Mensajes enviados por Don Vela:

Las gentes del pueblo a esas alturas -también las que iban a misa- estaban maliciadas y pronto dedujeron que si Casimiro acudía al templo católico con frecuencia, era para ver a Casilda y estar con ella. Y lo comentaron por aquí y por allá hasta que la interesada lo supo, pese a sus públicos intentos de no darse por enterada.
Así empezó el asedio. Y quiérase o no, Casilda se sintió halagada y ligeramente predispuesta -sólo ligeramente- a escuchar de labios de su presunto enamorado alguna propuesta como las que suelen deslizarse en situaciones parecidas. Propuesta propensa a precipitarse en casos de amores tardíos, pues la ocasión no se prestaba a perder el tiempo.
El enamorado Casimiro insistió en la calculada, metódica, aventurada y rápida aproximación a Casildita para ir ganando su confianza. No quería hablar por hablar con ella. Soñaba con otras metas: en el fondo, llevársela a la cama. Y ese objetivo, difícil de alcanzar en años de pudibunda separación entre ellos y ellas, era aún más duro de pelar, pese a lo zorro que resultaba ser el sesentón, en un mundillo campesino y como tal puritano. Era cosa de paciencia, astucia y grandes dosis de amabilidad.
El cura, don Genaro, andaba por medio con la sana pretensión de que Casimiro se convirtiera a la fe de Cristo, para lo cual -advertido de las circunstancias del caso- era preciso contar con la ayuda de doña Casilda.
Don Genaro, el tonsurado, y Casimiro el zorruno, jugaban todos los sábados una partida de tute subastado en la rebotica, con su dueño don Augusto y el médico don Silvino; una partida que empezaba a las tres de la tarde y terminaba a las siete, para dar tiempo al cura a celebrar en la iglesia la función de vísperas. Jugaban, charlaban y discutían amistosamente los cuatro amigos de todo, menos de tres temas: de religión, de política y de la vida íntima de cada uno de los reunidos. Hablaron y mucho de Casilda, pero advertidos de que Casimiro quería sitiarla, funcionó la veda y se hizo caso omiso de su existencia.
Pero esto no impidió que don Genaro, el cura, abordase a la dama un día que se topó con ella a la puerta de la iglesia. El abate conocía la vida y milagros de sus feligreses y feligresas que le confesaban sus pecados, menos los de doña Casilda que, para recibir el sacramento de la penitencia se valía de los frailes de Angosto y nunca del cura del pueblo.
- Me alegro de verla, doña Casilda; porque quería consultarle una cuestión de confianza.
- Usted dirá, don Genaro.
- El caso es que el amigo Casimiro, proclamado ateo, acude ahora con frecuencia a la iglesia y hasta soporta mis aburridos sermones.
- Sí; ya lo he comprobado. ¿Y qué hay de malo en ello?
- Nada; al contrario: se abre la esperanza de su conversión y usted puede hacer un gran trabajo en este sentido.
- ¿Yo? ¡Pobre de mí! ¡Qué cosas dice!
- Sé lo que digo y usted me perdonará Doña Casilda. Casimiro va a la iglesia para verla a usted y yo, -en mi atrevimiento- le pediría que le dé carrete. Ya me encargaré de adoctrinarlo.
- Pero señor cura, eso es una intromisión en la vida privada de un feligrés. ¡Me deja asombrada!
UNA PARTIDA DE TUTE SUBASTADO (2)
- Ya sé que me estoy metiendo en camisas de once varas, pero doña Casilda, el que salva un alma, salva la suya. Piense en ello: es por un buen fin.
Y Casilda, impactada por la idea, aceptó la propuesta y se puso a fabular el modo y manera de entretener las ansias de conocimiento, en el sentido bíblico del vocablo, que tenía de su persona el ateo Casimiro. Era un juego peligroso pero atractivo y, además, contaba con los parabienes del cura.
(Continuará) ... (ver texto completo)
UNA PARTIDA DE TUTE SUBASTADO (1)

Los inviernos eran duros en Valdegovía. No tanto como en Valderejo, o como en los pueblos de Losa encaramados en el páramo, pero sí, largos, fríos y aburridos.
Cerca del fuego de cocinas bajas, en torno al brasero de la mesa camilla en las casas ricas, o junto a la estufa en la tasca del hostal, se animaba el coloquio entre vecinos a la espera de meses más templados y días luminosos, cuando se movía la sabia de los árboles, florecía el amor y los chicos de la ... (ver texto completo)
jueves, 9 de julio de 2015
EL MAESTRO HERIDO EN LA MEMORIA (2)
Marta, muy observadora, agradeció a don Serafín su gran interés por los alumnos y sus deseos de enseñar; explicaba las lecciones con paciencia y detenimiento. Se acoplaba a la edad y capacidad de cada pequeño y su dedicación era eficaz y provechosa. Pese a todo, también detectó sus fallos de memoria, que no disimulaba, referidos a hechos recientes; olvidos muy expresivos cuando trataba de seguir ciertas rutinas.
Don Serafín se olvidaba del lapicero o de la tiza o de cualquier otro objeto de uso habitual; o aparecía con un solo calcetín porque desmemoriaba el otro; o con la bragueta suelta, provocando la risión de los niños maliciosos.
- Don Serafín –le avisaba Marta- aquí tiene lo que busca, -y le entregaba el cepillo de bayeta para borrar la pizarra.
- Perdona Marta; no sé qué me pasa. No doy una.
- Eso tiene que ser, -replicaba la niña- de la herida de guerra.
- Yo creo que sí. Pero, ¿qué puedo hacer?
Y Marta, cargada de paciencia, le decía.
- Se me ocurre que ha de tomar algunas precauciones: dejar las cosas que más usa siempre en el mismo sitio; o llevar atados con un cordoncito al ojal del chaleco, el lapicero, o la estilográfica; y hacer una lista con las tareas de cada día siguiendo un orden… ¡Cosas así!
- Tienes razón. Voy a intentarlo
Marta, consiguió que Don Serafín no anduviese a vueltas para localizar sus pertrechos cuando los necesitara.
Un buen día, pese a todo, apareció don Serafín en la clase con la camisa a medio abrochar sobrepuesta a la americana. Marta tan pronto se dio cuenta, avisó al maestro y éste salió del aula para poner su vestimenta en orden, mientras los niños se reían descaradamente no sin cierta crueldad.
Marta volvía a insistir en tono familiar, casi como si fuera una madre, o una novia, ante Don Serafín:
- En el momento de acostarse debe hacer una lista. Por cada prenda que se quite, hará una anotación. Supongamos que se desprende de la americana; tiene que anotar: “americana, colgada en la percha del armario”. Y si luego se descalza: “zapatos colocados bajo la silla”. Así hasta quedar desnudo, y entonces puede escribir: “Yo, en la cama”. Y al día siguiente, al levantarse, repasar la lista y empezar por el final: ponerse cada prenda por orden inverso, terminando por los zapatos y la americana.
Serafín, ya de noche, de regreso a su casa donde vivía solo, tomó el papel que le preparó Marta con el plan anti olvido y, al ir a acostarse, empezó la cuenta, manteniendo el orden a seguir al desnudarse para, al día siguiente, hacer lo mismo pero al revés para vestirse.
Se quitó la chaqueta y puso: “americana en la percha del armario”. Le tocó el turno a los zapatos y continuó: “zapatos debajo de la silla”. “Los calcetines, dentro de los zapatos”. “El chaleco en el perchero, encima de la chaqueta”. “La camisa, en el respaldo de la silla”. Y así hasta completar la lista y como quedaba solo su persona, puso punto final a la tarea: “Yo, en la cama”. Y durmió plácidamente.
Al amanecer, era un día de primavera con un sol espléndido asomando entre el pinar, Serafín abrió la ventana y aspiró profundamente el aire fresco y puro con olor de montaña florecida. “ ¡Una delicia!” –pensó-.
Se quiso vestir para dar un paseo antes de abrir la escuela.
Según lo convenido, consultó la nota encabezada por una advertencia escrita con mayúsculas por la espigada, amable, cariñosa y bien parecida Marta. Se leía: “Buscar cada prenda empezando por el final y vestirse en orden inverso al seguido para desnudarse”.
Al tomar el papel pudo leer el último renglón: “yo en la cama”.
Serafín recordó el consejo escrito por Marta: “Seguir al pie de la letra la indicación de esta nota”. Lo tuvo muy presente, pese a su desmemoria, porque Marta era su ángel de la guarda y sus palabras las repetía cien veces para dejarlas como grabadas a cincel en su mente.
Así que, el “yo, en la cama” interpretado al pie de la letra, le indujo a buscar su yo. Se fue a su lecho, alzó la sábana y no estaba ni encima ni debajo del colchón. Tiró de las mantas, por si estuviera envuelto en ellas, y tampoco allí apareció. Retiró el mueble, miró en todos los rincones de la habitación, luego en las demás alcobas de la casa, en los desvanes, en los establos ahora en desuso, en una despensa sin luces, y ¡nada!
Un sudor frío bañó todo su cuerpo. ¿Qué le diría a Marta, tan solícita como estuvo, al fracasar en su búsqueda? Sólo llegó a esta conclusión: “desnudo como estoy, no puedo ir a la escuela”.
Y no fue. Desolado, triste, compungido, se dirigió hacia un rincón, apoyó su espalda contra la pared y se deslizó hasta quedar en cuclillas, tembloroso y con sus ojos hundidos mirando al vacío, desmadejado, ido…
Al momento, con la escuela cerrada y sin comparecer el maestro, Marta sospechó que algo grave había pasado. Fue hasta la casa de don Serafín y comprobó que permanecía cerrada, aunque una ventana del primer piso estaba abierta. Sin más, se fue en busca del alcalde concejil y éste, advertido de la gravedad del caso, pidió la ayuda de dos mozos que pasaban por allí. Con una escalera de mano subió uno de ellos, entró en la casa por la ventana abierta y, sin detenerse, descendió al piso bajo para abrir la puerta desde dentro.
Entraron los cuatro, el alcalde, sus dos espontáneos ayudantes y Marta en la que ni se fijaron los primeros. Pronto descubrieron al maestro desnudo, acurrucado en un rincón, temblando de frío, aunque sudoroso, con disgusto manifiesto por no encontrar su yo.
- ¿Qué le pasa, don Serafín? –lo interpeló el Alcalde.
- No me encuentro –contestó el maestro con voz casi inaudible.
- ¿No se encuentra bien?
- No; no es eso. No me encuentro.
- Insisto: ¿no se encuentra bien?
- No es eso; no es eso.
El alcalde se volvió a sus acompañantes, imperativo.
- Hay que buscar al médico.
Solo Marta, humedecida en lágrimas, tomó una manta, tapó a don Serafín, lo ayudó a levantarse y lo acostó en la cama con amor. Bastaron unas palabras de la niña mujer para serenar al maestro. Marta lo tuteó como si fuera de casa: “Ya estás aquí, ya tenemos tu <yo, en la cama>. Lo he visto. Nos hemos encontrado.
Don Serafín sonrió placentero y su alma volvió a entrar en un clima cálido y sereno. ... (ver texto completo)
EL MAESTRO HERIDO EN LA MEMORIA

1

Todo empezó en la guerra del Rif, tan lejana, tan bárbara y sangrienta, en el verano de 1921.
Serafín, pobre por su casa de campesinos manchegos, maestro tras grandes sacrificios y mucho estudio, al cumplir veintiún años lo llamaron a filas. Por no tener dinero contante y sonante que lo redimiera de la guerra, se lo llevaron a Marruecos. Así, inesperadamente, se vio metido de lleno en el desastre de Annual con el grueso de las fuerzas españolas.
En la ... (ver texto completo)
ME OLVIDABA.
¿Dónde hay más corruptos? Donde hay más poder. ¿Cómo se arregla? Desde la escuela, empezando por los padres.
LOS CAMBIOS NO SE ANUNCIAN.
Siendo niño, en Vitoria donde resido, podía leerse un rótulo colocado en algunos edificios: "Prohibido hacer aguas mayores o menores bajo la multa de cinco pesetas". De noche, un sereno se acercó a un ciudadano que meaba en medio de una plaza: "Aquí no se puede mear". " ¿Cómo que no se puede? ¿Que estoy haciendo yo?" El agente descubrió que el infractor era un concejal; y se apartó: "Usted perdone". Y en su fuero interno pensó: "En lo que a mí se refiere, en lo sucesivo, como si quieren mear en la plaza las monjas de clausura".
Ya no existen esos letreros. Se ha corregido la mala costumbre, salvo en ocasiones festivas a nada que se descuiden. El cambio no se produjo por la vía de las prohibiciones. La educación cívico higiénica empezó en la escuela: fue lenta, como toda evolución razonada. Se funciona mejor, no por prohibición sino por convicción.
Las aspiraciones de cambio -a mejor- es propio de todos los países y naciones del globo terráqueo. Y al olfato de algo que se intuye, los políticos - profetas de nuestra época - saltan a la palestra a demostrarnos su capacidad para promover el milagro; para ellos el cambio prometido ha de ser prodigioso, algo así como volver a una nueva especie de paraíso terrenal. Estos neo profetas, como está demostrado, confunden el cambio que anuncian con la palenginesia.
De una situación mala puede uno deslizarse a otra a peor sin darse cuenta. Cuando estás hundido en la miseria se impone la realidad: en el, plano material, salir adelante es posible pero -salvo un golpe de fortuna- sólo a fuerza de sacrificios y disciplina. Cumpliendo unos objetivos con rigor resurgen la inmensa mayoría de los mortales. En estos casos los políticos ayudan, siempre y cuando consigan que todos arrimen el hombro, algo poco común por muchas razones: una cosa es prometer y otra dar trigo.
El cambio real de los países, viene cuando los seres humanos, uno tras otro, evolucionan positivamente. Y esto ¿qué es? Algo que sucede si los pueblos crecen en valores morales, en conocimientos, en buenas costumbres. Antes del cambio lo importante es la evolución de cada persona, y eso tiene mucho que ver con la escuela. Pero en España se enseña poco y, en cambio, se adoctrina mucho. Todo porque la escuela está en poder de los políticos y no de los padres. En España se ignora de hecho el elegir con libertad el modelo de enseñanza que quieres para los tuyos.
Por eso cuesta creer en los cambios anunciados por los políticos sin un razonamiento bien explicado. La evolución no la dictan las leyes tanto como las costumbres. Y el cambio de costumbres no se produce de un día para otro. ... (ver texto completo)
EL TERCER MILAGRO (1)

Ahora, cumplidos los ochenta años de las apariciones de Petrás, casi nadie recuerda a las Barredas, dos hermanas metidas en años allá por los años treinta, creyentes y muy leales a la fe católica, sufridoras silenciosas y resignadas ante la incomprensión del mundo ateo que se vino arriba –según su opinión- con la llegada de la II República.
Las Barredas, Encarna y Lucrecia, oriundas de Bellogín, vivían habitualmente en Vitoria, tenían buen pasar, veraneaban en Espejo y se apellidaban Barredo; pero como siempre iban juntas, para no confundirlas con otros Barredos del pueblo, se las conocía por las Barredas; de igual manera que a los Barredo que vivían cerca del puente de la Mota, en Espejo, los llamaban los Barredillos. ¡Nunca se supo por qué! Pero se lo decían sin mala intención.
Las dos hermanas Barredo vivían días de preocupación y angustia. Habían recibido recado de pasarse por el cuartelillo de la Guardia Civil para declarar sobre las apariciones de Petrás.
- Fíjate -le decía Encarna a su hermana-: ¿Cómo se puede creer que, por subir a Petrás tras un cura en procesión y rezando el Santo Rosario, se nos acuse de participar en una manifestación política no autorizada? ¡Habrase visto!
- ¿Y por eso tenemos que ir al cuartelillo?
- Por eso y porque, según parece, también creen que somos nosotras las instigadoras de las apariciones. ¿Sabes qué dicen? Que estamos tratando de atraer a Petrás a cientos de miles de personas a presenciar el milagro, porque lo que pretendemos es montar varios hoteles y restaurantes y un pabellón para vender agua milagrosa, estampitas y rosarios y forrarnos a cuenta de tanta visita. ¡Por eso nos llaman a declarar! Estos republicanos son unos desgarra mantas. ¿Tú piensas que si eso fuera cierto se lo íbamos a contar así, por las buenas?
Lo cierto era que el cabo de la Guardia Civil, siguiendo órdenes de la superioridad competente, cursó citaciones a varios de los supuestos implicados por ir en procesión hasta Petrás, tras el cura párroco del pueblo, a rezar ante un peñasco, donde, aprovechando un hueco con forma de hornacina, según decía un supuesto pastorcillo de Bachicabo, la Virgen María se la había aparecido al modo que lo había hecho ya en Lourdes o en Fátima en tiempos pasados y, por esos días, también en Ezkioga (Guipúzcoa). No era una broma, porque algunos de los videntes de Ezkioga terminaron en la cárcel y, luego, en un manicomio.
- Ponte guapa -le dijo Encarna a Lucrecia- que me van a oír.
Y allá se fueron ambas hasta la residencia de los cuatro guardias civiles y un cabo –comandante del puesto- acuartelados en Espejo (donde luego estuvo la herrería de Manuel Salazar) en un edificio que se abría a la carretera del Señorío de Vizcaya. ... (ver texto completo)
Para "Ciudadana". Gracias por su atención y amabilidad. Don Vela.
LA NOGALA SE SECO. (Continuación) (3 y último)

Allí había un hombre apostado que oteaba el camino de Mioma. Agarraba un arma de fuego con aire de estar al acecho, a la espera de una pieza de caza mayor. Al aproximarse lo reconoció Secundino Carballeira: era Onofre el bilbaino, adosado a su escopeta. Al llegar y tras un saludo, el afilador tomó la iniciativa:
- Buenos días, Don Onofre. ¿Va usted de caza?
- No. He venido a probar la escopeta, soltando un par de tiros.
- ¡Me extrañaba! Porque ... (ver texto completo)
El libro de cuentos AL AIRE LIBRE (autor Pedro Morales Moya) está a la venta -versión digital- por un euro en GOOGLE PLAY
LA NOGALA SE SECÓ. (Continuación, 2)

El ácrata dio un tirón, se desprendió del veraneante y sacando una navaja cabritera fue a endilgarle un tajo en el bajo vientre. Todo transcurrió en cosa de segundos. El filo de la cuchilla estuvo cerca de rajar las tripas del veraneante, si no es por un tal Secundino Carballeira, gallego y afilador, circunstancialmente por tierras de Valdegovía en el ejercicio de su profesión, que le arrebató la navaja.
- Este tío me quería matar –dijo Onofre.
- Lo mejor sería –se expresó el afilador con acento gallego cerrado- que todos corriéramos la cremallera para estar callados.
E hizo un gesto con los dedos índice y pulgar apretados, corriendo un supuesto cierre para dejar sellados los labios.
La faca cabritera, testimonio de cargo de un intento de agresión, quedó depositada en el establecimiento de Erasmo Bardeci con encargo de que le fuera entregada a la Guardia Civil cuando diera parte del suceso.
El afilador Carballeira, tipo singular peinado con raya en medio, patillas en hacha, bigote a lo káiser, cráneo braquicéfalo, cuadrado de tórax y facha de forzudo, era un adelantado en su oficio; iba en vanguardia. Viajaba en bicicleta adaptada con un soporte fijo que le permitía estacionarla con la rueda trasera alzada un palmo sobre el pavimento. Así, hacía funcionar un juego de muelas de distinto grano y afilaba al tiempo que daba a los pedales. De este modo lograba afinar el corte lo mismo a las toscas hachas, que a dalles, picos y azadones, cuchillos y tijeras y hasta las más delicadas navajas de afeitar. En la parte posterior del cuadro del ciclo móvil llevaba enganchado un carrito de una sola rueda donde guardaba todos sus menesteres, alguna ropa y ciertas vituallas y un singular toldo para armar una tienda de campaña. Muchos del oficio lo imitarían después de la guerra, dejando a un lado el viejo armatoste de madera, de bajo rendimiento, empujado a mano con mucho sacrificio.
Carballeira era un hombre curtido y perspicaz y tan pronto liberó de la cuchillada al bilbaíno Onofre, advirtió en sus ojos un ramalazo de odio; un odio corrosivo y amargo que lo invadió durante mucho tiempo. El bilbaíno, humillado por el agresivo sindicalista, intuyó que una rebelión armada crearía un clima de impunidad que facilitaría muchos deseos de venganza. Y Carballeira hizo in mente esta reflexión: “No somos nada; si yo fuera el navajero, saldría zumbando para poner tierra por medio”.
Días después, el veinticuatro de julio, viernes, Secundino Carballeira estaba en Mioma donde varios clientes le dieron ocupación para toda la jornada. Al despedirse, preguntó en tono distendido por el anarcosindicalista Simón Parejo y le dijeron que se fue de vuelta a tierras de Vizcaya por un camino de herradura que descendía, por la Peña de Orduña, hasta las cercanías de Tertanga.
Al día siguiente, festividad del Apóstol Santiago, una vez aseado en la fuente pública de Mioma, Secundino Parejo tomó su bicicleta taller, enganchó el carrito de las provisiones y asistencias y se fue por el camino de Valpuesta, donde pensaba oír misa mayor en la iglesia parroquial en homenaje al apóstol, patrón de su tierra. Un pinchazo en la rueda delantera lo detuvo no muy lejos de la nogala achaparrada y umbrática de la vera del camino. Y decidió llegar hasta ella en busca de sombra para desmontar la rueda, sacar la caja de parches y arreglar la avería. ... (ver texto completo)
LA NOGALA SE SECÓ

Mioma, pueblecillo alavés colgado en una loma del Valle de Gobea, a setecientos metros de altitud, vive envuelto entre vientos arrebatados de la Sierra Salvada y remusgos vespertinos procedentes de los páramos de Losa.
A la vera del camino, bajando hacia Valpuesta, vivía una nogala joven, muy productiva pese a su corta estatura y a su copa achaparradita y de poco vuelo. No era de nadie y era de todos: un bien comunal que daba frutos y rendía sombra.
Con sus nueces verdes, precoces y tiernas de principios del verano, la señora Narcisa elaboraba un postre en almíbar nada empalagoso, siguiendo fielmente los dictados de una receta cedida por las monjas enclaustradas en el convento de San Juan de Acre, de Salinas de Añana.
Por el año treinta y uno, -cuando los republicanos mandaron al exilio a don Alfonso XIII y en el libro de historia que se manejaba en las escuelas del Valle sustituyeron su fotografía a toda página por la de don Niceto Alcalá Zamora- al que sus detractores con mala uva apodaban “El Botas”-, la economía iba mal y nos acabó de chingar -en versión del malandrín herrador de Espejo- el quinquenio republicano.
La crisis se inició en los EE. UU. Los americanos pasaron por el crac del veintinueve y nos contagiaron su peste financiera. La notaron más las zonas fabriles. En la industriosa Vizcaya, muchos tuvieron que trancar sus negocios. Y los obreros en paro, bastantes, buscaron entre los campesinos del sur el currusco de pan que le negaban las empresas en trance de cerrar.
Por el puerto de Orduña subían a pie, pisando el galipote reblandecido por el calor del verano de la carretera del Señorío, las mesnadas hambrientas. Algunos de sus miembros encontraron cobijo y comida en casas de labriegos valdegobeños; entre ellos Simón Parejo, cenetista, de verbo ardoroso y boca caliente . Le dieron trabajo en Mioma.
En julio del treinta y seis, el domingo diecinueve, fiesta de guardar, Parejo bajó a Gurendes para alternar en la taberna. En el establecimiento de Erasmo Bardeci, pidió un chiquito de vino y se puso a charlar del hecho noticiable de esa fecha: el golpe armado iniciado en Marruecos.
Estaban también allí, a la orilla de la carretera de Bóveda, grupos de personas curiosas y alertadas por la gravedad de la noticia y, entre ellos, un veraneante bilbaino llamado Onofre, a la sazón residente en Valpuesta; le preocupaba el alzamiento y sus repercusiones.
Desde la madrugada de aquel día fueron muchos los convencidos de estar viviendo una jornada comprometida que haría historia. Tanto en Burgos como en Vitoria, los militares se habían alzado en armas contra el Gobierno de la República. Se suponía que el Valle estaba en zona nacional. Pero aún no era así.
Ese mismo día el Obispo de Vitoria andaba por el Valle impartiendo el sacramento de la confirmación. Los de Gurendes lo vieron pasar raudo en el coche de los Díaz de Tuesta conducido por Juan Manuel, uno de los hijos de don Celerino, en ruta hacia Vitoria sede de la diócesis vasca.
Simón Parejo lo reconoció al paso, soltó una blasfemia y tildó al jerarca de la Iglesia de “come hostias” en voz alta, para que todos lo oyeran. Dos mujeres se santiguaron ante el horror de la blasfemia.
Y pese a la religiosidad de los paisanos que oyeron el exabrupto del sindicalista, nadie se atrevió a pararle los pies. Nadie salvo Onofre, el bilbaíno de Valpuesta, que lo agarró por el cuello de la camisa y, de poder a poder, con un par le dijo: “Tú te vas a meter la lengua en el culo, el sitio más adecuado para la basura que vomitas”.
(De mi libro de cuentos "AL AIRE LIBRE". Pedro morales Moya) ... (ver texto completo)
He ahí mi colaboración

"Quieta, anclada en su silla de ruedas, la anciana seguía las evoluciones de aquella niña, de dos años y medio, jinete sobre un elemental juguete con ruedas; avanzaba apalancando los pies en el suelo y moviéndolos con agilidad y fuerzas impropias de su edad".
" ¿Te llamas...?" - "Valeria", respondió la niña. - " ¿Echamos una carrera?".
"-Vale" respondió la invitada. Y se pusieron con sus carrucos en línea de salida la tullida dama y la sonrosada niña.
"Cuento hasta tres, y salimos". "Vale", volvió a repetir la niña.
Allá se fueron disparadas por la senda ancha del jardín, en aquella residencia
para personas impedidas. La niña estaba de visita. Venció Valeria. Le anunció a su competidora: "Le diré a mi mamá que te he ganado". " ¿No te da pena que yo haya perdido". "No; no me da niunguna pena" dijo, Valeria...
(Pedro Morales Moya. Autor de "Al aire libre". Cuentos alaveses.) ... (ver texto completo)
La corrupción no va por barrios, ni por partidos, es un mal generalizado y,
por tanto allí donde hay poder, y/o dinero, los corruptos se encuentran con el clima favorable para hacer de las suyas.

En una democracia como la española en la que se han integrado polìticos, que creen que la pólvora del contribuyente viene del cielo, como el maná, cuando llegan al poder lo primero que piensan es en no perderlo. No importa el dinero, y dispuestos dar felicidad a los sufridos votantes, como las arcas ... (ver texto completo)