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Diario 16

Estos días Mohamed VI está reinventando la guerra, la guerra demográfica, la guerra malthusiana consistente en llenar de gente un país enemigo, ocuparlo –no invadirlo como dice la extrema derecha porque en realidad no hay tal poderío militar ni soldados–, inundarlo de miserables y hundir su economía y su sociedad por pura explosión o reventón estadístico. Pocas ideas habrá tan maquiavélicas, retorcidas y despiadadas. 

A falta de un ejército moderno y preparado, a la espera de los temibles misiles tierra-aire, las bases aéreas y los reactores nucleares prometidos por el amigo yanqui que no terminan de llegar, el monarca alauí ha encontrado una delirante estrategia bélica tan atroz como repugnante: arrojar a sus niños hambrientos al mar –náufragos no le faltan, los tiene por miles vagando por las calles de todo el país–, y lanzarlos contra las codiciadas plazas de Ceuta y Melilla.

En el fondo, Mohamed VI no hace sino continuar con las macabras tácticas guerrilleras inventadas por Bin Laden. Si el barbudo saudí de la Yihad empleó unas cuantas cuchillas y una panda de idiotas dispuestos a secuestrar aviones y lanzarlos contra Nueva York, poniendo el mundo patas arriba, el sátrapa de Rabat cree haber encontrado su propia arma mortífera para doblegar a los españoles: una inmensa infantería de niños desnutridos y desarrapados; un pueblo famélico deseoso de sortear la frontera para escapar del infierno; una gran “marcha negra”, como aquella marcha verde del 75, para arrasarlo todo a su paso.

“Preferimos morir aquí que regresar a nuestro país”, afirma uno de los niños rescatados en las aguas de El Tarajal. “Viva España, oé”, entonan los jóvenes náufragos apilados como fardos, por la Guardia Civil, en las playas de Ceuta. La imagen no puede ser más deleznable y bochornosa para la corrupta monarquía marroquí.

Mientras su pueblo naufraga en la miseria, la Casa Real recibe una asignación anual de 250 millones de euros

Entre tanto, Santiago Abascal se ha bajado al moro para avivar la llama del odio contra el inmigrante. Trata de convencer a los asustados vecinos de las ciudades autónomas de que esto es una invasión como en el 711 cuando en realidad es la guerra perdida de un rey acabado; la eterna batalla entre pobres y ricos; piedras contra tanques y alambradas; cabreros medievales contra la opulenta Europa; señores feudales del hachís contra la democracia y el Estado de derecho. Los niños manipulados y reprogramados como inocentes guerreros. Una inmolación infantil en el mar como estrategia para poner de rodillas al enemigo. Ni en los tiempos de las Cruzadas, cuando se enviaba a la gente a morir como ganado contra el perverso infiel, se llegó al nivel de bajeza y perversidad moral de la monarquía alauí.