La sanción del verano, Tribuna libre

La sanción del verano

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El impuestazo, por decretazo, vaya mangazo, viva Rajoy”. No, no es la última pedrada veraniega en el oído gentileza de algún émulo de Georgie Dann, sino la letanía nuestra de cada día, que hoy se canta a coro vivo, a garganta pelada en toda España, tras la instauración de un nuevo trámite administrativo im-pres-cin-di-ble en el mercado inmobiliario. ¡Horror! ¿Qué será esto, santo cielo? ¿Qué estarían tramando? Pues lo siguiente (redoble): desde ahora, no se podrá vender ni alquilar una vivienda o un local sin la previa obtención de un simpático documento, en virtud del cual un ingeniero, un arquitecto, un aparejador, un perito en dulce o uno en almíbar le sopla a uno 200 pavos por señalar que la casa en cuestión derrocha más energía que las bases del PSOE. O, al revés, que está todo genial, que da fe de que se le pasa la mopa frecuentemente al cableado y que las puertas cierran bien y no se escapa el fresco (entendido ‘fresco’ como aire acondicionado, porque ahora, con tanto fresco como corre por ahí, si no se precisa puede producirse confusión y hasta ofensa). En definitiva: que lo que antes se sabía visitando el piso, mediante la conocida técnica de poner un pie delante del otro y así sucesivamente hasta recorrerlo por entero a la par que se va preguntando (actitud muy recomendable para quienes estén buscando dónde meterse), desde este mes se ha transustanciado en otro impuesto más. Another brick in the wall. El certificado energético. Me recuerda ese divertido librito de cuyo nombre no quiero acordarme y que anunciaba que habría de llegar el día en “que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría”. Pero sabiduría, vamos. Qué listos son.

Como todo el mundo sabe (no hay que ser economista para eso, y probablemente para ninguna otra cosa sensata), este Real Decreto 235/2013 atiende una de las grandes necesidades en estos tiempos de zozobra nacional, como es el pagar más burocracia, el complicar las gestiones, el sacarle los cuartos al paisano raso, el amargarle la vida a la gente un poquito más todavía, sin compasión, sin hartazgo. Con todos los años que han tenido tanto estos de ahora como sus coleguitas de antes para poner orden en el mercado inmobiliario, para impedir los abusos, las estafas, las burbujas, las pompas, los borboteos, los chalaneos, los ‘hipotequeos’ salvajes, la especulación rabiosa, el chanchullo en B… ahora saltan con el certificado energético. Brillante. Qué intuición, qué presteza, qué don para el buen gobierno. En efecto, esto era lo que venía clamando la España del ladrillo desde la llegada del nuevo siglo. Cada vez que un chiquillo del futuro le dé a la llave de la luz de su cuarto, una lágrima emocionada rodará por la mejilla de su abuelo, recordando que hubo una vez un Gobierno que, en plena debacle, en plena guerra del dinero y del hambre, atinó a implantar el Real Decreto 235/2013. Que rima con heces, por si alguien quiere componer una canción del verano. Todo esto, suponiendo que en el futuro haya chiquillos. Lágrimas habrá, por descontado. Canciones, quizá no tantas.
(C. R.)

Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.