Llueve...

Llueve

Detrás de los cristales llueve y llueve…: se repetía en mis oídos una y otra vez.
No podía quitarme de la cabeza la balada de Serrat. Desde que había comenzado a pasar por las páginas de los distintos “hilos” del foro, sobre todo desde el primero y la primera hoja en especial, sentado frente al ordenador, la melodía cabalgaba sobre mi “silla turca”. Desde allí, las notas de música llegaban a través del nervio auditivo a los vestíbulos y apoyándose con fuerza en los estribos, se transmitían a través de los yunques sobre los martillos, espoleadas por plateadas espuelas y yendo a parar contra los tímpanos.
Como es literalmente imposible que el sonido llegase a los pabellones, volvían de retorno a asentarse de nuevo al lugar de donde procedieron, para volver de nuevo a iniciar su vaivén de ida y vuelta, periódicamente, hasta finalizar mi escrito, y algún tiempo después aun.
Al tiempo que leía, veía en mi mente –a través de esa “pantalla” interior que se enciende con los recuerdos- cómo las gotas de lluvia que se iban acumulando en los cristales, formaban serpenteantes cordones traslúcidos que, deslizándose desde arriba, cambiaban su trayectoria para ir recogiendo en su camino una gota tras otra (sin saber cómo, inconscientemente me había vuelto hacia la ventana). Engrosada del tal forma la original partícula, llegaba a un punto en que ya no podía soportar su peso, precipitándose el caudal resultante cristal abajo, en un claro intento de suicidio en el abismo que quedaba entre el saliente alféizar de la ventana y el suelo de la habitación, descomponiéndose nuevamente en atomizada lluvia.
Al instante, aquellas perlas junto con las notas me situaron en el interior de un autobús que circulaba por una carretera de Cataluña: la C-58
Mirando a través de los cristales más en profundidad y traspasando con la vista la cortina de cuentas cristalinas, las cuales semejaban estar unidas por delicados hilos y suspendidas de oscuras nubes, divisaba en la lejanía las moles de color gris, -color dado por la atmósfera nublada, la cortina de lluvia y la distancia que mediaba entre ellas y el autobús-, con sus cimas redondeadas, al igual que sus contornos, que con su silencio pétreo nos anunciaban la proximidad de nuestro destino.
Habíamos salido por la mañana en autobús desde Calella, sin sol y no obstante sin lluvia. Al partir ya se advertía que la mañana podría meterse en aguas, debido a los nubarrones con los que había amanecido la zona. Por su parte más oscura, se adivinaba la amenaza de aligerar su carga sobre quien tuviera la osadía de pasar por debajo de ellos. Como estaban en la dirección hacia donde nosotros nos dirigíamos, supimos de inmediato quienes serían los osados que sufrirían las consecuencias.
Pasamos las primeras poblaciones de San Pol, Canet y Arenys de Mar sin ver la lluvia. Llegando a Mataró hizo acto de presencia con gotas dispersas, que con más o menos intensidad nos acompañaron hasta El Masnou, pero debido a la velocidad del vehículo, se secaban al poco tiempo sin necesidad de usar los limpiaparabrisas.

…Llueve,
detrás de los cristales llueve y llueve…

Comencé a oír entonces a través de los altavoces que iban situados a lo largo del techo del autobús, desde algo más arriba del parabrisas hasta las butacas traseras.
Desde Montgat hasta Santa Coloma de Gramenet ya era lluvia continua y desde allí hasta Terrassa se transformó en aluvión. Al pasar cerca de la población se veía como el agua rebotaba en los tejados de las casas. De la fuerza que caía y salpicaba, parecía granizada.

…sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados,…

A medida que Terrassa se alejaba a nuestras espaldas y faltando pocos kilómetros para llegar a las inmediaciones de Ca l´Oliva, la tormenta iba perdiendo intensidad tanto en la descarga de agua como en oscuridad. La lluvia seguía siendo continua pero al menos no se hacía sentir sobre el autobús con su insistente repiqueteo, pues los autobuses de entonces, como no fuesen autopullman, carecían de un buen guarnecido que aislase, tanto del ruido como de las inclemencias atmosféricas. Al dejar de oírse el correr y picar de gallinas sobre nosotros, pues esto es lo que parecía la lluvia al estrellarse contra el autobús, la balada nos llegaba con más nitidez.
Ya faltaba poco para finalizar el viaje. A nuestra izquierda ya se veían las moles pétreas de color gris azulado debido a la lluvia que, aunque con menos intensidad, seguía cayendo sobre ellas y los verdes campos y montes adyacentes.

… sobre los campos llueve.

Entre la oscuridad del nublado y la lluvia parecía que estuviésemos en otoño, cuando en realidad transcurría la tercera semana de agosto. Cierto es que no llovió tanto en la semana que llevábamos en Calella, pero entre días nublados, el litoral pedregoso y tajante –y por tanto peligroso-, tanto niños como mayores habíamos disfrutado muy poco del baño en el mar y del sol en la playa. Por el contrario, nos mojábamos, y más de un día, con las vestiduras puestas y no con el bañador, como hubiera sido nuestro deseo.

…Pintaron de gris el cielo
y el suelo;
se fueron abrigando con hojas,
se fueron vistiendo de otoño…

Los niños, unos apoyados en un costado de sus padres, otros reposando sobre las piernas de sus madres, otros recostados en el respaldo de sus asientos, dormían aun desde que salimos de Calella, pues se les había hecho madrugar.
Los más mayores –padres de algunos de los mayores y abuelos de algunos de los niños-, en su mayoría también disfrutaban de plácido sueño a tenor de los distintos sonidos guturales, nasales y naso-guturales que huían por sus bocas abiertas.
Los mayores, algunos padres de los niños, otros hijos de los más mayores y otros solteros, daban cabezadas tratando de vencer al sueño, lo que algunos no lograban.

… la tarde que se adormece
parece
un niño que el viento mece…

Nos adentramos entre montañas, escoltados por las rocas que ya veíamos con su color natural. Color entre gris claro unas; amarillo tostado; siena y tierra tostada otras, debido al sol que alumbraba a estas, al igual que a nosotros, y a la sombra en que quedaban aquellas. Nadie se explicaba cómo podíamos haber pasado de un ambiente sombrío y lluvioso cerca de la costa, a este otro donde lucía un sol espléndido estando entre montañas.

…con su balada de otoño.

No faltó el clásico comentario en boca de los más mayores, sobre que la cuestión bien podría deberse a un milagro. Milagro que fue atribuido en el acto a La Moreneta, según el comentario de una de las abuelas, aprovechando que estábamos en sus dominios y, ¡por supuesto! –apostrofó otra-, bajo su protección.
Llegamos por fin a Montserrat. Aparcado el autobús, el conductor abrió las puertas y todos, o casi todos, querían ser los primeros en poner pie en tierra. Los niños –aunque no todos- que ya habían sido despertados hacía un buen rato y algunos de los más mayores, se daban empujones en lo que se agolpaban en los escalones. No es que nos encontrásemos en un barco que estuviese a punto de zozobrar, pero alguien gritó: – ¡”Las mujeres, los viejos y los niños primero”! en plan de broma y ellos se lo tomaron al pie de la letra.
El sitio era monumental. El Monasterio se encontraba custodiado por unas altas paredes de piedra, que veteadas de vegetación con varias tonalidades de verdor, daban al conjunto una majestuosidad impresionante. En una parte concreta de la montaña, yo distinguí la cara de un indio marcada en la roca y lo advertí, siendo contradicho por unos y corroborado por otros, ya que muchos de estos también la vieron.
Visitamos el monasterio, entrando en primer lugar a la basílica y nos dirigimos al altar. Atravesamos la puerta de alabastro y subimos hasta el camarín donde La Moreneta espera pacientemente desde hace muchos años, a que subamos los visitantes y la desgastemos un poco más cada día, con nuestro besos y toqueteos de manos. Visitamos el museo, el cual no pude ver apenas pues los niños no estaban por la labor de observar nada atentamente. Estuvimos en el claustro y en las plazas de la Santa Cruz y del abad Oliva. Comimos en el restaurante. Subimos al tren cremallera y al teleférico desde donde se ve el monasterio allá abajo, en toda su majestuosa extensión, teniendo de fondo un valle verde precioso. Precioso e impresionante el paisaje que se divisa desde la altura.
Atardeciendo, el conductor del autobús nos comunica que en media hora partimos hacia Calella. Vamos subiendo al autobús, con más concierto y acierto que a la bajada, y cada uno nos vamos acomodando en nuestros asientos.
A la hora convenida, partimos de regreso a nuestro lugar de salida por la mañana.
De nuevo, a los pocos quilómetros de dejar atrás las montañas del Macizo de Monserrat, comenzó a llover y la lluvia nos acompañó hasta cerca de nuestro destino.
La vista se me centró en el resplandor del sol que se reflejaba en las paredes del otro lado de la calle, apercibiéndome de que había cesado de llover y de que las medias perlas adheridas a los cristales de mi ventana estaban estáticas.

AdriPozuelo
(A. M. A.)
27 de septiembre de 2007
Villamanta, Madrid
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Si que me siento confortado... amigos leyendo, un relato tras otro: me siento arropado.
Hace justamente siete años, que me puse delante de un ordenador, indeciso, con miedo, a estropear algo que yo desconocía.
Se me dijo que servía como maquina de escribir, y porque la tercera se había quedado en el pueblo, pedí se me dijera como. A partir de ahí no he avanzado mucho, y pese a que me digo: "Tengo que aprender, a pasar mis escritos... nunca tengo tiempo, y si alguna de las cosas que me escribo ... (ver texto completo)