Hasta los gorgoritos de la guitarra subían congelados...

Hasta los gorgoritos de la guitarra subían congelados la otra mañana por la costanilla que, pegada al Alcázar, enlaza la majestuosidad imperial del Triunfo con la humedad blanca y empedrada de la plaza de la Alianza y el barrio de Santa Cruz. Hacía frío incluso para los turistas, y aquel músico, allí sentado al pie de la muralla más solo que un muerto, le rascaba la barriga al instrumento sacándole un ronroneo agradecido, precioso y melancólico que hacia descender a las cigüeñas (su único público, a decir verdad) hasta las viejas almenas y casi hasta los arriates. Bajaba yo en aquella hora por dicha callejuela, arrebujado en mis pensamientos sobre los males de España y los bienes de sus políticos, sorprendido de que haya que inventarse otros partidos nuevos e iconoclastas para resolver los problemas más antiguos, admirándome de que tenga que ser Julio Anguita el que se levante de la mesa camilla y se eche a la calle con la de jovenzuelos revolucionarios que debería haber en IU a estas alturas… cuando una de esas aves patilargas, planeando temblona entre gorriones, se lanzó a pasearse por la plaza en un espectáculo de una sencillez imponente. Me acordé de uno de mis poemas preferidos de Antonio Machado, uno muy cortito; ese que dice:
¡Oh tarde luminosa!
El aire está encantado.
La blanca cigüeña
dormita volando,
y las golondrinas se cruzan, tendidas
las alas agudas al viento dorado,
y en la tarde risueña se alejan
volando, soñando…
Y hay una que torna como la saeta,
las alas agudas tendidas al aire sombrío,
buscando su negro rincón del tejado.
La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y disforme
¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Y me dio una pena horrorosa el que la gente baje arrebujada en sus reflexiones sobre los problemas de España sin reparar en las cigüeñas machadianas, habiendo sido Antonio Machado inspiración y referente de una generación que se dejó la vida intentando en vano que esta mierda de país que con gran fruición hemos defecado en los últimos lustros fuese una pequeña patria para el pensamiento crítico, la justicia social y la libertad, donde se pudiera vivir con un mínimo de decencia. Sí, hay que escribir sobre Anguita, y sobre Pablo Iglesias, pero hay que escribir más sobre Machado y sus cigüeñas patilargas. Uno no puede sentirse bien si no se quiere aunque sea un poco, y el olvido de los poetas, en un mundo tan servil y tan cobarde, conduce inevitablemente a la depresión y al desprecio de uno mismo. No solo tenemos que poder: también tenemos que querer. Hoy, mi voto es un puñado de versos. Un par de puñados más y cambiamos España.
(C. R.)

Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.