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EDITORIAL ABC.

España no necesita a Sánchez.

La escenificación del aparente pacto entre Sánchez y Podemos fue tan bronca que volvió a albergar la teoría de que no pactarán.

ABC.

Actualizado:

23/07/2019 08:28h.

Si Pedro Sánchez consigue su objetivo de domesticar a Podemos, lo único que habrá conformado es un Gobierno en minoría y ultradependiente de terceros partidos

Pedro Sánchez no presentó ayer el programa de gobierno que España necesita para los próximos cuatro años. Ni siquiera puso sobre la tribuna un proyecto, y convirtió la primera sesión de su investidura en una nadería política, y en un ejercicio retórico para cumplir con un trámite institucional mientras negocia en secreto con Unidas Podemos. Su discurso fue artificial y repleto de intenciones utópicas desde un giro radical a la izquierda en busca de su único objetivo, que es gobernar a toda costa con los votos del populismo de extrema izquierda. No hubo ni una alusión a la nueva fiscalidad que castigará a la clase media con una subida masiva de impuestos si pretende poner en práctica su programa. Tampoco hubo menciones al conflicto de Cataluña, o a cuál quiere que sea su relación con los partidos golpistas, cuyos votos necesitará para gobernar, ni a qué proyecto político pondrá en marcha en defensa de la unidad de España y la protección de la soberanía nacional.

Hace muy pocos días, Sánchez dudó de Podemos. Dudó como socio leal en materia territorial y recordó que es un partido defensor del referéndum de autodeterminación, capaz de sostener que en nuestra democracia existen «presos políticos». Nada de esto fue siquiera insinuado ayer por el aspirante a presidir el Gobierno, cuyo viraje vuelve a estar cargado de oportunismo y nula credibilidad. Cada vez que habla, Sánchez demuestra que su palabra no es fiable porque es capaz de decir una cosa y su contraria. Se limitó a dibujar un paraíso de tópicos propios de un «progresismo» ficticio, con alusiones vacuas a la sostenibilidad, la digitalización, la justicia social, el feminismo como patrimonio exclusivo de la izquierda, la memoria histórica sectaria y a una España que si existe como democracia desarrollada es gracias a la gestión de su año al frente del Gobierno.

Su discurso de dos horas de sobreactuación dialéctica fue irrelevante. Se trata de la primera investidura de nuestra democracia que empieza a celebrarse con un resultado incierto por el secretismo con el que el PSOE está negociando cesiones a Podemos. No obstante, la escenificación de ese aparente pacto fue tan bronca que volvió a albergar la teoría de que no pactarán. Sánchez ha pasado de defender un Gobierno que solo podía ser «monocolor» a uno de «cooperación» y, a su vez, un Ejecutivo de «coalición» con una vicepresidencia aparentemente comprometida para Podemos.

Fue un programa de Gobierno sin indicios de su diálogo con Pablo Iglesias, y sin concretar cómo afrontará los nuevos desafíos separatistas si, como reiteran Torra, Puigdemont, Rufián y demás portavoces del independentismo, no van a ceder en sus exigencias de demoler la Constitución. A tenor de las palabras de Sánchez, y de sus reproches al PP respecto a Cataluña y la aplicación del artículo 155, es evidente que Sánchez parece más preocupado de que el nuevo ayuntamiento de la capital no consiga revertir el polémico cierre al tráfico de Madrid Central que de impedir cualquier tentación del separatismo de volver a declarar la «república» de Cataluña. Sánchez creó ayer una cortina de humo exigiendo la abstención del PP mientras Podemos se dedicaba a enfriar la posible coalición, dado el deseo aparente del PSOE de negarle cargos en el Gobierno y ministerios con poder y potencia presupuestaria.

Podemos no quiere ser un jarrón decorativo en la mesa del Consejo de Ministros. Sobre esto Sánchez ofreció pocas pistas de cómo pretende evitarlo. Ese, y no otro, debió ser el fondo de su mensaje, pero los españoles se quedaron con las ganas de saber qué hará el nuevo Gobierno de Sánchez, ahora ferviente defensor de la reforma laboral de Mariano Rajoy, con unos ministros de Podemos que exigen su derogación. O qué hará con el IRPF de todos los españoles, con la ralentización de nuestra economía, con el Pacto de Toledo y el futuro de las pensiones, o cómo acabará en cinco años con el déficit de la Seguridad Social si no es metiendo la mano en nuestros bolsillos. Si Sánchez consigue su objetivo de domesticar a Podemos y aburguesar aún más a su pareja de líderes, lo único que habrá conformado es un Gobierno en minoría y ultradependiente de terceros partidos que ya tumbaron su proyecto de presupuestos a costa de un chantaje. Sánchez debe saber que sus medidas son perniciosas para los españoles, que España no lo necesita como si fuera el líder mesiánico que simula ser, que la gobernabilidad que diseña estará viciada por una extrema debilidad y que gobernar con Podemos, por difícil que pareciera ayer, le abocará al riesgo de una legislatura corta y conflictiva. Al tiempo.