La legislación antirreligiosa de desarrollo de la Constitución...

La legislación antirreligiosa de desarrollo de la Constitución y las medidas sectarias continuaron como en cascada tras la promulgación de la ley fundamental. A mediados de enero del 32, el director de Primera Enseñanza, don Rodolfo Llopis, envía una circular a todos los maestros ordenando la retirada inmediata de los crucifijos de las aulas en cumplimiento del art. 43 de la Constitución.
Entre las numerosas protestas de las familias, una voz apreciada deja oír su verdad, se trata de don Miguel de Unamuno:
«La presencia del crucifijo en las escuelas no ofende a ningún sentido ni aun a los de los racionalistas y ateos, y el quitarlo ofende al sentimiento popular hasta de los que carecen de creencias confesionales. ¿Qué se va a poner donde estaba el tradicional Cristo agonizante? ¿Una hoz y un martillo? ¿Un compás y una escuadra? ¿O qué otro signo confesional? Porque hay que decirlo claro y de ello tendremos que ocuparnos: la campaña es de origen confesional y claro de confesión anticatólica y anticristiana. Porque de neutralidad es una engañifa».

La hostilidad contra los crucifijos prefigura la que pocos años después desplegará el III Reich con una medida similar, aunque chocando frontalmente con la resistencia de la católica Baviera donde acabó por ceder. El 24 de enero se decreta la disolución de la Compañía de Jesús conforme al art. 26 de la Constitución y la incautación de todos su bienes, mientras la prensa anticlerical se lanza a una orgía de agresión inmisericorde que hoy parece inaudita. El dos de febrero se aprueba la ley del divorcio, el seis son secularizados los cementerios y el 11 de marzo se suprime la asignatura de religión en todo el sistema educativo. El 17 de mayo de 1933 es aprobada la terrible y obsesiva Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas, que acabó condenando el propio Pío XI en su encíclica Dilectissima nobis.

La victoria de la derecha católica en las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933 concita el rechazo intransigente de los partidos republicanos y de izquierdas que, disconformes con el resultado de las urnas, anuncian su intención de romper toda solidaridad con los órganos del régimen; la incorporación de tres católicos al Gabinete ministerial desata el 6 de octubre de 1934 la sublevación contra la República denominada Revolución de Asturias (simultáneamente en Cataluña se la desafía también proclamando L'Estat català). Como demuestran documental e inequívocamente autores como Pío Moa que ve en esta sangrienta rebelión armada el verdadero inicio de la Guerra Civil Española o Ricardo de la Cierva, que han buceado en fuentes socialistas y comunistas, se trató de una revolución minuciosamente preparada desde meses atrás por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), al que secundaron los comunistas. La persecución religiosa se cobrará en este alzamiento su primera sangre: 34 clérigos asesinados, 58 templos destruidos, la Cámara Santa de la catedral de Oviedo con las viejísimas joyas de la dinastía astur dinamitada.

Entre los mártires figuran un Padre Pasionista y siete Hermanos de las Escuelas Pías de Turón que, hasta que les encontró la muerte, vivían entregados a la abnegada labor de educar a los hijos de los mineros. El 21 de noviembre de 1999, durante la ceremonia de su canonización, Juan Pablo II les dedicó estás palabras:
«No son héroes de una guerra humana en la que no participaron, sino que fueron educadores de la juventud. Por su condición de consagrados y maestros afrontaron sus trágicos destinos como auténtico testimonio de la fe, dando con sus martirios la última lección de su vida».

La gran prueba de lealtad de la católica y mayoritaria CEDA y de su líder José María Gil-Robles como bien le reconocen Madariaga y otros insignes historiadores la proporcionó el hecho de que, tras el éxito de la represión sobre los sublevados de Asturias, teniendo ya todo el poder en sus manos, volvió a restaurar la legalidad republicana.

Tras las convulsas elecciones de febrero del 36, la violencia revolucionaria del período de gobierno del Frente Popular, en pie desde lo de Asturias, provocó la famosa expresión dolorida de Gil-Robles en las Cortes: Hay media España que se resiste a morir. Y su proyecto ya fracasado de integrarse en la vida republicana donde jamás fueron aceptados por unas izquierdas ensoberbecidas y escépticas de la utilidad de la democracia para sus confesados fines se hunde definitivamente el día en que miembros uniformados de la fuerza pública asesinan al jefe de la derecha monárquica, el diputado José Calvo Sotelo. Aquello fue el 13 de julio: cuatro días después se alzan los militares conjurados.

« ¡A por ellos!»

18 de julio de 1936: estalla la guerra civil. Bajo la consigna de ¡A por ellos! se desata en la zona leal a la República la persecución general contra los católicos y sus templos. La prensa publica los nombres de aquéllos a quienes hay que eliminar y se gratifica a cuantos denuncian o entregan personas. El 27 de julio el Presidente de la República, don Manuel Azaña, decreta la incautación de edificios religiosos, mientras los comités revolucionarios ponen en marcha con frenético afán la largamente acariciada aniquilación de la Iglesia católica& Pero relatarlo en toda la escabrosidad de sus detalles excedería el objeto de este trabajo. Bástenos, pues, con consignar las cifras negras estimadas por mons. Antonio Montero en su memorable estudio (reedi-tado en 1999 por la BAC), cálculos que hoy son admitidos por los investigadores de todas las tendencias sin excepción, pero que seguramente tendrán que ser corregidos al alza, según se desprende de las nuevas aportaciones al estado de la cuestión:
BALANCE DE LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA DURANTE LA GUERRA CIVIL
13 obispos asesinados.
4.184 sacerdotes seculares asesinados.
2.365 religiosos asesinados.
283 religiosas asesinadas (algunas de ellas previa violación).
[Se desconoce la cifra exacta de laicos muertos por causa de su fe]
No hubo apostasías.
La tortura física y los tormentos de toda laya estuvieron presentes en buena parte de estos hechos.
Templos quemados totalmente:
Valencia: 800; Oviedo: 354; Tortosa: 48; Santander: 42; Barcelona: 40; Madrid: 30.
Templos parcialmente destruidos:
Almería: todos; Barbastro: todos; Ciudad Real: todos; Ibiza: todos; Segorbe: todos; Tortosa: todos; Valencia: más de 1.500; Gerona: más de 1.000; Vic: más de 500; Barcelona: todos menos 10; Cuenca: todos menos 3; Madrid: casi todos; Cartagena: casi todos; Orihuela: casi todos; Santander: casi todos; Toledo: casi todos; Jaén: el 95%; Solsona: 325.
«En ningún momento de la historia de Europa, y quizás incluso del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y todas sus obras».
Hugh Thomas, The Spanish Civil War.