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Con el bando republicano no hubo consideración de ningún tipo. Entre los casos más llamativos, Daniel Sueiro explica en su libro el caso de un padre y de su hijo, ambos militares. El padre, Antonio Escobar, general de la Guardia Civil, permaneció fiel a la República y fue fusilado en Montjuïc en 1940. Su hijo, el teniente de infantería Antonio Escobar, luchó al lado de Franco y cayó en Belchite. La petición familiar de que ambos cuerpos yacieran juntos en el Valle de los Caídos no fue respetada y "obtuvo como respuesta el inmediato traslado del hijo y el desdeñoso silencio en el caso del padre".
Las dificultades para reunir restos en número equiparable a la grandiosidad del mausoleo obligó a dejar a un lado cualquier delicadeza. Según explica la historiadora Carmen García García, que ha elaborado un censo de fallecidos en Asturias, se produjo un traslado masivo de restos procedentes de grandes batallas que ahorraban cualquier labor de identificación y sobre todo de autorización. En el mismo sentido se expresa otra historiadora, Queralt Solé, que ha investigado sobre los caídos en Cataluña.
La memoria de todos los caídos parece haber quedado en el olvido. No así el monumento y su significado. Ningún Gobierno de la democracia llegó a tocar el Valle de los Caídos, como si se tratara de una herencia maldita. El Gobierno de Calvo Sotelo, que dictó una ley reguladora del Patrimonio Nacional en 1982, evitó referirse al monumento expresamente y dispuso la creación de una comisión para resolver su situación legal. Esa comisión no se reunió nunca. Dos años después, en 1984, un real decreto del Gobierno socialista resucitó dicha comisión con idéntico encargo. Pero tampoco llegó a reunirse. Jurídicamente, la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, según expertos consultados, no existe aunque se la mencione reiteradamente.
El silencio oficial parece haberse roto esta semana en el debate parlamentario de la Ley de la Memoria Histórica. Socialistas y populares acordaron que el mauseoleo sea despolitizado y ciertos símbolos derribados.
Franco dispuso la construcción del Valle de los Caídos al año de su victoria militar. El decreto rezumaba retórica imperial: "Es necesario", dictaba, "que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos, que desafíen al tiempo y al olvido". El enorme escudo franquista labrado en esas piedras escolta desafiante el entorno de la Basílica casi 50 años después.
María Teresa busca a su padre
A pesar de la propaganda de la época, el destino ofrecido a los caídos en el inmenso escenario de la basílica del Valle de los Caídos puede calificarse de secundario. Los sepulcros de Franco y José Antonio presiden el altar mayor y reciben la visita de turistas y simpatizantes. Los nichos de los caídos están fuera del alcance de los visitantes, ocultos tras las dos capillas laterales (la del Sepulcro y la del Santísimo) en cuyo interior se advierte una puerta con una inscripción: "Caídos por Dios y por España 1936-1939".
Esa puerta da acceso a una escalera que asciende varias plantas. Los descansillos de cada una de ellas están tapiados. En su interior están las galerías donde se ordenan nichos y ataúdes. Nadie conoce actualmente en qué estado se encuentran. Nadie puede acercarse a ese lugar a dejar un ramo de flores. El lugar es inaccesible.
María Teresa Artaza lo intentó hace unos meses. Visitó el Valle de los Caídos provista de un centro de flores. Deseaba colocarlo cerca del lugar donde descansa su padre, Salvador Artaza, fusilado por los republicanos el 28 de septiembre de 1937 en la localidad madrileña de Boadilla del Monte. El traslado de sus restos al Valle de los Caídos se efectuó sin conocimiento de los familiares. Les llegó una carta en 1961 informándoles de que un año antes se había procedido a dicho traslado. Nadie les pidió autorización. Desde entonces, María Teresa, la menor de las tres hijas de Salvador, no ha cejado en su empeño de recuperar los restos de su padre. Ha sido inútil. Como inútil fue llevarle aquel centro de flores. No la dejaron acercarse a la cripta y lo depositaron en el altar mayor.
Fausto Canales también visitó el Valle de los Caídos. Después de una investigación personal que le llevó a indagar en numerosos archivos, logró documentar que los restos de su padre, Valerico Canales, reposaban en este lugar junto a otros cuatro varones y una mujer, vecinos todos ellos de la localidad de Pajares de Adaja (Ávila). Todos ellos constan como desconocidos. Los seis fueron ejecutados por unos falangistas en 1937, enterrados en un pozo en la localidad de Aldeaseca y desenterrados en 1959 para su traslado al Valle de los Caídos.
La búsqueda de los restos de su padre surgió a partir del 14 de noviembre de 2003, fecha en la que se produjo la exhumación de los restos de aquella fosa por iniciativa de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valladolid. Sólo encontraron un cráneo. Fausto está dispuesto a recurrir a los tribunales para que se le reconozca su derecho a recuperar dichos restos.
Dora Grass no ha hecho más que emprender ese camino. Su padre, Pedro Grass Gotanegra, había fallecido en la batalla de Villalba (Álava). Cuando desenterraron la fosa, no encontraron los restos. Tiene la sospecha fundada de que están en el Valle de los Caídos. No piensa abandonar hasta recuperarlos.