Pues para llegar al Norte lo tiene usted muy crudo.

Lo peor no era que la despiadada señorita Estela, tras despreciarlo sin misericordia durante toda la tarde, le hubiese llamado zafio y basto, sino que él mismo tenía eso por cierto, y de su corazón brotaba una rabia doliente sin consuelo. Por qué se ensañaba con él de esa forma su destino: una noche más, esa fue su pregunta sin respuesta. Aquel fue un mal día, otro más, para el pobre pequeño Pip, según cuenta Dickens en Grandes esperanzas. Sentado ante el hogar, de poco alivio le resultaron las palabras de su único amigo en este mundo, el herrero Joe, cuando le dijo: “Tanto si es así como si no lo es, es preciso ser un escolar ordinario antes de llegar a ser extraordinario.” Y pese a que Joe tampoco tenía instrucción alguna y con dificultad podía reconocer su propio nombre escrito con letras de palo, no se puede decir que anduviese lejos de la verdad con esta frase rudimentaria pero contundente. Lo extraordinario nace de lo ordinario. Y no sé si es buena idea leer al mismo tiempo el periódico y Grandes esperanzas, pero ayer, cuando tras dejar a un lado el libro encontré la noticia de que los rectores españoles se oponen al decreto de becas del ministro Wert por excluyente, deseé que existiese hoy día un Dickens capaz de novelar con tinta el drama que los poderosos están escribiendo con nuestra sangre. Al menos, para que los que cada noche marchan a la cama con el corazón lleno de hollín y de llanto recibieran el abrazo cálido de un libro, ya que es tan difícil obtenerlo de las personas, a lo que se ve.
No habrá becas por debajo del 6,5. He ahí la batalla. Que los padres de todos esos haraganes petulantes que mientras deciden lo que quieren hacer con su vida andan arrastrando su mediocridad de una facultad a otra a golpe de talonario tengan el valor de predicar la cultura del esfuerzo entre la gente ordinaria, es algo que me parte el corazón. Bien se cuidan de decir que los hijos de las familias pudientes también deberían obtener esa nota para gozar del derecho a seguir estudiando. Porque si lo dijeran, si se alcanzara ese acuerdo, muchos petimetres repeinados que yo me sé no tendrían más título en su despacho que el de Solemne Idiota Nacional con Balcones a la Calle. Sí: si quisieran, podríamos hablar de igualdad. Pero no quieren. Solo quieren hablar de dinero (el suyo) y de esfuerzo (el ajeno). De resultas de lo cual son miles de alumnos en toda España los que han tenido que abandonar ya los estudios porque sus familias son pobres. Esto ya no puede explicarlo un ministro, sino un novelista. Así será hasta que el pueblo diga basta y se dé cuenta de que ya es hora de ser extraordinarios. “Fue un día memorable para mí, porque me hizo cambiar en gran manera”, cuenta Pip, recordando aquel episodio triste de su niñez. “Pero siempre ocurre así en la vida. Imaginémonos que de ella se elimina cualquier día, y piénsese en lo diferente que habría sido el curso de aquella existencia. Es conveniente que el lector haga una pausa al leer esto, y piense por un momento en la larga cadena de hierro o de oro, de espinas o de flores que jamás lo hubiera rodeado, a no ser por el primer eslabón que se formó en un día memorable”. Hoy es ese día.
(C. R)

Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.

Pues para llegar al Norte lo tiene usted muy crudo.