¿Para qué sirve un alcalde?...

¿Para qué sirve un alcalde?

Desde luego no para darles la murga a sus vecinos.

Luis Ventoso.

Actualizado:

29/10/2018 01:17h.

Aunque está de moda echar pestes de los políticos, abundan los ejemplos de gestores de mérito, especialmente en la vida municipal, olvidada por el foco mediático nacional. Uno de los pequeños milagros de estas cuatro décadas de democracia ha sido la llamativa mejoría de muchas capitales de provincia. León, Valencia, Burgos, Bilbao, Santander, San Sebastián, Málaga, Vitoria, Valencia... por citar solo algunas, son hoy urbes agradabilísimas e interesantes, que han dado un vuelco a su pasado. Han sabido aprovechar el maná de los fondos europeos, cierto. Pero también han contado en algún momento con regidores visionarios y con buen gusto, que vieron venir el futuro.

Tal vez el mejor alcalde en activo de España sea Francisco de la Torre, el mandatario de Málaga, al que en diciembre le caerán los 76 y quien, pese a las admoniciones de su mujer, ha decidido repetir tras 18 años en el cargo. Su primera ventaja es que no es un tarugo: posee dos licenciaturas, sociólogo e ingeniero agrónomo. Además lo adorna un talante práctico y nada sectario. El golpe de Tejero lo pilló en el Congreso como diputado de UCD -él fue quien se hizo con el pequeño transistor que permitió a sus señorías enterarse de cómo iba el envite fuera- y más tarde pasó al PP. Como alcalde le ha dado la vuelta a Málaga, convirtiendo la ciudad en un enclave cultural de eco europeo y un imán para turistas y cruceros. Contar todo lo que ha hecho es largo, pero resumimos: peatonalizó el corazón del centro, hoy encantador; renovó el parque; abrió el paseo marítimo de poniente; hizo el auditorio y aparcamientos, y campos de fútbol en los barrios; ofreció oportunidades sociales con viviendas de protección; aseó la ciudad y la volvió más verde y confortable. Pero su golpe maestro han sido los centros de arte: el Museo Picasso, el Thyssen, el Pompidou, el Museo Ruso, el de Arte Contemporáneo... Una oferta inimaginable a comienzos de este siglo.

A De la Torre le ha ido bien porque ha entendido lo básico: un alcalde debe ofrecer a sus vecinos una ciudad limpia y grata, con buenos servicios e iniciativas novedosas que la vuelvan atractiva para vivir, viajar o invertir allí. En el reverso de este sencillo planteamiento están los alcaldes del populismo podemita que padecemos en algunas ciudades. Su vocación es justo la inversa: monserga ideológica a tutiplén, calles guarras e ideas cero. Ejemplo acabado es doña Manuela en Madrid, cuyo soniquete cordial enmascara una aturrullada incompetencia. Madrid no va bien gracias a ella, sino a pesar de ella. En mi ciudad natal, La Coruña, disfrutamos de los éxitos de la pandi nacionalista Marea: pintadas hasta en la sopa, mobiliario urbano roto, incapacidad patológica para la gestión, chanchullos con amiguetes ideológicos y aversión a todo lo que represente negocios, empleo y grandes proyectos. Ahora bien, ya somos los líderes del Atlántico en turrada progresista. «Espacio libre de sexismo», reza un cartel que han plantado en el Acuario, no vaya a ser que algún besugo se propase con una lubina. Roña en las aceras y murga ideológica resentida. Agotadores

Luis Ventoso.

Director Adjunto.