Que historia tan bonita, si hubiera muchos como ellos...

Tomás me recibe a la puerta de su casa, en Albares de la Ribera, y con una amplia sonrisa me tiende la mano y me saluda. Me invita a entrar y me pide que me acomode en uno de los sofás de su salón. La televisión está encendida y con el volumen más alto de lo aceptable para mí. Tomás no oye bien del todo. Apaga la tele y me ofrece algo de beber. Cortésmente declino su invitación. Entablamos una conversación de trámite. Me dice que las cosas le van bien y que a sus 85 años de edad no se puede quejar. Tomás Merayo sabe lo que me ha traído hasta su casa, y sabe que es mejor que esperemos a que llegue su mujer, Pilar, para poder entablar una conversación completa sobre el asunto. Pilar Álvarez, su esposa, ha ido al Centro Cívico del pueblo, donde participa en un taller de manualidades. “Ya tendría que haber regresado, pero seguro que se habrá parado a charlar con alguien por el camino”, me dice Tomás. Me intereso por la casa que quieren dar en adopción a alguna familia necesitada. Le digo que estaría bien poder hacerle alguna foto antes de que se vaya la luz del día. Tomás se levanta como una exhalación de su asiento y me dice que adelante, que vayamos a verla, que la casa está cerca de donde ellos viven. De camino me cuenta la historia de la casa. Me habla de sus hermanas ya fallecidas y de que en la casa tuvieron negocio hace años. Antes de llegar me la señala. Es una casa enorme, de tres plantas. Abre la puerta y me pide que pase con él a verla. En la planta baja, lo que fue la tienda de sus hermanas, lo han convertido en un amplio salón, un dormitorio y un cuarto de baño nuevo. Tiene cocina “de carbón, como las de toda la vida”. Subimos la escalera y en el primer piso un pasillo central hace de nexo de unión de las cinco habitaciones y un cuarto de baño con que cuenta. Es todo exterior. La casa da a tres calles. “El piso de arriba es igual que este”, me advierte Tomás y me indica que también tiene un desván. Hago las cuentas y me salen once habitaciones, tres cuartos de baño, salón y cocina. “Por si lo necesitaran también les dejamos, al otro lado de la carretera, una carbonera, para meter el carbón, la leña, las patatas… En fin, lo que necesiten”, apostilla Tomás.

Salimos. Hago fotos y me sugiere que vayamos a buscar a Pilar. De vuelta en su casa me piden que pase con ellos a la cocina. Nos sentamos a la mesa y Pilar comienza a exponerme los motivos de su iniciativa: “De ver tantos desahucios, de ver tantas familias sin trabajo, sin dinero, que los echen de su hogar, teniendo que estar fuera, en la calle, sin poder tener un techo ni un plato de comida caliente. Porque se lo están quitando todo”. Pilar me habla entristecida. “El corazón se nos hace añicos”. Tomás baja la cabeza cuando escucha a su mujer decir esto. Él dice que cuando salen noticias de desahucios en la tele la apaga. “No puedo verlo”, me asegura. Pilar apostilla: “O el gobierno cambia, o los bancos cambian su estrategia o esto acabará mal para todos”. Tomás y Pilar fueron emigrantes en Edimburgo y Londres durante más de treinta años. “La situación actual la veo muy mal. En ningún sitio de los que hemos estado hemos vista nada igual”, me asegura Pilar. Ahora ellos ponen esta casa a disposición de “una familia que tenga niños pequeños y se encuentren en la necesidad de un techo. Que puedan hacerse cargo de la luz y el agua. Ahí esta la casa para ellos. Tiene ahora seis camas disponibles, dos armarios y algunos muebles más. Solo pedimos que sean buena gente, que sean competentes y que se lleven bien con los vecinos, porque siendo así de comer no les va a faltar”. Les pregunto de si son conscientes, en estos tiempos difíciles, de crisis, en los que tanta gente pasa necesidades, de la trascendencia que tiene un gesto como el suyo: El ofrecer desinteresadamente una casa donde pueda formar un hogar una familia necesitada. “Nada tenemos. Somos muy humildes, pero todas estas cosas nos llegan al corazón, y porque no tenemos más, que si lo tuviésemos lo daríamos”, me asegura Pilar. Después de un rato más de charla me voy. Tengo la sensación de que hoy he conocido a dos personas buenas.

Nicanor García Ordiz

Que historia tan bonita, si hubiera muchos como ellos todos tendrian casa, pero la verdad no todo el mundo puede donar una vivienda, lo que realmente hay que hacer es saber caso por caso y darle soluciones, yo por ejemplo creo que la solucion no es sacarlos de sus casas sino dejarlos en alquiler bajito, depende de sus ingresos, ayudas sociales a cambio de servicios a la comunidad para que se sientan utiles, no mendigos, formarles, gratuitos los colegios, los comedores, pero solo para familias en paro y con niños, el que trabaje que pague. Un abrazo a todos los que estan en esa situación, animo.