La conspiración de los «enfadaditos»...

La conspiración de los «enfadaditos»

El Congreso rebosa de indignados con una democracia que les debe la vida.

Manuel Marín.

Madrid.

Actualizado:

24/07/2019 08:28h.

España está pasando casi sin querer de los «ofendiditos» que declaran fascista a cualquiera que tenga a un vecino, primo de un antiguo cuñado que una vez sacó dinero de un cajero bajo una sede de Vox, a los «enfadaditos». El Congreso rebosa de «enfadaditos» en primer tiempo de saludo. Son «enfadaditos» viscerales, «enfadaditos» del Far West a los que la democracia debe la vida y poder respirar un día más sin caer abatida por una mirada letal. La mañana comenzó densa, con clima de ruptura y de «no es no…, que no, que no». Y siguió con Gabriel Rufián citando a Unamuno como un derechista. Pero ojo, un derechista «justo», no de los de ahora. Señal de que aunque ya no exhiba camisetas reivindicativas para amargar el café a Ana Pastor, estaba muy «enfadadito» porque Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no se soportan.

Rufián se ofreció como celestina. Exigió que en Cataluña «se vote de nuevo» –es de suponer que en una consulta para la independencia-, y Sánchez le replicó que nada será posible fuera de la Constitución, y que es mucho mejor que todos se lo hagan mirar de nuevo para resetear la reforma estatutaria y retomar la «vía Zapatero». Hasta ahí, todo lo que pudo dirimirse sobre el fondo de la «república». Lo demás de Rufián quedó como un ejercicio de rogativas para que Sánchez e Iglesias no se dejen vencer por la soberbia mutua y pacten un Gobierno que privilegie a ERC. Astuto, ¿eh? Por eso se ofrecía como mediador, aunque extrañamente no se le ocurrió hacerlo como relator, sin duda algo mucho más propicio para la ocasión y el calado del conflicto. Sí, el mismo Rufián que meses atrás tumbó los presupuestos para forzarle a convocar elecciones. Vueltas da la vida.

Sánchez, otro «enfadadito» más, le replicó con un golpe directo al hígado de Podemos. Que si lo ha intentado inútilmente con PP y Ciudadanos. Que si con Rufián es la primera vez en el debate que puede hablar con alguien de políticas de izquierdas. Que si con ERC se puede dialogar, faltaría más, porque es un clásico de la política y un partido con más de 80 años de historia, como el PSOE. Que si… Tradúzcase así: «Contigo, sí. No como con estos aficionados de Podemos… ¡qué me vas a contar a mí, Gabriel!» ¿Resultado? Podemos indignado, en su estado natural, pero sin llegar al punto de colocar tiendas de campaña en el patio del Congreso. En definitiva, más «enfadaditos» aumentando la lista de agraviados de una mañana que rezumaba en los pasillos del Congreso lo que un veterano del lugar, capaz de engullir las croquetas por parejas, llamó la «progre-frustración indefinida».

La mañana avanzaba con música trágica de Morricone. Se filtró que Podemos votaría «no». Rafael Mayoral deambulaba hiperactivo por un patio expectante, y se encogía de hombros rodeado de periodistas como diciendo al PSOE «así, contigo no, bicho». La investidura no estaba dentro del hemiciclo, y los ministros ya no rompían en las risotadas de la tarde anterior en el banco azul. El debate nunca estuvo dentro, sino a las puertas del hemiciclo, en una pugna de «relatos» paralelos para expiar culpas propias y endosárselas a los ajenos. Sánchez duda si asumir riesgos innecesarios en unas nuevas elecciones por un «quítame allá esos ministerios». Y ordenó salir a Carmen Calvo en mitad del debate. Extrañeza. Había que señalar a Podemos, no se marchara de rositas por falta de doctrina gubernamental, y oscureció aún más el fangal del «día nacional de las gónadas» mientras los «enfadaditos» crecían en su gueto de investidura.

Calvo revela que se ha ofrecido una vicepresidencia, y no un florero, a Irene Montero. Podemos asume que en el PSOE cunde cierta desesperación, pero no sabe aún si es impostada, camino de elecciones, o una sincera oferta de rehabilitación para que los «enfaditos» vayan decayendo con el aperitivo. Moncloa quiere imponerse en el mensaje por lo que pueda pasar. En la tribuna, Iván Redondo no suelta su móvil. Ni Iglesias en su escaño. Ni el 90 por ciento del hemiciclo, al que el orador de la tribuna le parece un teleñeco preso de un trámite absurdo para la sucesión de consignas irrelevantes.

Pacto del tractor
Dentro, Aitor Esteban –memoria viva del «pacto del tractor» con Rajoy, al que después dejó tirado con la cosecha en la mano- también se hace el «enfadadito». Pero es un enfado soft, no vaya a ser que el PNV se descomponga. Llama a Sánchez «presidente sinuoso y desconcertante», y a Albert Rivera, líder de una «banda de mariachis». El PNV desconoce si Sánchez está «a setas o a rolex», pero eso es cosa que al PNV debería dar igual porque siempre está a las dos cosas. El resultado, una abstención enfadadita, pero constructiva. Sánchez suma adeptos para mañana jueves, cuando todos, indignados o no, sopesen en serio el «voto del pánico». Emerge un halo de luz en la izquierda, e Iglesias evoluciona del «no» a la «abstención» misericorde, para que el recorrido hacia el «sí» sea, llegado el caso, más cortito.

Queda Ana Oramas, sempiterna en su sonrisa de hierro a la que uno podría confiar sus hijos, aun a riesgo de que regresaran con el colmillo afilado, ávidos de morder. De mañana en mañana se convierte en un molinillo. Sí, de los de repartir. Y sacude a Sánchez con un seco «su soberbia le está matando». Pero para entonces ya era la hora del vermú… Pereza total. Mal momento para triunfar en la tribuna. Quedaba Lastra para forzar un último ruego de salmodia a Podemos. Todos tan enfadaditos ya. Todos, con ganas de repetir para votar para mañana. Todos para que el cursi reloj de la democracia avance. Mañana dirán si pasan pantalla y logran competir, pero ya en septiembre como «enfurruñaditos», o si se les pasa el «enfadito» de una puñetera vez para formar otro Gobierno que ya no será bonito, sino precioso.

Manuel Marín.

Adjunto al Director.