Los bulos de la extrema derecha: cómo desinforman y...

Los bulos de la extrema derecha: cómo desinforman y cómo reaccionamos (3/3)

El partido de Vox, de hecho, es uno de los que cuenta con más popularidad en redes, al menos hipotéticamente, ya que la extrema derecha se ha dedicado a crear muchas cuentas falsas, muchos bots, que replican con determinados mensajes hasta que sus titiriteros se cansan. Se trata de un mensaje homófobo, xenófobo, en ocasiones muy sesgado y en otras promoviendo directamente hechos que no son ciertos. La estrategia social de la ultraderecha, de hecho, es copar Twitter con mensajes para que quienes utilizan esta red social crean que su mensaje lo opina mucha gente y que es una opinión válida, cuando un alto porcentaje de las cuentas que impulsan estos comentarios son falsas, son bots.

Es un mensaje que se ha naturalizado, lo oímos en la calle y es muy peligroso, tanto al menos como no denunciar a quienes van parando taxis, diciendo “Arriba España” o entonando canciones fascistas, cómo se permiten manifestaciones fascistas con banderas que son anticonstitucionales y, por tanto, un delito de odio, y cómo se denuncia y se condena más fácilmente a la gente de izquierdas que a la de derechas. Vemos todo esto cada día. Y esto no es normal. Es una irresponsabilidad: se da a entender un mensaje muy contradictorio que puede empeorar la situación actual y dar más potestad y privilegios al mensaje de la ultraderecha.

Recordamos cuando decían, ilustrándolo con una foto que correspondía a otra situación, que se estaba obligando a los niños a practicar el Islam en una escuela de Murcia, lo cual no era cierto; cuando dijeron que un refugiado había destrozado un árbol de Navidad en Alemania, que tampoco lo era; cuando dijeron que un árabe había violado a una mujer, cuando su violador era de nacionalidad española —y nacido en España, que quede claro que no era árabe y la adquirió—, o cuando hubo una violación grupal de tres hombres a una mujer y dijeron que eran árabes. Más tarde se comprobó, en este caso, que los tres hombres eran españoles, no eran árabes, pero la extrema derecha ya había hecho circular el bulo que se apoya en sus ideas xenófobas de que la inmigración es peligrosa y dañina. Difundieron todos estos bulos, entre muchos otros, mediante Twitter, provocando que en poco tiempo su mensaje se propagase como un virus.

El blanqueamiento que se está llevando a cabo en los medios democráticos hace que el discurso de la extrema derecha, que es homófobo, xenófobo, misógino y racista, cale en la población y se considere que estos políticos e ideólogos son de centro-derecha en lugar de afirmar rotundamente que no son de centro-derecha sino fascistas de extrema derecha.

Un mensaje de odio se propaga muy fácilmente y el miedo hace mella: ¿Cuántas veces hemos publicado un artículo desmontando falsedades y viene alguien diciéndonos “ ¡No le deis voz!”? No estamos dando voz a esa persona, estamos diciendo “esta persona existe y os está colando un mensaje, no tenéis que creer su mensaje por tales motivos”. Que tú sepas que un mensaje es mentira no implica que tu vecina o tu vecino también lo sepa, por eso hay que coger ese mensaje, desmontar todos sus bulos, decir por qué no son ciertos y confrontarlo. Si así conseguimos enseñar a nuestros convecinos y a nuestras convecinas algo que desconocían les estaremos dando unas armas que anteriormente no tenían a causa de la polarización que pretende la extrema derecha. Si no adquirimos una actitud activa y crítica frente a los mensajes de odio que vemos en comentarios, en estados, en historias, en tuits y los condenamos, escribimos a la persona que los promueve y le hacemos ver que está propagando mentiras lo único que conseguimos es ver cómo aumenta la extrema derecha y permitirlo pasivamente. De nada sirve quejarse de ello cuando nada hacemos por evitarlo.

Comprobar diariamente cómo la extrema derecha se lamenta por las víctimas del Holocausto o de actos terroristas mientras repudia a los españoles que perdieron la vida o fueron castigados en la represión franquista demuestra un sesgo ideológico de su moral que no atiende a razones sino a prioridades ideológicas y a privilegios. En España hay dos partes de la historia, la que se acalló y la que se proclamó. Ambas se deben conocer y se deben dar a conocer en las escuelas, en un museo nacional y en las calles.

El respeto a las víctimas es primordial en toda sociedad y, por consiguiente, también hay que aplicarlo a sus familiares, a las personas que únicamente buscan que los juicios falseados, en los que se condenó sumarísimamente a miles de personas por sus ideas, pierdan su efecto y tengan nulidad. Estamos hablando de personas que son insultadas habitualmente desde tribunas, palcos, tertulias y muchos otros medios, cuando solo pretenden conseguir justicia y dignidad y por lo que merecen, como mínimo, respeto. Si queremos vivir en una democracia plena hay que luchar por ella y no consentir los mensajes ultraderechistas ni la apología del franquismo. Si ignoramos estos mensajes y no los refutamos estamos constribuyendo pasivamente a su expansión.

Al contrario de como piensa mucha gente, la tolerancia, como la libertad de expresión, no abarca el fascismo. Respetar las opiniones o actitudes ajenas aunque no coincidan con las propias no incluye tolerar el neofascismo actual y todo lo que conlleva. Una teoría que secunda esto es la paradoja de la tolerancia de Popper, que señala que si una sociedad es ilimitadamente tolerante su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes. En otras palabras, si normalizamos el neofascismo —como estamos permitiendo que se haga en muchos medios o en las redes— nuestra capacidad de tolerancia se verá invadida o destruida por sus mensajes de odio. También se podría deducir que tolerar este neofascismo desemboca en hacer mermar nuestra tolerancia, adoptando algunas de sus ideas por encontrarlas repetidamente a través de los medios o las plataformas sociales, o bien en que nuestra capacidad de tolerancia sea completamente destruida, adoptando todas sus ideas. En términos más conceptuales, la tolerancia no puede tolerar la intolerancia —el fascismo o el neofascismo— porque entonces se convierte en intolerancia.

Como decía Popper, filósofo austríaco, en su volumen de La sociedad abierta y sus enemigos, “la tolerancia ilimitada debe conducir a la desapareción de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada a aquellos que son intolerantes, si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”.

Podemos ser —y es necesario que como sociedad lo seamos— compresivos con los diversos puntos de vista frente a una situación; es necesario que seamos capaces de entenderlos para que sea posible entablar y mantener un diálogo respetuoso, abierto y honesto; pero un discurso de odio, de incitación a la violencia o al rechazo social nunca debe ser permitido. Una cosa es tolerar discursos con cierta controversa y cuyas ideas difieran, y otra cosa distinta es permitir discursos que conlleven la humillación de cierta gente, al menosprecio de los derechos humanos, al odio, al acoso, a difundir estereotipos negativos, a la estigmatización o a la amenaza a una comunidad por su religión, su sexualidad o su nacionalidad. Estos son mensajes que atentan claramente contra el colectivo LGTBI, la raza, las creencias, la identidad de género o la orientación sexual, como también van encontra de la memoria histórica o contra personas de ideología diferente. Una cosa es ser tolerantes, otra opuesta es permitir discursos de odio. Estos discursos, por tanto se deben combatir y jamás deben ser permitidos.

Todo discurso intolerante debe ser neutralizado con argumentos racionales, no ignorado. Un argumento que sea intolerante con un colectivo debe ser siempre enfrentado, confrontado y paliado. Debemos plantearnos cuál es el límite de la tolerancia: ¿Apoyamos, como sociedad, el empleo de la violencia? ¿Permitimos las humillaciones o las descalificaciones? ¿Consentimos los discursos de odio? En caso afirmativo no seríamos tolerantes, seríamos moralmente incoherentes. Este tipo de discursos es dañino, perjudicial para la ciudadanía y no deben ser permitidos en una sociedad que se considera democrática, como la actual española, ya que un valor de la democracia es la tolerancia.

En el momento en que en una sociedad hay crisis, hay una problemática o incertidumbre, como ocurre en la situación actual, resulta más fácil que el discurso de odio se asiente entre la población. Es en ese preciso instante cuando más se hace patente la necesidad de una argumentación capaz de aplacarlo, ya que siempre que un dicurso sea intolerante la opinión pública tiene la responsabilidad de prohibirlo por ser poco prudente, poco reflexivo y un discurso de incitación al odio. En una sociedad democrática, diversa y plural, en una democracia plena, no acecha la sombra de la ultraderecha ni se tiene al totalitarismo esperando la mínima oportunidad para hacer calar sus ideas promoviendo bulos y un discurso de odio que perjudique a determinados sectores de la sociedad, al ejercicio de los derechos humanos y la libre convivencia de la población.

Las opiniones o las actitudes de otras personas en democracia no tienen por qué coincidir con las nuestras pero sí deben emplazarse en el marco del respeto, la tolerancia y la solidaridad, que son valores democráticos básicos. Una buena argumentación siempre es el paso para contrarrestar las mentiras de la extrema derecha y evitar así que no avance su discurso de odio en nuestra sociedad.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
" NA CHICO" Na de na.

Amén.