La prensa y las pantufladas (2/2)...

La prensa y las pantufladas (2/2)

Porque la cronología de los hechos es también muy importante en este proceso de acción-reacción que condujo al golpe del 36, instigado siempre inicialmente por atentados y acciones del escuadrismo falangista, la versión castiza del fascismo de la derecha más violenta desde las elecciones de febrero de ese año. Antes del asesinato de Calvo-Sotelo, pistoleros falangistas habían acabado con la vida de un teniente republicano, Castillo, igual que antes del asesinato de dos exaltados falangistas semanas antes, esa misma milicia de ‘los puños y las pistolas’ había atentado contra el republicano presidente de las Cortes y asesinado a sus dos escoltas. A esta estrategia, considerada entonces definitivamente fracasada, se refiere Mola en su última circular del 1 de julio, última antes del golpe. Es decir, desestabilizar la República a base de atentados y asesinatos selectivos para justificar luego un golpe de estado ‘salvador, patriótico y providencial’.

Sin duda el de octubre de 1934 es uno de los mayores errores de los sectores de la izquierda que identificaron revolución con violencia, ahora aprovechados por la historiografía derechista para tratar de justificar el 18 de julio de un modo ahistórico y descontextualizado. El movimiento revolucionario que empezó con una huelga general en Asturias en el otoño de 1934 (causó más de 800 muertos) no tiene justificación por mucho que se presentase como una medida para impedir la implantación de una dictadura al estilo de la recientemente proclamada por Hitler y el partido Nazi en Alemania, que es lo que venía a insinuar Gil Robles. Su entrada en el gobierno de Lerroux es precisamente lo que desencadena el proceso revolucionario en el que de forma inconsciente acaba entrando una parte de la UGT. Pero colocarla en el mismo plano que lo sucedido en julio del 36 es una de las mayores patrañas jamás contadas al pueblo español por los hagiógrafos franquistas y sus terminales mediáticos. Dos años antes de esa huelga revolucionaria de los mineros de la cuenca asturiana, la oligarquía terrateniente y el sector africanista del ejercito ya había intentado derribar a la República, algo que conseguirían cuatro años después.

Pero sin duda lo más asombroso de toda la sarta de falsedades deslizadas por Eduardo Inda es acusar a la República de los desmanes que se vivieron en esos años, desde atentados terroristas a la quema de iglesias y conventos, actos absolutamente condenables pero que sucedieron en otras muchas épocas y sistemas, y no solo en la España Republicana. En plena Restauración (Semana Trágica de Barcelona de 1909, con el conservador Antonio Maura en el poder) llegaron a arder en un solo día varios conventos en plena guerrilla urbana, cuando la guerra de África consumía la vida de miles de españoles de extracción humilde y pobre mientras los hijos de familias acomodadas se salvaban comprando una ‘patriótica’ exención. Sucesos semejantes ocurrieron en Francia e Italia ya a finales del XIX y en España desde 1833. Era la rebelión de los pobres ante la masacre que sufrían por el mayor de los poderes del Antiguo Régimen.

Lo mismo se puede decir de los atentados terroristas. Los ha habido en España y en Europa desde prácticamente el inicio de la segunda revolución industrial, con Monarquías absolutas, monarquías parlamentarias, repúblicas o dictaduras. Acusar a la Segunda República española de ser responsable de tantos actos y atentados es igual de estúpido por tanto que responsabilizar a la Transición o al sistema de la actual monarquía parlamentaria de todos los atentados a izquierda y derecha que sufrió hasta hace bien poco, muchísimos más por cierto que durante el periodo republicano. Y desde luego convendremos en que ello no justifica ninguna intervención armada para interrumpir el proceso democrático, salvo que Inda sugiera por tanto que Tejero, Miláns y sus secuaces tenían razón cuando entraron a tiros en el congreso y sacaron los tanques a la calle, en aquellos años de plomo que costaban más de cien muertos al año en atentados terroristas.

La República, tan imperfecta como todos los sistemas democráticos, y más en aquellos años revueltos en toda Europa, pretendió transformar, modernizar y regenerar la vida política española. En una sociedad atrasada, desigual, pobre y con un alto porcentaje de la población analfabeta pero que no desconocía sus derechos inalienables, La República fue capaz de instaurar un sistema democrático de forma pacífica tras el trampantojo pseudodemocrático de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera y la ‘dictablanda’ de Berenguer.

Luego se lanzó a un enorme proceso legislador, que incluía una Constitución (tan legal y legítima como la actual), legalizar el divorcio, el matrimonio civil, la separación Iglesia-Estado, el voto femenino (mucho antes que otras democracias europeas), una reforma agraria en un país latifundista de jornaleros sin tierras y niños yunteros, y llevar la educación y las letras a una mayoría de la España iletrada. Quizás por ello sufrió desde su misma proclamación, en el 14 de abril de 1931, todo tipo de conspiraciones para derribarla, como relata en un reciente libro de muy recomendable lectura Ángel Viñas. Fue sustituida por una dictadura militar de génesis fascista que tras sembrar España con medio millón de cadáveres durante la guerra siguió fusilando y asesinado con igual saña ya acabado el conflicto bélico. En los primeros cinco años, fusiló, torturó y asesinó a 50.000 opositores republicanos. Solo con la caída de Hitler y el inicio de los juicios de Nureumberg Franco optó por disminuir prudentemente las ejecuciones. Nunca tuvo un Nuremberg.

Situarse por tanto equidistantemente en contra de ese proceso reformador, modernizador y democrático republicano, como hace habitualmente Eduardo Inda, solo hace ponerle a uno frente al espejo de su propio perfil moral e intelectual.

Xabier Fortes es periodista de TVE.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
¡Menudo pantuflo estás hecho tú!