuciaban la terraza. Ella y yo sabíamos por qué lo hacía, nos reíamos, y pasábamos de mi tía y sus manías. ¿Y si mi abuelo hubiera sido un pajarito de aquellos que cantaba en la terraza? ¿Qué, entonces? "No le hagas caso abuela que los pajaritos alegran mucho tu terraza aunque luego tenga que limpiarla.
Se sentaba por las tardes en su terraza viendo la gente que pasaba calle arriba y calle abajo de su acera. Conocía a mucha gente y desconocía a otra tanta. Francisca se hizo una mujer urbana y ya no volvió nunca mas a su pueblo, tan plagado de recuerdos para ella.
Éramos su vida y para nosotros nuestra abuela de la ciudad.
Y muchos días mi recorrido era mi casa de Palomeras, mi colegio, que iba a pie hasta el barrio de Entrevías, el colegio "García Morente" y luego, el instituto "García Morente" también. De ahí a mi casa, vuelta a colegio por la tarde. A casa. Y a dormir, muchos días a casa de mi abuela. A ver buenos partidos de fútbol y de vez en cuando veía a los testigos de Jehová hacer sus encuentros, también en el campo del Rayo Vallecano.
Solía cerrar las ventanas para que no me molestasen los ruidos de los forofos futboleros y veía alguna peli por la tele, o noticias, o poníamos la radio. O le leía algún cuento a mi abuela.
Muchas veces le leía las cartas que recibía y le solía alertar que no abriera la puerta a nadie por si le hacían daño. Es que mi abuela era demasiado buena." Y abuela, por el mundo hay gente con muy malas intenciones, no te fíes de nadie", le decía yo, y no les compres nada que te quieren timar.

Pero cuando volvía muchas tardes me enseñaba todas las cosas que le habían dado de propaganda. Jabones "Fa" y libros que olían deliciosamente. Uno especial recuerdo "Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer", que primero la reñí y luego empecé a leérselo cuando ella me lo pedía y siempre después de haberle revisado toda la correspondencia. "Hoy abuela, todo es propaganda", le decía. Como si por uno de esos avatares de la vida nos hubiésemos intercambiado los papeles. ¡Mi abuela era tan niña!

Viví siempre muy ocupada. Pero en cuanto podía me iba a mi pueblo del Alto Tajo, sobre todo en los veranos. ¡Y aquello si que era vida!