LA NOGALA SE SECÓ...

LA NOGALA SE SECÓ

Mioma, pueblecillo alavés colgado en una loma del Valle de Gobea, a setecientos metros de altitud, vive envuelto entre vientos arrebatados de la Sierra Salvada y remusgos vespertinos procedentes de los páramos de Losa.
A la vera del camino, bajando hacia Valpuesta, vivía una nogala joven, muy productiva pese a su corta estatura y a su copa achaparradita y de poco vuelo. No era de nadie y era de todos: un bien comunal que daba frutos y rendía sombra.
Con sus nueces verdes, precoces y tiernas de principios del verano, la señora Narcisa elaboraba un postre en almíbar nada empalagoso, siguiendo fielmente los dictados de una receta cedida por las monjas enclaustradas en el convento de San Juan de Acre, de Salinas de Añana.
Por el año treinta y uno, -cuando los republicanos mandaron al exilio a don Alfonso XIII y en el libro de historia que se manejaba en las escuelas del Valle sustituyeron su fotografía a toda página por la de don Niceto Alcalá Zamora- al que sus detractores con mala uva apodaban “El Botas”-, la economía iba mal y nos acabó de chingar -en versión del malandrín herrador de Espejo- el quinquenio republicano.
La crisis se inició en los EE. UU. Los americanos pasaron por el crac del veintinueve y nos contagiaron su peste financiera. La notaron más las zonas fabriles. En la industriosa Vizcaya, muchos tuvieron que trancar sus negocios. Y los obreros en paro, bastantes, buscaron entre los campesinos del sur el currusco de pan que le negaban las empresas en trance de cerrar.
Por el puerto de Orduña subían a pie, pisando el galipote reblandecido por el calor del verano de la carretera del Señorío, las mesnadas hambrientas. Algunos de sus miembros encontraron cobijo y comida en casas de labriegos valdegobeños; entre ellos Simón Parejo, cenetista, de verbo ardoroso y boca caliente . Le dieron trabajo en Mioma.
En julio del treinta y seis, el domingo diecinueve, fiesta de guardar, Parejo bajó a Gurendes para alternar en la taberna. En el establecimiento de Erasmo Bardeci, pidió un chiquito de vino y se puso a charlar del hecho noticiable de esa fecha: el golpe armado iniciado en Marruecos.
Estaban también allí, a la orilla de la carretera de Bóveda, grupos de personas curiosas y alertadas por la gravedad de la noticia y, entre ellos, un veraneante bilbaino llamado Onofre, a la sazón residente en Valpuesta; le preocupaba el alzamiento y sus repercusiones.
Desde la madrugada de aquel día fueron muchos los convencidos de estar viviendo una jornada comprometida que haría historia. Tanto en Burgos como en Vitoria, los militares se habían alzado en armas contra el Gobierno de la República. Se suponía que el Valle estaba en zona nacional. Pero aún no era así.
Ese mismo día el Obispo de Vitoria andaba por el Valle impartiendo el sacramento de la confirmación. Los de Gurendes lo vieron pasar raudo en el coche de los Díaz de Tuesta conducido por Juan Manuel, uno de los hijos de don Celerino, en ruta hacia Vitoria sede de la diócesis vasca.
Simón Parejo lo reconoció al paso, soltó una blasfemia y tildó al jerarca de la Iglesia de “come hostias” en voz alta, para que todos lo oyeran. Dos mujeres se santiguaron ante el horror de la blasfemia.
Y pese a la religiosidad de los paisanos que oyeron el exabrupto del sindicalista, nadie se atrevió a pararle los pies. Nadie salvo Onofre, el bilbaíno de Valpuesta, que lo agarró por el cuello de la camisa y, de poder a poder, con un par le dijo: “Tú te vas a meter la lengua en el culo, el sitio más adecuado para la basura que vomitas”.
(De mi libro de cuentos "AL AIRE LIBRE". Pedro morales Moya)