Soy de la opinión de que del escrache al linchamiento...

Soy de la opinión de que del escrache al linchamiento solo media una botella de whisky. No me gustan las masas bajo ningún concepto, y mucho menos cuando, anónimamente y en feroz patulea según su estilo habitual, toman las calles a gritos en nombre de principios y valores de los que hacen apropiación indebida y burda. Nunca he sido un obrero ni me identifico con ellos: soy un profesional y no fabrico tornillos ni me siento representado por los sindicatos de fabricantes de tornillos. En realidad, soy un pedazo de misántropo, que es donde está la raíz verdadera de mi malestar social; detesto a la multitud en todas sus modalidades, odio las imposiciones de las mayorías, y ya cuando estas organizan altercados a coro entonando cánticos y esas cosas me parece una ordinariez. Encima sucede que no me gusta que se acose a la gente, sea lo que sea lo que haya hecho, pues para eso están los cauces legales. O se supone que están. Pero… resulta que la democracia española está tan corrompida, sus partidos están tan lejos del pueblo y sus poderes son tan mercenarios que la realidad ha convertido el hostigamiento popular en un recurso inevitable, y el escrache en la última esperanza, en la última barricada argumental antes de empezar a liarnos a tiros.
Lo que nunca me ha gustado se me antoja ahora una necesidad incuestionable: el pueblo no puede consentir que se le siga robando, que se le siga engañando, que se le siga mintiendo, que se le siga esquilmando, que se le siga angustiando, que se le siga envenenando el alma… no impunemente. Es hora de emprender la revolución. Y a decir verdad, el escrache es lo más cerca que hemos estado de ella desde que la francesa Marianne se sacó una teta en el siglo XIX.

El que los gobernantes no hagan más que hablar de la marca España, de lo que no conviene a la marca España, de lo que hace daño a la marca España, es de una obscenidad sin precedentes. Hay que ser inmoral para pedir al pueblo un gramo más de sacrificio, un milímetro más de complicidad, un átomo más de aguante. La marca España es dolor, y es paro, y es embuste, y es bazofia, y es fraude, y es clientelismo, y es deshonra. La marca España es la gente que no come, que pierde sus hogares y sus trabajos porque es lo que toca; la gente que no puede más, la que se tira por la ventana, la que se infarta en los trabajos, la que no duerme por las noches, la que no cobra por su faena, la que no quiere que amanezca por no enfrentarse a un nuevo día. La marca España es decir ya está bien. Se acabó. No se han podido dar más oportunidades a los políticos, a las instituciones, a los gobiernos, a los bancos, para que hagan lo que tienen encomendado, y no lo han hecho. Muy a mi pesar, es hora de que Marianne se saque la otra teta y, saltando sobre las barricadas, empuñe el pistolón metafórico y pacífico, pero contundente, de la defensa de las libertades y los derechos fundamentales. No necesitamos la botella de whisky; nos basta con beber de los principios sagrados de la democracia. Nadie más parece dispuesto a defenderla. No la dejemos sola.

Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
C. R