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Los 97 muertos en una de las tragedias laborales “más sangrientas” del siglo XIX de la que se desentendió el Gobierno
En 1895, una explosión en un almacén situado en Palma provocó una tragedia sin precedentes y desató una oleada de solidaridad que se extendió a toda España en una época en la que parte del empresariado escatimaba recursos y medidas de seguridad para aprovechar al máximo sus beneficios
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Aspecto del polvorín tras la explosión
Aspecto del polvorín tras la explosión Archivo Andreu Muntaner Darder
Esther Ballesteros

Mallorca
30 de abril de 2023 22:46

“Me encontraba yo en plena vía pública, entre el la plaza Atarazanas, cuando sonó una formidable explosión a la que se estremecieron puertas y cristales y puso a la par en conmoción todos los ánimos. ¿Qué había ocurrido? Una densa y grande nube negra ascendía lentamente por el espacio sereno en aquella límpida mañana otoñal. Era la lúgubre pregonera de la desgracia”. El escritor y dramaturgo Josep Tous i Maroto describía en estos términos la que se considera, aún en la actualidad, la mayor tragedia laboral ocurrida en Mallorca: la que tuvo lugar el 25 de noviembre de 1895 en un almacén de pólvora situado a las afueras de la amurallada ciudad de Palma. Hasta 97 trabajadores, la mayoría mujeres y niños, fallecieron en una explosión que hizo temblar los cimientos de la urbe y que sindicatos como UGT califican como uno de los accidentes laborales “más sangrientos” de los registrados en todo el país.

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El siniestro se produjo en una época en la que la actividad en las fábricas comenzaba a tomar fuerza al socaire de la revolución industrial, a pesar de que la mecanización aún era deficiente y la preparación laboral, escasa. Como explica Joan Huguet i Amengual en El record d'una tragedia. Explosió al polvorí de Sant Ferran, editado por UGT, el incremento del dinero circulante emitido por el Banco de España para financiar la guerra y la consiguiente depreciación de la peseta, unido a una inflación superior al 12%, menguaban aún más el poder adquisitivo de una población asediada por los altos tributos y gravámenes necesarios para financiar el conflicto. “En este clima enrarecido, en el que se extendía el desánimo, no era difícil hablar de una clase trabajadora bajo presión y un empresariado que escatimaba recursos para aprovechar al máximo sus beneficios”, explica el historiador. Y ese día, en el polvorín de Sant Ferran, nada fue como tenía que haber sido.

Ubicado sobre el revellín de Can Pelat o Casa del Rei don Jaime, construcción que desde el exterior reforzaba las murallas de Palma, un barracón de madera de reducidas dimensiones servía para desmontar cartuchos obsoletos en aras a recuperar la pólvora y otros materiales que habían servido de munición a las armas del Ejército español. Dentro del almacén, más de un centenar de trabajadores y trabajadoras, numerosos niños entre ellos, se afanaban en rescatar los componentes, principalmente plomo y latón, entre precarias condiciones laborales y medidas de prevención prácticamente inexistentes. No en vano, éstas se reducían a la prohibición de fumar, a la obligación de ir descalzos o con 'espardenyes' en las horas de trabajo, a no pegar golpes al fulminante de la cápsula, a retirar la pólvora obtenida de los cartuchos dos veces cada día y a almacenarla en sacos dentro del polvorín.

Reconstrucción de la catástrofe, por D. J. Tous
Una catástrofe que conmocionó al país
Como determinaron las investigaciones posteriores, si el contratista de los trabajos de inutilización de los cartuchos, Gabriel Padrós, hubiera aplicado las medidas de seguridad necesarias, probablemente los hechos jamás se habrían producido. Pero no fue así. De modo que aquel 25 de noviembre de 1895, lunes, poco antes de las 14.00 horas, “una espantosa catástrofe, de esas que dejan imperecedera y triste memoria en la historia de los pueblos”, cubría de luto “a la hermosa capital de las Baleares”, como dejó constancia el boletín oficial de la provincia. Una explosión cuya causa no llegó a aclararse por completo acabó de inmediato con la vida de decenas de personas que trabajaban en el lugar. La onda expansiva sacudió las zonas próximas a las puertas de Jesús, Santa Margalida y Pintada -en torno a la actual Plaça d'España y parte de las Avenidas-. Toda la población de Mallorca quedó conmocionada por el suceso, el duelo se extendió al resto del país y, a iniciativa de la reina María Cristina, se abrieron cuentas de donaciones y colectas por toda España.

Como documentan las crónicas de entonces y el expediente judicial que siguió al suceso, 52 trabajadores murieron en el mismo lugar de la explosión. Muchos de ellos habían comenzado a trabajar en el revellín el día anterior e incluso la misma jornada de los hechos. Al día siguiente, los periódicos de la época, consultados por elDiario. es, se hicieron eco de la tragedia, como el diario republicano Las Baleares: “De una muchacha sabemos que ayer a la una empezó a trabajar en el revellín, ¡y a la una y media había dejado de existir! Murió con ella su padre, que trabajaba allí desde hacía tiempo, y dícese que también murió el novio, que la había acompañado al taller”.

De una muchacha sabemos que ayer a la una empezó a trabajar en el revellín, ¡y a la una y media había dejado de existir! Murió con ella su padre, que trabajaba allí desde hacía tiempo, y dícese que también murió el novio, que la había acompañado al taller

Diario 'Las Baleares', al día siguiente de la tragedia
El mismo rotativo describía con dureza la escena con que se topó al cubrir lo sucedido: “Al llegar al sitio de la catástrofe el espectáculo era terrible. No hay palabras con que expresar la penosa sacudida que el ánimo sentía. Cincuenta y un cadáveres carbonizados, ardiendo las ropas, manchados con cuajarones de sangre... La muerte en su aspecto más horroroso”. Y proseguía: “Cuatro cuerpos humanos yacían en el foso, arrojados allí por la explosión; cuarenta y siete permanecían hacinados entre los escombros y los trozos de madera encendidos. De estos cuerpos, catorce nos parecieron varones, los restantes mujeres; mas los estragos eran tales que en muchos de estos infelices ni aun el sexo podía adivinarse”.

“Una larga procesión de camillas” hacia el hospital
Quienes no murieron en el acto fueron trasladados al hospital provincial de Palma, donde muchos fallecieron días después. “Una larga procesión de camillas con un cuerpo que se retorcía por el dolor, o estaba yerto por la misma intensidad del sufrimiento fue desfilando desde el foso al Hospital Civil”, señalaba la crónica de Las Baleares, para, acto seguido, renunciar a ilustrar “aquellas escenas de dolor; más fácil es imaginarlas que describirlas”. Las familias se agolpaban en el centro hospitalario: “Dichosos los que hallaban a un padre, una madre, una hija. ¡Cuántos buscaban inútilmente un ser querido, que ya no responderá jamás al llamamiento de su nombre por yacer su cuerpo inanimado en el depósito del cementerio!”.

Calle Sant Miquel de Palma a finales del siglo XIX. En su confluencia con la calle Oms, a la derecha, se ubicaba el conocido popularmente como Hospital Militar, donde fueron trasladados los heridos por la explosión Fotos Antiguas de Mallorca (FAM)
Las hipótesis que se barajaron sobre las causas del suceso apuntaban a que un obrero hubiera golpeado demasiado fuerte un cartucho o que el capataz se ausentara y alguno de los trabajadores hubiera fumado. Pero, principalmente, las pesquisas se centraron en averiguar qué medidas de seguridad habían sido implantadas en el polvorín. No en vano, el diario La Almudaina, tres días después de la catástrofe, exigía conocer “las condiciones legales y técnicas con que se practicaban manipulaciones tan arriesgadas como las del polvorín de San Fernando” e instaba a “depurar cómo se han cumplido las prescripciones de la ley reguladora del trabajo de las mujeres y los menores, y si pudieron legalmente emplearse en la manipulación de sustancias explosivas”.

El “interés individual y egoísta” del contratista
El sábado 30 de noviembre, uno de los periodistas del mismo periódico se preguntaba: “ ¿Puede el Estado seguir entregando a la especulación particular esa cartuchería antes de desbaratarla?”, toda vez que ponía en cuestión el método de subasta utilizado -el adjudicatario había adquirido en una subasta militar la partida de cartuchos metálicos rechazados por el Ejército y con los se encontraban trabajando quienes fallecieron-, dado que comprometía la seguridad de los obreros. En total, 13.770.020 cartuchos por 9,25 pesetas el millar. “El interés individual y egoísta puede andar remiso en la adopción de los cuidados necesarios, atento al lucro propio antes que al interés colectivo”, dice la crónica, que recriminaba que el adjudicatario “quería aprovechar al máximo el producto”. “Obligaba a los obreros a separar el plomo, el latón y la pólvora de los cartuchos. En estas delicadas tareas se empleaba incluso a mozalbetes. Las mujeres llevaban atado a la cintura un saquito para recoger la pólvora y en esa parte del cuerpo sufrieron las peores heridas”, añade.

El adjudicatario quería aprovechar al máximo el producto. Obligaba a los obreros a separar el plomo, el latón y la pólvora de los cartuchos. En estas delicadas tareas se empleaba incluso a mozalbet