Mensajes de Escritos "literarios" originales y propios de cada forero enviados por Don Vela:

EL TERCER MILAGRO (1)

Ahora, cumplidos los ochenta años de las apariciones de Petrás, casi nadie recuerda a las Barredas, dos hermanas metidas en años allá por los años treinta, creyentes y muy leales a la fe católica, sufridoras silenciosas y resignadas ante la incomprensión del mundo ateo que se vino arriba –según su opinión- con la llegada de la II República.
Las Barredas, Encarna y Lucrecia, oriundas de Bellogín, vivían habitualmente en Vitoria, tenían buen pasar, veraneaban en Espejo y se apellidaban Barredo; pero como siempre iban juntas, para no confundirlas con otros Barredos del pueblo, se las conocía por las Barredas; de igual manera que a los Barredo que vivían cerca del puente de la Mota, en Espejo, los llamaban los Barredillos. ¡Nunca se supo por qué! Pero se lo decían sin mala intención.
Las dos hermanas Barredo vivían días de preocupación y angustia. Habían recibido recado de pasarse por el cuartelillo de la Guardia Civil para declarar sobre las apariciones de Petrás.
- Fíjate -le decía Encarna a su hermana-: ¿Cómo se puede creer que, por subir a Petrás tras un cura en procesión y rezando el Santo Rosario, se nos acuse de participar en una manifestación política no autorizada? ¡Habrase visto!
- ¿Y por eso tenemos que ir al cuartelillo?
- Por eso y porque, según parece, también creen que somos nosotras las instigadoras de las apariciones. ¿Sabes qué dicen? Que estamos tratando de atraer a Petrás a cientos de miles de personas a presenciar el milagro, porque lo que pretendemos es montar varios hoteles y restaurantes y un pabellón para vender agua milagrosa, estampitas y rosarios y forrarnos a cuenta de tanta visita. ¡Por eso nos llaman a declarar! Estos republicanos son unos desgarra mantas. ¿Tú piensas que si eso fuera cierto se lo íbamos a contar así, por las buenas?
Lo cierto era que el cabo de la Guardia Civil, siguiendo órdenes de la superioridad competente, cursó citaciones a varios de los supuestos implicados por ir en procesión hasta Petrás, tras el cura párroco del pueblo, a rezar ante un peñasco, donde, aprovechando un hueco con forma de hornacina, según decía un supuesto pastorcillo de Bachicabo, la Virgen María se la había aparecido al modo que lo había hecho ya en Lourdes o en Fátima en tiempos pasados y, por esos días, también en Ezkioga (Guipúzcoa). No era una broma, porque algunos de los videntes de Ezkioga terminaron en la cárcel y, luego, en un manicomio.
- Ponte guapa -le dijo Encarna a Lucrecia- que me van a oír.
Y allá se fueron ambas hasta la residencia de los cuatro guardias civiles y un cabo –comandante del puesto- acuartelados en Espejo (donde luego estuvo la herrería de Manuel Salazar) en un edificio que se abría a la carretera del Señorío de Vizcaya. ... (ver texto completo)
Para "Ciudadana". Gracias por su atención y amabilidad. Don Vela.
LA NOGALA SE SECO. (Continuación) (3 y último)

Allí había un hombre apostado que oteaba el camino de Mioma. Agarraba un arma de fuego con aire de estar al acecho, a la espera de una pieza de caza mayor. Al aproximarse lo reconoció Secundino Carballeira: era Onofre el bilbaino, adosado a su escopeta. Al llegar y tras un saludo, el afilador tomó la iniciativa:
- Buenos días, Don Onofre. ¿Va usted de caza?
- No. He venido a probar la escopeta, soltando un par de tiros.
- ¡Me extrañaba! Porque ... (ver texto completo)
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LA NOGALA SE SECÓ. (Continuación, 2)

El ácrata dio un tirón, se desprendió del veraneante y sacando una navaja cabritera fue a endilgarle un tajo en el bajo vientre. Todo transcurrió en cosa de segundos. El filo de la cuchilla estuvo cerca de rajar las tripas del veraneante, si no es por un tal Secundino Carballeira, gallego y afilador, circunstancialmente por tierras de Valdegovía en el ejercicio de su profesión, que le arrebató la navaja.
- Este tío me quería matar –dijo Onofre.
- Lo mejor sería –se expresó el afilador con acento gallego cerrado- que todos corriéramos la cremallera para estar callados.
E hizo un gesto con los dedos índice y pulgar apretados, corriendo un supuesto cierre para dejar sellados los labios.
La faca cabritera, testimonio de cargo de un intento de agresión, quedó depositada en el establecimiento de Erasmo Bardeci con encargo de que le fuera entregada a la Guardia Civil cuando diera parte del suceso.
El afilador Carballeira, tipo singular peinado con raya en medio, patillas en hacha, bigote a lo káiser, cráneo braquicéfalo, cuadrado de tórax y facha de forzudo, era un adelantado en su oficio; iba en vanguardia. Viajaba en bicicleta adaptada con un soporte fijo que le permitía estacionarla con la rueda trasera alzada un palmo sobre el pavimento. Así, hacía funcionar un juego de muelas de distinto grano y afilaba al tiempo que daba a los pedales. De este modo lograba afinar el corte lo mismo a las toscas hachas, que a dalles, picos y azadones, cuchillos y tijeras y hasta las más delicadas navajas de afeitar. En la parte posterior del cuadro del ciclo móvil llevaba enganchado un carrito de una sola rueda donde guardaba todos sus menesteres, alguna ropa y ciertas vituallas y un singular toldo para armar una tienda de campaña. Muchos del oficio lo imitarían después de la guerra, dejando a un lado el viejo armatoste de madera, de bajo rendimiento, empujado a mano con mucho sacrificio.
Carballeira era un hombre curtido y perspicaz y tan pronto liberó de la cuchillada al bilbaíno Onofre, advirtió en sus ojos un ramalazo de odio; un odio corrosivo y amargo que lo invadió durante mucho tiempo. El bilbaíno, humillado por el agresivo sindicalista, intuyó que una rebelión armada crearía un clima de impunidad que facilitaría muchos deseos de venganza. Y Carballeira hizo in mente esta reflexión: “No somos nada; si yo fuera el navajero, saldría zumbando para poner tierra por medio”.
Días después, el veinticuatro de julio, viernes, Secundino Carballeira estaba en Mioma donde varios clientes le dieron ocupación para toda la jornada. Al despedirse, preguntó en tono distendido por el anarcosindicalista Simón Parejo y le dijeron que se fue de vuelta a tierras de Vizcaya por un camino de herradura que descendía, por la Peña de Orduña, hasta las cercanías de Tertanga.
Al día siguiente, festividad del Apóstol Santiago, una vez aseado en la fuente pública de Mioma, Secundino Parejo tomó su bicicleta taller, enganchó el carrito de las provisiones y asistencias y se fue por el camino de Valpuesta, donde pensaba oír misa mayor en la iglesia parroquial en homenaje al apóstol, patrón de su tierra. Un pinchazo en la rueda delantera lo detuvo no muy lejos de la nogala achaparrada y umbrática de la vera del camino. Y decidió llegar hasta ella en busca de sombra para desmontar la rueda, sacar la caja de parches y arreglar la avería. ... (ver texto completo)
LA NOGALA SE SECÓ

Mioma, pueblecillo alavés colgado en una loma del Valle de Gobea, a setecientos metros de altitud, vive envuelto entre vientos arrebatados de la Sierra Salvada y remusgos vespertinos procedentes de los páramos de Losa.
A la vera del camino, bajando hacia Valpuesta, vivía una nogala joven, muy productiva pese a su corta estatura y a su copa achaparradita y de poco vuelo. No era de nadie y era de todos: un bien comunal que daba frutos y rendía sombra.
Con sus nueces verdes, precoces y tiernas de principios del verano, la señora Narcisa elaboraba un postre en almíbar nada empalagoso, siguiendo fielmente los dictados de una receta cedida por las monjas enclaustradas en el convento de San Juan de Acre, de Salinas de Añana.
Por el año treinta y uno, -cuando los republicanos mandaron al exilio a don Alfonso XIII y en el libro de historia que se manejaba en las escuelas del Valle sustituyeron su fotografía a toda página por la de don Niceto Alcalá Zamora- al que sus detractores con mala uva apodaban “El Botas”-, la economía iba mal y nos acabó de chingar -en versión del malandrín herrador de Espejo- el quinquenio republicano.
La crisis se inició en los EE. UU. Los americanos pasaron por el crac del veintinueve y nos contagiaron su peste financiera. La notaron más las zonas fabriles. En la industriosa Vizcaya, muchos tuvieron que trancar sus negocios. Y los obreros en paro, bastantes, buscaron entre los campesinos del sur el currusco de pan que le negaban las empresas en trance de cerrar.
Por el puerto de Orduña subían a pie, pisando el galipote reblandecido por el calor del verano de la carretera del Señorío, las mesnadas hambrientas. Algunos de sus miembros encontraron cobijo y comida en casas de labriegos valdegobeños; entre ellos Simón Parejo, cenetista, de verbo ardoroso y boca caliente . Le dieron trabajo en Mioma.
En julio del treinta y seis, el domingo diecinueve, fiesta de guardar, Parejo bajó a Gurendes para alternar en la taberna. En el establecimiento de Erasmo Bardeci, pidió un chiquito de vino y se puso a charlar del hecho noticiable de esa fecha: el golpe armado iniciado en Marruecos.
Estaban también allí, a la orilla de la carretera de Bóveda, grupos de personas curiosas y alertadas por la gravedad de la noticia y, entre ellos, un veraneante bilbaino llamado Onofre, a la sazón residente en Valpuesta; le preocupaba el alzamiento y sus repercusiones.
Desde la madrugada de aquel día fueron muchos los convencidos de estar viviendo una jornada comprometida que haría historia. Tanto en Burgos como en Vitoria, los militares se habían alzado en armas contra el Gobierno de la República. Se suponía que el Valle estaba en zona nacional. Pero aún no era así.
Ese mismo día el Obispo de Vitoria andaba por el Valle impartiendo el sacramento de la confirmación. Los de Gurendes lo vieron pasar raudo en el coche de los Díaz de Tuesta conducido por Juan Manuel, uno de los hijos de don Celerino, en ruta hacia Vitoria sede de la diócesis vasca.
Simón Parejo lo reconoció al paso, soltó una blasfemia y tildó al jerarca de la Iglesia de “come hostias” en voz alta, para que todos lo oyeran. Dos mujeres se santiguaron ante el horror de la blasfemia.
Y pese a la religiosidad de los paisanos que oyeron el exabrupto del sindicalista, nadie se atrevió a pararle los pies. Nadie salvo Onofre, el bilbaíno de Valpuesta, que lo agarró por el cuello de la camisa y, de poder a poder, con un par le dijo: “Tú te vas a meter la lengua en el culo, el sitio más adecuado para la basura que vomitas”.
(De mi libro de cuentos "AL AIRE LIBRE". Pedro morales Moya) ... (ver texto completo)
He ahí mi colaboración

"Quieta, anclada en su silla de ruedas, la anciana seguía las evoluciones de aquella niña, de dos años y medio, jinete sobre un elemental juguete con ruedas; avanzaba apalancando los pies en el suelo y moviéndolos con agilidad y fuerzas impropias de su edad".
" ¿Te llamas...?" - "Valeria", respondió la niña. - " ¿Echamos una carrera?".
"-Vale" respondió la invitada. Y se pusieron con sus carrucos en línea de salida la tullida dama y la sonrosada niña.
"Cuento hasta tres, y salimos". "Vale", volvió a repetir la niña.
Allá se fueron disparadas por la senda ancha del jardín, en aquella residencia
para personas impedidas. La niña estaba de visita. Venció Valeria. Le anunció a su competidora: "Le diré a mi mamá que te he ganado". " ¿No te da pena que yo haya perdido". "No; no me da niunguna pena" dijo, Valeria...
(Pedro Morales Moya. Autor de "Al aire libre". Cuentos alaveses.) ... (ver texto completo)