Diario de leon

Benigno garcía sabugo, ‘el negro’

Resucitó al tercer día
Dice que nació muerto y que su padre lo revivió con una mezcla de vino y yema de huevo. Con ocho años cuidaba 40 vacas. Fue guía y compañero de caza de Arias Navarro: «Era un ruin que se comía todo el chorizo que llevaba yo»

emilio gancedo 29/04/2012

Del Tambarón entre riscos/ hacia Montrondo mirando,/ nacen aguas cristalinas/ que hasta el pueblo van llegando/ El Pozo Hollado primero,/ arroyos con verdes prados,/ hasta que en Liforco/ se une La Fuente’l Cuadro».

Hacedor de versos, artesano, ganadero, ‘maestro temporero’, enorme conversador... estamos ante toda una institución en Omaña, Benigno García Sabugo, ‘El negro de Montrondo’, dueño de una fantástica historia que nos habla de cómo era, hace décadas, la vida en estos montes —agotadora, superviviente, paradójica, pero quizá más humana que hoy en día—, una vida que sus nietos « ¡creen que es mentira, que es un cuento!», protesta. Juzguen ustedes: nació Benigno en 1925 en Montrondo, «el pueblo cimero de Omaña» un miércoles 19 de febrero a las seis de la tarde —buena memoria— y, como asegura, «muerto». «Me sacaron con el fórceps y estaba nada, acabado». Y de repente aquel crío «empezó una berrida...» y no sabían «qué hacerme, llevaba tres días así berrando sin parare hasta que mi padre cogió una taza, batió una yema de huevo, le echó dos cucharadas de azúcar y una copa de vino, y me lo metió todo para allá». «Si mañana está vivo, tenemos rapaz para rato», anunció. Y así salió Benigno adelante.

De madre omañesa y padre de Colinas del Campo de Martín Moro Toledano («el pueblo con más letras de España») que se salió de cura cuando le quedaba un año para cantar misa, a los ocho añines marchó Benigno «a cuidar cuarenta vacas al puerto de La Magdalena» y con doce, de criado a Lazao (Lazado), a criar piojos y garrapatas «y a fumar como un gocho» («antes, si no fumabas no eras mozo», avisa). Muy ruines debían ser aquellos amos, que no dejaban al pequeño ponerse junto a lumbre y tenía que dormir acostado contra la barriga «de la vaca Majita».

En Genestosa y en El Villare trabajó también antes de marchar a hacer la mili a Vitoria, donde aprendió «toda la mecánica que sé». Allí fue campeón de 50 metros lisos y 50 metros valla de la VI Región Militar y puso de manifiesto su excelente puntería al apostar con el vasco José Arrizabalaga en el tiro a la diana. Les sorprendió un sargento, les dejó hacer y luego fue a ver los disparos. «La ganó usted, Sabugo», proclamó a a la vista de los cinco agujeros en el centro. Luego se encontró con un teniente general de Valencia de Don Juan apasionado por la caza que le llevó a las perdices a Briviesca («si matamos 40, 20 matelas yo») y ahí nació una amistad y una leyenda que se propagaría hasta muchos años después. Hasta Montrondo irían a cazar, para que los acompañase Benigno, los ministros Licinio de la Fuente o Carlos Arias Navarro cuando era gobernador civil de León. «Era muy ruin. Me comía la merienda que llevaba yo». Benigno no quería tirar más porque andaba con las perdices a cuestas, reservadas para la venta, y Arias, con desprecio, le dijo a su asistente: «Págaselas, Luaces». Y él, con odio, dijo a nuestro cazador: «Cóbraselas a millón..». «Si las vendía de aquella a dos pesetas, a éste le pedí quince», ríe hoy Sabugo.

Otro episodio insólito en la vida de El negro fue su etapa como ‘maestro temporero’. «Éramos los maestros de la ciruela, que no saben leer ni escribir pero dan escuela», canta. Y es que como en el Occidente de Asturias hay tantas aldeas esparcidas, se necesitaba gente que acudiese a dar clase a aquellos chavales, a los que no llegaba el maestro de la parroquia, al menos durante tres o cuatro meses. «Nos poníamos en la plaza de Cangas unos cuantos y quedábamos ajustados como los xatos en el mercado». A él le tocó la zona de Rengos («andaban entemestaos, chicos y chicas, yo el primer día ya les dije: ‘Fuera, que cada uno pillizque todo lo que quiera, ¡pero aquí mando yo!’») y cuando trabajó ocho años en Vallado con un contratista también dio clase a chavales: ojo, ¡uno acabó siendo el jefe de Traumatología del Hospital de Toledo y otro, obispo de Ciudad Rodrigo!

Cabeza no le falta a Benigno. «Podía haber sido buen ingeniero, de haber tenido posibles