Los problemas graves de la Economía Española, siguen...

La derecha española: ¿una singularidad (anti) democrática?
Hay que llamar a un examen de conciencia a los que se consideran demócratas para que valoren si los argumentos de la oposición son inocuos o resultan enormemente dañinos para el presente y el futuro de la convivencia en España.
MANUEL ESCUDERO ÓSCAR PUENTE
19 AGO 2022 - 05:00 CEST
210
Si uno escucha a los representantes políticos de la derecha o a los medios que suscriben sus postulados, España está al borde del abismo, a punto del colapso.

Esto ocurre a pesar de que éste es el Gobierno que más justicia social ha logrado en toda la época democrática, revirtiendo el estancamiento que sufrían las rentas de las clases trabajadoras y medias desde comienzos de siglo: ahí están, por más que algunos lo intenten olvidar, las continuadas subidas del Salario Mínimo Interprofesional (SMI), la puesta en marcha del ingreso mínimo vital, el acuerdo de revalorización de las pensiones, las medidas contra la discriminación salarial de la mujer, la reforma laboral y un record de afiliación a la Seguridad Social, con más personas empleadas que en ningún otro momento de su historia.

También ocurre a pesar de la actividad desplegada por un Gobierno en el que se trabaja a destajo, con una actividad que más que dinámica raya en lo febril, acordando planes con la iniciativa privada, las comunidades autónomas y municipios para reformar, a través de inversiones, sectores de actividad a partir de los fondos europeos Next Generation. Su cuantía nunca ha sido igualada en España, pero el esfuerzo para conseguirlos apenas ha sido reconocido. España es el primero de la clase en Europa en utilizarlos y conseguir desembolsos adicionales, pero eso no sirve para mucho.

Y ocurre esto, además, cuando España despliega una notable actuación exterior, encarando finalmente de frente la incómoda relación con el Magreb, siendo capaz de consolidar los lazos transatlánticos y al mismo tiempo fortalecer la autonomía estratégica de la Unión Europea en la arena geopolítica, incrementando su actividad en África sin abandonar su vocación iberoamericana, aumentando su ayuda al desarrollo, o realizando una cumbre de la OTAN realmente exitosa.

Pero nada de esto existe, si uno se guía por la España que reflejan el discurso y la narrativa de la derecha política y de una parte importante de los medios de comunicación.

El contexto es, además, extraordinario, después de haber pasado la peor pandemia que podía fabular la ciencia ficción distópica más encendida, de la que hemos salido bastante bien librados con un Gobierno que ha sido capaz de una batalla ordenada frente a la covid-19. Pero ni aún en esta circunstancia nunca imaginada, ha merecido el Ejecutivo un gesto de apoyo de la derecha.

Y como telón de fondo una guerra, apenas salidos de la covid. Nunca pensamos que tantas calamidades pudieran venir juntas, nunca imaginamos que Rusia iba a iniciar una guerra en Europa. Pero ha ocurrido, y tampoco eso ha servido para que las cosas cambien mucho en España: incluso la propuesta del Gobierno para que los efectos de la guerra no afecten más a los más débiles y para que los costes de la guerra sean sufragados en una parte importante por las grandes compañías eléctricas y los bancos, no hará variar las coordenadas básicas de una oposición sin cuartel. Si bien ha merecido al menos la abstención de las bancadas de la derecha, se ha intentado sepultar la ambición y la importancia de este plan bombardeando y atemorizando a la opinión pública con los datos de inflación aislados, sin conectarlos con lo obvio: que la guerra tiene un coste para los países democráticos y que lo estamos pagando en la forma de una inflación resultado del uso del suministro de gas como arma de guerra por parte de Vladímir Putin.
.

para poder ser representante del pueblo o miembro de un gobierno. Todo lo que signifique establecer grupos políticos de primera y segunda categoría, donde unos tienen más legitimidad para gobernar que otros, es un argumento plenamente antidemocrático.

Las raíces antidemocráticas de la oposición actual no deberían seguir siendo ignoradas, deben ser expuestas ya bajo los focos, porque sus consecuencias son muy serias. La polarización en el debate político es resultado de esa estrategia de la derecha española. La toxicidad que desprende el debate político también es consecuencia de esa estrategia. El rechazo a la política y a los partidos políticos son resultado de ello. La desmovilización de sectores enormes del electorado, también. La degradación del debate, el recurso a las salidas de brocha gorda del tipo “Johnson se va, pero Sánchez se queda”, zafios y sin altura dialéctica, tienen así mismo esa causa. Y así muchos de los debates que surgen, abortan apenas nacidos en nuestro país sin alcanzar ni altura ni profundidad.

Es muy libre la derecha de atarse a esa estrategia, y los medios que comulgan con ella de jalearla. Sin embargo, deberían mirar hacia atrás a la historia de España de los siglos XIX y XX hasta que en los años 70 hicimos la transición a la democracia, porque ha sido una trágica y violenta historia de lucha fratricida siempre por la misma causa: la falta de adhesión en la letra y en el espíritu a la convivencia democrática. Pero la España democrática no debería dar por buena esta situación. Hay que llamar a un examen de conciencia a todos aquellos que influyen en la opinión pública y que se ven a sí mismos como demócratas. Sería bueno que examinaran si están contaminados por la toxicidad que desprenden esos planteamientos antidemocráticos esgrimidos por la derecha contra Pedro Sánchez, su Gobierno y la coalición que lo sustenta; que decidan si la polarización actual se debe a la actitud de todos los partidos por igual o es fundamentalmente fruto de la actitud de la derecha; si la equidistancia no debe de ser sustituida por la ecuanimidad en el juicio y en las valoraciones. Y si, en definitiva, los argumentos centrales que configuran la estrategia de oposición de la derecha tienen un pase democrático y son inocuos, o por el contrario no son aceptables desde un punto de vista democrático y resultan enormemente dañinos para el presente y el futuro de la convivencia en España.

Manuel Escudero es embajador de España y Óscar Puente es alcalde de Valladolid

Estupendo y certero artículo Javier, no hay mejor señal que ver a los "demócratas" calificarte, jejejeje.

Los problemas graves de la Economía Española, siguen latentes. No sabe combatir la inflación y la subyacente, sigue aumentando.
El SMI, sigue siendo una continua disputa, con los comunistas y no se vislumbra un acuerdo, con la patronal.
El anhelado pacto de rentas, no tiene de momento recorrido.