La prensa y las pantufladas (1/2)...

La prensa y las pantufladas (1/2)

Dice Eduardo Inda en el primer párrafo de su último artículo que le disgustan profundamente los que anteponen el sectarismo a la verdad. Hablar de uno mismo en términos tan autocríticos ya en el saque es algo que sin duda debemos valorar y agradecer. Ya saben lo que decía Willy Wilder: ¿Quién demonios va a leer el segundo párrafo?

Pero resulta que no, que al parecer no hablaba de él en primera persona, algo que encajaría como un guante en la personalidad de alguien tan pagado de sí mismo, capaz incluso de simular una agresión ante las cámaras para evitar responder a una de sus múltiples tropelías tóxico-informativas. En realidad, Eduardo Inda estaba hablando de mí, algo que también agradezco, porque no puedo dejar de tomar como el mayor de los elogios sus trabajados insultos.

Todo ese cardado de insultos personales que me dedica en un artículo en La Razón (stalinista, fascista, sectario, lechero (sic), etc), obedece a las correcciones que le dediqué vía Twitter por su profundo desconocimiento de la Segunda República. Entiendo su sonrojo. Que alguien que presume como él de ser un estudioso compulsivo de ese periodo de la Historia de España cometa en apenas unos minutos en televisión tal enormidad de errores conceptuales demuestra tanto de ignorancia como del propio sectarismo que asegura denunciar.

El primer error de bulto que comete Inda es tratar a la República como un gobierno y no como un sistema que hizo posible la democrática alternancia en el poder de Ejecutivos de derechas e izquierdas en función de la voluntad popular. Y es que la República fue el primer intento serio de democratizar y modernizar la vida política española a pesar del convulso periodo de entreguerras (que incluye el desarrollo de los fascismos) y de la terrible crisis del 29 con la que tuvo que convivir. En 1931 gobernaron las izquierdas porque así lo decidieron los españoles en las urnas, primero en unas municipales y después en unas legislativas, igual que en otoño de 1933 las derechas llegaron al poder. En febrero de 1936, las izquierdas burguesas y obreras, unidas ante la creciente amenaza nazi-fascista en Italia y Alemania, cristalizaron en la lista electoral del Frente Popular (el mismo lema por cierto que en la democrática Francia) y volverían a vencer en las urnas. Inda sostiene de forma falsaria que hubo un fraude electoral (olvidando –sonrojo da solo recordarlo- que el Ministerio del Interior estaba en manos de un ejecutivo conservador) y que por tanto el gobierno salido de las urnas era ilegítimo. Algo que, por otros motivos, pero iguales fines, nos suena ahora también de algo en la actualidad.

Error también de bulto de Eduardo Inda es computar como República el periodo posterior al golpe de estado de 1936, llevándolo hasta el 1 de abril de 1939, e imputarle los desmanes ocurridos en sus filas durante la guerra. Pues no, la República como tal va del 14 de abril del 31 al 18 de julio del 36. Es justo con el golpe de estado convertido en guerra civil cuando colapsa el sistema. Lo que sigue es una apariencia de República con varios gabinetes de guerra que tratan como pueden de afrontar precisamente una guerra que le han declarado y que acabará perdiendo.

¿Exculpa esto a los ejecutivos posteriores a julio del 36 de las masacres en su zona de retaguardia? Desde luego que no, pero no se puede comparar un sistema democrático colapsado por un golpe de estado y que sufre una evidente falta de autoridad en sus inicios para evitar masacres como la de Paracuellos (pero que conseguirá finalmente acabar deteniendo) a una acción predeterminada de inicio en las directrices del director del alzamiento, Emilio Mola, que habla de ‘un golpe en extremo violento que anule la capacidad de respuesta del adversario’. Así se entienden los fusilamientos masivos de las primeras horas en el bando nacional en el protectorado marroquí o la carnicería de Yagüe en la plaza de toros de Badajoz, con cerca de 2000 republicanos ametrallados como si fuesen ganado. Estas noticias son las que llegan al Madrid sitiado por cuatro columnas facciosas desde casi los cuatro puntos cardinales cuando el propio Mola asegura que Madrid caerá gracias a la ‘quinta columna’ situada dentro de las propias líneas republicanas. Ese es el contexto en el que se producen las inaceptables matanzas de Paracuellos, que finalmente fueron detenidas por lo que quedaba de la Segunda República, algo que nunca ocurriría en el bando nacional, ni durante ni después de la guerra. Súmenle a eso el bombardeo de la población civil en la costa malagueña desde el acorazado Canarias que mandaba Salvador Moreno y, por supuesto, el salvaje bombardeo de Guernika, por poner solo dos ejemplos. No hay, por el contrario, ninguna acción del ejército republicano con semejantes trazas. En eso también fueron diferentes los dos contendientes.

Sugiere también Inda que la República se deslizaba hacia un sistema soviético tras la victoria del Frente Popular. No deja de causar bochorno semejante aseveración. El presidente de la República en julio del 36 era el intelectual Manuel Azaña, expresidente del literario Ateneo de Madrid, y el jefe de gobierno Casares Quiroga, abogado republicano de tendencia moderada y modos burgueses, a quien otro gallego, José Calvo Sotelo, gustaba de insultar llamándole Señorito coruñés o señorito de Tenis Club. Considerar a ambos peligrosos criptobolcheviques es producto de algo más que de la ignorancia supina.

Basta repasar las memorias de Azaña, en las que no excluye la dura autocrítica con algunos comportamientos de la izquierda en la Segunda República, para darse cuenta de semejante falacia. La personalidad de Azaña se ve no solo en sus memorias sino en su acción. El libro de Josefina Carabias de reciente reedición (Los que les llamábamos Don Manuel) nos muestra un presidente de la República de hondas raíces democráticas. Cuando él era jefe de gobierno en agosto de 1932 y Sanjurjo intenta su decimonónico pronunciamento golpista en Sevilla, el general es condenado a muerte como marcaban las ordenanzas militares. Azaña consigue con su empeño personal que sea indultado y salga hacia el exilio portugués. La República tenía que ser otra cosa distinta. Nada que ver desde luego con lo que sufrieron Fermín Galán y García Hernández en diciembre del 30 en la acción de Jaca para acabar con una dictadura (o ‘dictablanda’ en ese caso). Fueron fusilados a las 24 horas.