DOÑA FAUSTINA...

DOÑA FAUSTINA

En diecisiete de febrero de mil ochocientos setenta y cuatro, don Luis Álvarez, Presbítero, con mi licencia de infrascrito Cura párroco de San Juan de Renueva, bautizó solemnemente, puso el Santo Óleo y Sagrado Crisma a una niña que, según declararon sus padres, había nacido el día quince de dicho mes a las dos y media de la tarde, púsola por nombre Faustina, Margarita, Filomena”. Había sido el 15 de febrero de 1.874 cuando, doña Faustina Álvarez García, nacía en la ciudad leonesa.
Hija de don José Álvarez de Castro, nacido en Mena de Babia en 1.815, y doña María Manuela García Flórez, nacida en 1.833 en Barrio de la Puente, pronto se fue a la localidad omañesa de Canales, donde recibió sus primeras letras y vivió sus primeros años. Residió en la llamada “Casa de los siete balcones”, que más tarde inspiraría una de las obras de su hijo Alejandro, y ya daba entonces claras muestras de su gran inteligencia, cuando algunos de sus profesores gozaban dialogar con ella durante extendidas charlas. Su madre no veía bien aquella desmedida afición lectora, que muchos elogiaban, pues quería que tan sólo se dedicara a las tareas del campo, y Faustina –entonces una niña– se veía obligada a esconderse debajo de las faldas de una mesa camilla para disfrutar haciendo lo que más le gustaba: leer.

La primera plaza que ocupó como maestra fue en Llanos de Alba, una pequeña aldea montañesa cercana a La Robla. Fue allí cuando, un día de 1.895, estaba asomada al balcón de la casa que compartía con varias maestras de la zona y pasaron dos jóvenes; uno era Gabino Rodríguez Álvarez, un asturiano destinado a Riello como maestro, y el otro un mozo del pueblo que había acudido a esperarle en la estación ferroviaria de La Robla. Don Gabino charló animadamente con todas las maestras y ellas le ofrecieron un chocolate, muy popular entonces. El asturiano dijo posteriormente que “aquel chocolate fue el principio del fin”, en alusión a aquel encuentro que, pocos años después, terminó en boda.
Pero no todo fue un camino de rosas a partir de entonces. Doña Faustina tuvo que abandonar su amada provincia, debido a que fue destinada a la aldea de Besullo. Al mismo tiempo, tenía dos hijas muy pequeñas y estaba al nacer Alejandro. Don Gabino, sin embargo, se mantenía lejano en Barcia (Luarca), donde tenía el puesto de maestro. Doña Faustina solicitaba insistentemente plaza para allí, con el fin de estar más cerca de su marido, pero no le fue concedida hasta 1.908. Y entonces don Gabino, sin saber nadie el porqué, se trasladó a Villaviciosa, donde permanece hasta 1.913.
La distancia del matrimonio nunca estaba exenta de comentarios y suspicacias, que hablaban sobre ciertas dificultades y desavenencias entre los dos maestros. Cuentan algunas fuentes orales como, doña Faustina, acudía todos los sábados a Luarca para estar más cerca de su marido. Iba todos los fines de semana, sin ninguna excepción, con la esperanza de que él estuviera esperándola a su llegada y permaneciera todo el día con ella y sus hijos. Pero parece ser que, don Gabino, prefería estar con sus amigos echando la partida en el bar que ir a esperar a sus hijos y su esposa.

El verdadero destino de doña Faustina fue Miranda, adonde llegó en 1.910, con apenas treinta y seis años. No fue después a ningún otro lugar, pues aquí preparó todas las oposiciones que necesitaba para convertirse en Inspectora de Primera Enseñanza. Antes de nada, a su llega a Miranda, decide saludar “a las madres de familia” través de unas líneas en un periódico de la zona, diciendo que “al tomar posesión de la escuela que en adelante he de dirigir, no he podido sustraerme al deseo de saludaros desde las columnas de La Voz de Avilés con objeto de que lleguen a oídos de todas vosotras mis impresiones, deseos y esperanzas respecto a vuestras hijas, que desde hoy voy a tener bajo mi dirección. Las he visto, son buenas como la inocencia que se refleja en sus semblantes, dulces como el clima que las alimenta y alegres como el poético pueblecillo que las vio nacer; en su limpia y penetrante mirada se adivina lo claro de su inteligencia, las quiero ya; son mis discípulas y van a ser hijas de mi instrucción”.
Aquel artículo no sería más que el comienzo de una asidua colaboración con el periódico La Voz de Avilés, donde La Maestra de Miranda, como firmaba, daba muestra de sus diversas opiniones y relataba numerosos acontecimientos ocurridos en la zona. Comienza a desarrollar una labor educativa digna de admiración y, al mismo tiempo, piensa crear una Cantina Escolar para las niñas necesitadas que, a pesar de todos sus esfuerzos, no llegó a funcionar nunca debido a que cuando iba a ponerse en marcha, ella se vio obligada a abandonar la localidad. También crea allí la Mutualidad Escolar “Perfecto Socorro”, la primera de niñas en Asturias. Al mismo tiempo, combina la enseñanza con las oposiciones a Inspectora que prepara afanosamente, desatendiendo en algunos momentos sus labores en la escuela.

Abandona Miranda en 1.916, cuando se traslada a Murcia para poder aprobar las oposiciones que tanto deseaba. Examinándose en Madrid, una compañera le aconseja retirarse de las mismas porque era tan humilde y sencilla que nadie la consideraba a la altura de las demás. Pero doña Faustina no dice nada, solo espera ansiosa saber que va a convertirse en la primera Inspectora de Primera Enseñanza de España. Y así, fue elegida con muchísima admiración por el Tribunal y todas sus compañeras.