Hoy quiero dejar un recuerdo a la patria chica de mi...

Hoy quiero dejar un recuerdo a la patria chica de mi abuelo:
Era un día caluroso de primavera. En el aire el aroma de las madreselvas y las flores silvestres. En los árboles del jardín cantaban alegres los pajaritos sus bellos trinos a la mañana que despertaba, dejando atrás el oscuro manto de la noche y apagando los pocos luceros que se resistían a morir.

Estábamos llegando a Málaga. Después de haber desayunado en Fuengirola seguimos carretera hasta Torremolinos.

Málaga la Bella, la que vivió su pasado a la sombra de la Alcazaba y de la Manca.
La Manca es la Catedral de varios estilos, donde una torre no se ha podido levantar, y así quedó construida con solo una alta torre secular que un reya mandó edificar a manera de atalaya que vigilase el ir y venir de calesas y célebres ingenios.

La calle de Larios. Una amplia calle donde el sol da de lleno y se busca la sombra de cualquier árbol o de cualquier fuente para refrescar el rostro.

La casa de célebres eminencias como la de P. R. Picaso.
Picaso ha sido un gran pintor. Nos llegamos hasta esa casa que hace esquina, allí donde está la Plaza de la Merced. No dejaban sacar fotos ¿qué más da? Igual las cámaras ocultas detrás de un disfraz nos han permitido sacar cuantas fotos queríamos, hasta los pinceles hemos fotografiado.

Después nos fuimos hasta el parque. Un parque que parecía no tener fin, y donde a veces nos sentamos para admirar plantas, fuentes, y otras bellezas.
Málaga es linda en sus mujeres, en su forma de hablar, en sus monumentos, en su pasado, en su mar, en sus enormes barcos que varan en el puerto, y en el paseo de su puerto….
Málaga es, sobre todo, hermosa en dulces recuerdos de mi abuelo donde aun están presentes…

Mi abuelo ¿para qué contar su historia? Era sencillamente un maestro de escuela. Un Maestro muy querido.

Nos fuimos hasta Mijas. Mijas, la de las calles estrechas, pueblo donde el tiempo se ha detenido y conserva todo el rancio sabor de siglos pasados
Allí había tenido su primera escuela a la edad de veinte años. Hablé con personas muy mayores, que vagamente lo recordaban. Pero una viejita de noventa abriles, que lucía su ilusión de vivir en los ojos me dijo que ella lo había conocido. Que era hermoso como un sol, que había sido un maestro tan querido que le habían dedicado una calle y una pequeña escultura en el rincón más bello de Mijas.

Después nos fuimos hasta un altozano donde había una iglesia, detrás del cual unos precipicios por donde corría un rio escalado entre profundas rocas se deslizaba hasta perderlo de vista.

Luego la noche en su seno dejó lucir las dulces estrellas que iluminaban la tortuosa carretera y volvimos hasta Barcelona.