Fernández, el ministro del Interior, está metiéndole...

Fernández, el ministro del Interior, está metiéndole caña a su anteproyecto de ley de seguridad ciudadana, a ver si se aprueba en las Cortes antes de fin de año esta nueva patada en las costillas a la democracia española. Con el cadáver de la izquierda flotando boca abajo en el canal (¿suicidio? ¿Ajuste de cuentas?), los golfos apandadores prosiguen dispensando soberanas palizas al incauto ciudadano: uno lo conduce hasta el callejón con engaños, otro lo sujeta por los brazos, otro le roba la cartera y todo lo que lleva encima, otro le tapa la boca, otro le muele los riñones, y otro le recita versículos de la Biblia mientras los demás, formando corro alrededor, se parten de risa. Tal vez sea esto último, el cínico descojone ante el dolor y el miedo del hombre degradado a la categoría de pingajo, lo que más daño cause verdaderamente al linchado. La burla despiadada. Como cuando alguien va y dice que los sueldos no están bajando. Como cuando alguien se permite el lujazo de afirmar que el mordisco a las pensiones es una nueva conquista social. Como cuando alguien asegura que la Selectividad no funciona porque la aprueba demasiada gente. Como cuando alguien no cumple ni una sola palabra de lo que prometió. Si a todo esto se le añade la mordaza a la gente, si se suprime el sacrosanto derecho a poner el grito en el cielo y a cagarse en los muertos del ministro, si uno ya ni siquiera va a poder decir que España se ha convertido en el vergonzoso laboratorio internacional de los sacerdotes del dinero para la voladura controlada de la democracia, entonces tendremos que ir corriendo a la sastrería Trímber a que nos hagan unas polainas de cuello vuelto y una cota de malla, porque será señal de que definitivamente esto vuelve a ser la época más tenebrosa del Medievo y nada de cuanto para nosotros es sagrado valdrá ya ni un maravedí.
Como se han dado cuenta de que la vía penal no les funciona, porque los jueces, como es natural, ponen en la calle ipso facto a la inmensa mayoría de los arrestados en las manifestaciones, van a tirar por el otro lado, más efectivo y aterrador en una sociedad empobrecida: por las multas. Cuidado con irse a gritar al Congreso. Cuidado con meterse con España. Cuidadito con irse a la puerta de un delegado del Gobierno a gritarle que es un sinvergüenza. Ojo con las “conductas antisociales”, que es como estos miserables denominan a llamar al pan pan y al vino, vino. Nada de poner en Facebook que todos a las barricadas, a ver si se van de una vez estos indecentes. Nada de eso. Nada de nada. Más callados que en misa y a santiguarse ante los antidisturbios. La mejor ley de seguridad ciudadana que podrían sacar es la que les prohibiera a ellos mismos, los actuales gobernantes de España, volver a tener un puesto de responsabilidad mayor que el de encargado de la petanca en un asilo. Pero mientras no tengan intención de hacer nada parecido, deberá ser el pueblo soberano el que revoque esa ley en ciernes por la vía de los hechos, a fuerza de seguir cantando verdades, contando abusos, denunciando latrocinios y clamando por la libertad y la justicia. Que es lo que de toda la vida de Dios se ha venido llamando, a menudo inútilmente, seguridad ciudadana.
C. R.

Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.