No habían casi empezado hablar la ministra y la vicepresidenta,...

No habían casi empezado hablar la ministra y la vicepresidenta, y ya había una algarabía de ultra liberales – a los que se añadieron los entusiastas ultras que de liberal no tienen nada- proclamando que la Reforma Laboral era pura filfa y un pegote. Me imagino que su pretendido paraíso era el despido libre y gratuito, la extinción de cualquier derecho adquirido por los trabajadores y el exterminio del sindicalismo. Para muchos de ellos, significados durante años por considerar al actual presidente como un flojo y un mentecato pusilánime, y que le perdonan aún menos que sus rivales el que alcanzara tal poder y mayoría (y le esperan con la navaja en la liga aunque ahora le hagan zalemas y carantoñas), la trascendental medida, que cambia en elementos sustanciales y hasta ahora intocables nuestras relaciones laborales es una “oportunidad perdida”. Como si afrontar el nuevo tipo de contrato, la rebaja de la indemnización por despido y, para mi lo más decisivo, la capacidad de optar por convenios de empresa sin estar sometidos a los sectoriales, fuera algo que ellos hubieran arreglado en dos patadas. Y si, con patadas lo hubieran hecho, pero para destrozarlo aún más si cabe.
Exactamente enfrente, los búnkeres sindicales tocaban a rebato. Esas cúpulas burocratizadas, de liberados y dirigentes, algunos ya parece que vitalicios y no se si hasta hereditarios, y ya ni se acuerdan del día aquel que en verdad fueron al tajo si es que no comenzaron ya “trabajando” de sindicalistas e hicieron de ello la mejor de las carreras profesionales. La Huelga General es la meta soñada y el disloque del Gobierno la esperanza de las correas de transmisión políticas ayer mismo reducidas a escombros en las urnas.

Pero esos “ profesionales”, cabeza muy acomodadas en unas organizaciones, cuya afiliación es mínima, aunque desde luego no seré yo quien cuestione una representatividad basada en las elecciones sindicales en las empresas donde si que se bate el verdadero cobre, esas organizaciones anquilosas y subvencionadas, no parece que hayan estado en absoluta sintonía con los penares de los parados ni con las gentes en dificultades sino que parecen solo hacerse fuertes en colectivos que por su anclaje irrompible y seguridad en el empleo, son hoy, en comparación con la mayoría, verdaderos privilegiados. Y no son pocos los que barruntan que lo que la burocracia sindical siente peligrar es su propio chollo, su poder y sus prebendas.

Por ello, aun cuando las ganas de lanzarse en tromba se les visualizan como el objetivo ansiado (Mas a Méndez cuya dependencia partidista es escandalosa) no las tienen todas consigo. La van a liar parda. Si. Pero ¿están los trabajadores y los parados dispuestos a secundarlos?. Dudas tienen y bastantes. Saben que las gentes del común los tienen muy vistos y medidos. Que los “cuadros” liberados no dan para tanto y que las coacciones pueden volverse cada vez más en su contra. Una huelga general fallida puede convertirse en su propio precipicio y acabar con la poca fuerza que les queda y caer en la tentación suicida de diluirse en un “15-M” antisistema y de algarada.

La reforma laboral es, a pesar de lo que rujan los ultraliberales, profunda, y a pesar de lo que barriten los inmovilistas sindicales, necesaria e insoslayable. Y son la mayoría de las gentes quienes la ven precisamente así, como inevitable y que llega hasta donde puede. Pero tal vez debiera saber el Gobierno que esa asunción por parte de la sociedad de toda esta ristra de medidas, algunas muy dolorosas para todos, otras sólo para los sueldos de los político-banqueros, tienen fecha de caducidad. Tienen un límite. El Gobierno se juega todo su capital en esta partida. No ahora ni mañana, pero si en un tiempo razonable de no mucho mas de un año, dos a lo sumo. Ahora los clamoreos son esencialmente de parte, y muy de parte, del partido derrotado- y en buena medida responsable máximo del fiasco- y acompañantes- y la población en su conjunto les contempla con lejanía y hasta con disgusto porque los considera no solución sino culpables. Pero si todo esto, si todos los planes fracasan, si dentro de ese tiempo prudencial nada se atisba y nada se mejora, entonces es cuando de verdad la sociedad española puede estallar. E irnos todos a la calle, y a la urna, sin necesidad alguna de que nos convoquen los sindicatos ni que nos arengue Méndez, que ese seguro que seguirá en el cargo.