MAÑANA FRÍA DE MAYO (1ª parte), Literatura

MAÑANA FRÍA DE MAYO (1ª parte)

Sombras que se ciernen sobre el umbral de la mente, aposentándose en el zaguán, ante la entrada de la cavidad donde languidecen las ideas, custodiando la cancela cual celoso cancerbero, impidiendo la fuga de toda idea coherente, así como la entrada de cosa alguna que las motive.

Con la mente obtusa y la vista perdida en un punto del exterior, desde la silla que ocupo junto a una mesa donde reposa un servicio de desayuno vacío, en el que hace tan solo un instante reposaban unos churros en el plato y el café humeaba en la taza, observo a través de los cristales de la puerta del local, cómo el viento frío de esta fresca mañana primaveral del mes de mayo, mece las frágiles ramas de los bajos matorrales que crecen al amparo de las centenarias piedras que conforman los añejos muros de la iglesia.

Pegados a la pétrea pared, apenas tienen sitio entre ésta y el nuevo bordillo de la acera para enraizarse allí, para profundizar horadando la apretada tierra, llegándose con sus raíces a acariciar los cimientos del templo, en su afán por agradecerle su desinteresada protección, adhiriéndose a él con sus capilares o rizomas, por entre los resquicios que puedan existir entre rocas y cascotes que lo conformen.

Al poco me sacan de mi abstracción dos nuevos clientes, que tras cruzar las puertas e interrumpir mi panorámica, dan los buenos días, siendo correspondidos por los que ya estábamos dentro. El camarero, y dueño del negocio, se dirige al hombre de la pareja en tono amistoso, cordial, como de conocerse ya desde hace tiempo. Más tarde, a tenor de las conversaciones, pude constatar que era nativo del lugar, pero residía en Madrid desde hacía muchos años, volviendo a su pueblo los fines de semana que podía, procurando pasar aquí el verano completo.

La pareja tomó asiento junto a una mesa contigua a la mía y entablaron conversación con otros presentes, interrumpiéndoles sus exposiciones, al “cambiar de tercio” el recién llegado. Y nunca mejor viniera el símil, pues la conversación trató de llevarla por derroteros taurinos.

Las conversaciones se cruzaban. En lo que unos hablaban de toros y toreros, otros llevaban sus comentarios a su terreno, al pueblo, del que estaban orgullosos al residir en él, unos, y del que despotricaban otros por culpa, precisamente, de todos “los extranjeros” que vienen a hacerlo menos tranquilo y menos bello, como se desprendía de unos comentarios vehementes, por una parte, y más condescendientes por otras.

... “-Pues va a Bilbao el diez y seis”. Decía el camarero, escoba en mano, a uno de los parroquianos que se encontraba echando monedas en la máquina tragaperras. “–Ya, es un chico bárbaro”. Le contestó el aludido, haciendo ambos referencia a un torrero, del que no supe el nombre al no oírlo cuando lo nombraron, por estar más atento a la conversación que desarrollaba “el otro bando” más cercano a mí, y que versaba sobre el pueblo. “-Este año en Madrid, no, pero el año pasado hizo una faena de mucho mérito”. Apostillaba el camarero dejando a un lado la escoba, dirigiéndose después tras el mostrador para servir los cafés y churros que le habían solicitado los recién llegados y otros dos que un instante antes entraron.

... “-El Madrid de los setenta y ochenta ya no es lo que era”. Decía “el madrileño”, con claras reminiscencias a un Madrid, que por supuesto, y por estar ya en otro siglo no volvería. Nostalgia evidente de todo “ochentista” que se precie de serlo, como bien se apreciaba que era el interlocutor, creyendo que aquél Madrid lo crearon ellos y “nos lo han venido a estropear todas las nuevas generaciones con sus novedosas costumbres” –palabras textuales-. “-Aunque nosotros fuimos los que sentamos las bases para que éstos pudieran disfrutar de las suyas tan ricamente; con la movida madrileña y otras aperturas, de las que se han venido a beneficiar todos, sin haber arrimado el hombro como hicimos los demás”. Y se quedó más ancho que alto, acentuando su chaparra estatura.

Palabras que oí con interés, o al menos con atención, pues viví aquella época además de disfrutarla. Por tanto, no estaba de acuerdo con sus afirmaciones, ya que no me considero “ochentista” y podría yo haberle rebatido, pues los de mi generación juvenil y adolescente, creyéndonos en edad de disfrutar ciertos placeres reservados a “los más mayores”, o “a los hombres” de aquella época –los sesenta y setenta-, nos considerábamos, o se consideran los que así lo creen, pues yo nunca me he apuntado el tanto aunque participase en el juego, que fuimos nosotros, nuestra generación, la que trajo toda apertura; tanto política como social y de libertades para la juventud.

Lo único más relevante que trajeron, y dejaron los “ochentistas” -los que así se vanaglorian de llamarse, no todo el que vivió la época-, fue el consumo de alucinógenos a ojos vista, “a plena luz del día”, siendo que nuestra generación aún lo hacía en privado; en “guateques” o reuniones caseras, pero no en la calle, donde creíamos que era dar mal ejemplo a los “jóvenes”, con las imágenes de peleles en que se convertían los que los consumían. Además, pesaban sobre nosotros otros cargos de conciencia, difíciles de desprenderse de ellos en tan solo el cambio de una década, tan arraigados en nosotros debido a la educación estricta recibida. También es cierto, que los que crearon la susodicha “movida”, fueron, o fuimos, los que pasaban o pasábamos de una a otra década, los que en la anterior usábamos pantalones campana y melenas; los que buscaban “nuevos horizontes” pues ya estaban hastiados de los que “descubrieron” diez años antes y no supieron, o mejor no quisieron, adaptar su vida ni encasillarla en los modismos y logros conseguidos, queriendo más libertad, ansiando más y más cosas, entrando de lleno en el consumismo y estrellándose en él al trascurrir de los años.

Siguiendo el hilo a la conversación sobre la capital, el camarero le respondió, apoyado en el mango de la escoba, de cara a los que ocupábamos las mesas, teniendo a su espalda el mostrador, imagen del pastor que vigila su rebaño: “-Bueno, pero tiene su encanto. Madrid sigue con su encanto, vayas por donde vayas. Y en verano hará calor, no te lo discuto –nadie le había contradicho ni una palabra-, pero puedes ir como quieras y adonde quieras sin problemas”.

Yo seguía las conversaciones alternativamente, ya que se cruzaban de derecha a izquierda del local, perdiéndome ciertas frases de unos y otros. El camarero respondía a estos o aaquellos, dependiendo del interés que provocasen en él los comentarios, los que “captaba y cogía al vuelo”, estando “en el plato, al caldo y las tajás”, como dice un antiguo dicho popular.

... “-Sí, tu prima, la del tío Vicente, vivía por allí, en la calle...”. Decía el “pastor a una de sus ovejas”, y que le hilaba la conversación por otro lado, aunque coincidiesen con el lugar, ya que “el madrileño” había conseguido centrarla en Madrid, dejando de lado la tauromaquia y el pueblo....“Sí, en Martínez de La Riva”. Contestaba al camarero, ya que daba la impresión de no recordar este el nombre de la calle. “-Sí, eso, por allí está; yo cogía el autobús en Tirso de Molina”. Contestóla el “vigilante del rebaño”.

...”Por mucho cariño que se le tenga a tu pueblo”, pero es así. Apostillaba otro de los contertulios al final de su parrafada en la conversación, que viajaba de Madrid a Sacedón alternativamente, dependiendo si hablaba “el madrileño” o lo hacía “el sacedonense”; o sacedonero, que tanto da, aunque a mí me resulte más agradable el primer gentilicio que el segundo.

“-Aquí no hacen nada por dar facilidades al que viene”. Contestó el dueño del local, interviniendo en esta otra conversación, ya que daba cancha alternativamente a unos y otros. “-Porque, no nos engañemos –prosiguió-, si no fuera por el turismo que viene, aquí no paraba nadie”. Algunos asintieron con un leve movimiento de cabeza afirmativo y otras y otros lo hicieron con palabras, dándole la razón. Y continuó de la guisa que se verá y mirando al madrileño, como dirigiéndose a él en exclusiva –quizás por aquello de dejar de lado al pueblo-, lo que éste tomó como clara alusión a su persona, como así lo mostraba el cariz que tomó su expresión, que de asentimiento y satisfacción, pasó a reflejar asombro y contrariedad.

Continuará

AdriPozuelo (A. M. A.)
Sacedón, Guadalajara
mayo de 2012