VIDAS EJEMPLARES....

VIDAS EJEMPLARES.

Buenismo y realismo.

Una sociedad eficaz no puede ocultar sus problemas bajo la alfombra de la corrección política.

Luis Ventoso.

Actualizado:

18/07/2019 04:49h.

El buenismo, cuyo epítome fueron aquellos ayuntamientos populistas de izquierdas de los que España acaba de desembarazarse, parte de una visión utópica de la sociedad. Para ellos todo el mundo es bueno (excepto los malévolos empresarios que crean empleo y los profesionales que se desloman para hacer una buena carrera profesional, prosperar en la vida y sacar a sus familias adelante). En los parámetros del buenismo podemita, a lo Ada y Doña Manuela, todos los inmigrantes son probos ciudadanos, cuya integración no generará fricción alguna; los okupas emergen como los admirables Robin Hood del siglo XXI; el top manta -robar en el mercado negro las obras de empresas y creadores que pagan sus impuestos- supone una nueva forma de filantropía, y zarpazos de enorme peligro, como el terrorismo yihadista, directamente no existen en sus programas políticos preadolescentes (están muy ocupados con Amancio Ortega, que ha cometido el delito de donar quirófanos y aceleradores de partículas).

España necesita la inmigración de manera acuciante. Nuestro modo de vida hedonista y unos bajos salarios han provocado una severa crisis demográfica, que a la vuelta de tres décadas comprometerá las pensiones y la propia energía del país, pues una nación envejecida pierde fuelle y creatividad. Pero la llegada de esas personas ha de ser ordenada y con opciones laborales y educativas para ellas. El problema del buenismo radica en que se fuma los detalles. Instalados en el mito del buen salvaje de Rousseau, abogan por abrir las puerta de par en par y olvidan por completo el día después. Pensar que un chaval magrebí o subsahariano, con problemas lingüísticos para entenderse, de formación mínima -o nula- y unos parámetros culturales diferentes a los de un país puntero de Occidente, va a integrarse a la perfección es pueril e irresponsable. Los estamos recibiendo. Pero no sabemos qué hacer con ellos, desbordados por su número y víctimas de nuestra falta de previsión y organización política. Aunque se les proporciona un techo, apenas se los educa u orienta al mercado laboral. Un chaval extranjero sin familia, sin un tutelaje afectivo, deambulando por un país nuevo, abierto y desconcertante para él, acaba convirtiéndose muchas veces en un marginal abocado al vandalismo y la delincuencia. Ante esa realidad cabe hacer el avestruz, o asumirla con realismo y tratar de solucionarla. Lo que no solventará el reto es ocultar en las informaciones el origen de los sospechosos, como han hecho la mayoría de los medios ante las dos «manadas» de Manresa.

Necesitamos inmigrantes, sí. Lo sabe todo el mundo, excepto el flamígero matrimonio Monasterio-Espinosa. Pero para que su llegada sea un éxito se requiere un plan estatal dotado de fuertes inversiones, esfuerzo, control, y a veces, mano dura. La corrección política no encarrilará la vida de los menas. Solo los esconderá bajo una alfombra de inacción y huecas proclamas quedabien.

Luis Ventoso.

Director Adjunto.