A juzgar por su comportamiento, el actual gobierno...

A juzgar por su comportamiento, el actual gobierno no es de fiar en lo que se refiere a la utilización de los fondos públicos, que ha despilfarrado y empleado en alimentar su poder, su nepotismo, su corrupción y su clientelismo sin freno. Nuestro dinero ha sido utilizado para financiar partidos políticos que deberían financiarse con las cuotas de sus afiliados, a sindicatos sometidos al poder que han dejado de representar a los trabajadores y que intercambian sumisión por subvenciones, televisiones públicas, instrumentos inútiles que el poder utiliza para desinformar, manipular la realidad, imponer la mentira, agredir al partido contrario y adormecer al ciudadano. Ha sido utilizado también para que los catalanes abran embajadas en el exterior, para que el Senado traduzca los discursos que los nacionalistas se niegan a pronunciar en el idioma común, para pagar los sueldos a miles de asesores inútiles y a decenas de miles de enchufados del partido, para financiar mapas de clítoris, para ayudar a los gays de África y para mil barbaridades más, mientras en España hay más de un millón de familias abandonadas en la pobreza, que no perciben ayuda pública alguna.

Son demasiados los españoles que sospechan que congelar las pensiones, rebajar el sueldo de los funcionarios y suprimir el cheque bebé no sólo va a servir para reducir el déficit público, sino también para que los sátrapas dispongan de más dinero y sigan costeando lujos e indecencias. Los ciudadanos decentes de España, lógicamente, no quieren participar en ese tipo de injusticias.

Los tiempos en los que los demócratas nos sentíamos orgullosos de contribuir con nuestros impuestos al bien común han pasado a la historia. Hubo un tiempo en el que el gobierno parecía fiable y todos les entregábamos con gusto nuestros impuestos solidarios, confiados en que servirían para financiar la sanidad pública, para compensar a los más necesitados o para garantizar la igualdad Pero el actual gobierno ha destrozado esa confianza y ya no garantiza nada de eso, sino todo lo contrario, porque el poder político, en España, está bajo sospecha y es merecedor de ese rechazo ciudadano que ya reflejan las encuestas, en las que los políticos han dejado de ser fiables y aparecen ya como el tercer gran problema del país, por delante del terrorismo y de la inseguridad ciudadana, sólo superado por el paro y la triste situación económica.