Mensajes de Literatura enviados por AdriPozuelo:

Setas de las que yo llamo raras,
vistas esta mañana en los alrededores.
Salen de la tierra por la mañana
y suelen durar un solo día.

OTRA MAÑANA DEL MES DE ABRIL

Esta mañana he salido de casa sin la cámara, pues al asomarme por la terraza antes de salir he comprobado que el ambiente estaba poco claro; había una especie de bruma en todo el entorno y aunque se oía muy bien el canto de los pájaros, he pensado que no merecería la pena llevarla, ya que los trinos, silbidos y zureos que se oían muy nítidos, provenían de aves que ya tengo fotografiadas varias veces.

También pensé que no habría, o no encontraría, alguna cosa especial que mereciera mi atención, o digno de ser fotografiado. Pero no ha sido así, pues sí que lo había. Las había, pues eran varias setas de las que yo considero raras, ya que mis conocimientos micológicos son, no ya escasos, sino netamente nulos, si exceptuamos a los níscalos y las setas de cardo. Y éstas, si llego a coger alguna, antes de que algún vecino, o setero se las lleve, las tengo que mostrar a algún entendido en la materia, antes de atreverme a cocinarlas.

Me ha pasado la de marras, ya que el día que no salgo con la cámara colgada al cuello hay algo nuevo que fotografiar, o algo que merezca la pena plasmarlo en la tarjeta, lo que antes hacía en el celuloide, y dejarlo en la carpeta correspondiente del disco duro de mi portátil.

Esto es mucho mejor que aquello otro, el sistema analógico y mecánico manual, muy anterior a lo digital y automático de hoy en día, aunque hayan seguido “conviviendo” en paralelo muchos años. Y quizás los que les queden, pues aunque el soporte en papel fue decayendo paulatinamente a medida que se iba imponiendo el sistema moderno, hay quien por añoranza, o por el amor a un sistema que nos dio tantas satisfacciones, aun lo utiliza y quizás sea por estos “friquis”, o a consecuencia de la demanda que hay del celuloide y el papel, pequeña eso sí, y a pesar de que decayera su consumo, no han llegado a extinguirse.

Aun conservo algunas cámaras de aquellas mecánicas: una Kodak de aquellas de plástico que usaban cartucho; una de las que había que darle a la palanquita de arrastre del carrete, con regulación de objetivo y selección de estilo manual, de aquellas que iban acopladas a su funda de cuero y para usarla tan solo se destapaba la parte delantera; otra Pentax automática de carrete; otra Hp compacta y digital con el objetivo atrancado y "mi querida" cámara réflex Minolta, modelo 404 si, aunque no funcione ninguna.

Esta última la tengo “cargada” aun, pues dejó de funcionar hace años con un carrete dentro a medio uso, cuando mis hijas la estaban usando para un trabajo de la asignatura de Artes, estando cursando los correspondientes estudios en un instituto de Móstoles, y dentro de la variante de “Fotografía Artística”, o “Creativa" ” o “Composición Artística”, que esto no lo recuerdo muy bien, ya que desde entonces ha cambiado tanto la denominación de ciertas asignaturas, como los sistemas de estudio y otras cuestiones; tantas como han cambiado los distintos dirigentes de otros tantos gobiernos, ya fuesen comunitarios o estatales, de los cuales, si eran ordenanzas o leyes del Gobierno Central, algunas comunidades hacían lo “que les daba la gana” al respecto, hacían caso omiso de esas leyes y “se montaban” las suyas particulares, de tal forma que según en qué comunidad se estudiaba una cosa, en la otra u otras era diferente, o de ser la misma cosa, o cuestión, se hacía de forma o método distintos.

El caso es que hay que ver lo que han cambiado las normas. No solo las relativas a la enseñanza o educación, a la cultura en suma, que no sabría decir si a mejor o a peor, viendo y sufriendo, o quizás sería más correcto decir soportando, la poca que se aprecia a nuestro alrededor, mírese en la dirección que se haga.

No solo “el pueblo habla mal”, pronuncia mal, sino que también lo hacen los universitarios -incluso profesores-, los locutores de radio, los de televisión, ¡y hasta los políticos y gente, que en teoría debía ser culta! Estos, con más culpa, tienen una pronunciación que da grima, de pena.

Ejemplos, muchos, pero baste alguno en concreto. ¿Quién no ha oído decir a gerifaltes, personajes y personajillos, políticos y personajes cultos –incluso los del Ministerio de Cultura y a los que redactan y elaboran las leyes de la enseñanza: “hemos realizao”, o “hemos estudiao” esto o aquello? Cuando no confunden hiatos con diptongos y las palabrejas aun suenan peor. Como el decir: “hemos enviau”. ¡Ay! Pero si tenemos la Gramática por los suelos... ¿Cómo no vamos a estar nosotros?

A “la escuela” había que enviarles a ellos, en vez de permitirles que “nos manden”, y menos aun que nos envíen al garete -que es a donde iremos de cabeza-, que nos mangoneen o que nos ordenen. Y menos aun se les puede permitir que lo hagan en esos términos lingüísticos.

Cuando no les da por hablar u orar en público, disertando sobre materias que a todas luces se ve que apenas o poco entienden, usando hipérboles o abusando del asíndeton, precisamente para querer dar credibilidad y pomposidad a su persona y a lo que dicen. Y son los “estudiaos” o estudiosos que nos han regido, que van a regirnos, y nos rigen, ¡pero de qué formas señores!

“Se me abren las carnes” –como diría mi abuela- al oírles tantos despropósitos, o al “dar tales patadas al diccionario”, como decía un “maestro” que tuve siendo yo un chaval, que aunque un bruto y un bestia en el trato humano -del que puedo asegurar que carecía y doy fe, aunque ya no me queden restos de las marcas que hizo en mi cuerpo, con la correa de motor que usaba a modo de látigo -, era un experto en el dominio de las palabras y un versado en refranes, parábolas y metáforas, así cómo en fábulas y greguerías.

Aun recuerdo alguna de aquellas fábulas que nos enseñó, la que por estar en La Alcarria me viene al caso, cómo es aquella de Samaniego y que decía así:

A un panal de rica miel
dos mil moscas acudieron
y por golosas murieron
presas de patas en él.

AdriPozuelo (A. M. A.)

PD: ya he borrado y vuelto a colocar, tres veces este post, pues no sé porqué, pero lo cuelgo rectificado y cuando lo releo veo que, además de errores ortográficos, algunas letras le faltan. Espero que este último aparezca bien. ... (ver texto completo)
¡Bueno, bueno, que sería la 8ª que hiciese de poder hacerla! Tan solo han sido siete.
La "coleta" ya la cortó el urólogo tiempo ha, pero hasta entonces "di mucha guerra".

¿En qué pueblo vives? Si no lo ves una indiscrección.

Un saludo
Buitre leonado
sobrevolando la N-320,
fotografiado desde mi terraza.

¡"Fectivamente"!

Lo que pasa es que el aleteo de las perdices es como decir -según se decía en un spot femenino-: ¿A qué huelen las nubes? Y sobre las tres cosas que enumeras, tras de las cuales se puede uno ya morir y quedarse tan agusto, te diré que de la primera lo único que siento es añoranza porque me publiquen otro; por lo de hacer una barriga a una, ya sería la 8ª (octava) y sobre plantar un árbol..., ni me acuerdo cuantos he plantado en mi vida.

Escribí una novela sobre Madrid para participar -y participé- en un concurso promovido por el ayuntamiento y nada. Cuando fue el plazo fui a recoger mis tres ejemplares y, no siendo por los comentarios alentadores de dos señoras del departamento correspondiente y tres novelas de ediciones anteriores que me regalaron, salí de allí sin pena ni gloria, pero sí dolido precisamente por los comentarios de las dos administrativas, referente a la forma o modo de cómo se "escogía" al ganador. También me dijeron que lo siguiese intentando, que no perdiese la esperanza.

Al tiempo, dos años después, la Eperanza a la que le hice las siete barrigas también la perdí.

Seguiré escribiendo, porque entre otras cosas me gusta hacerlo y aunque no sea más que para que se lea por aquí, al igual que por otros foros donde participo y en mis blogs, de momento me siento satisfecho. Pero eso, de momento, que me lo estoy pensando.

Pero es tan difícil ganar un premio literario, habiendo tanto literato bueno por ahí, que...

Saludos ... (ver texto completo)
Despertador oficial del barrio;
rural, natural y asilvestrado.

Muchas gracias por tu estimulante crítica, la agradezco pues siempre es de agradecer una crítica, ya sea a favor o en contra, ya que siempre se aprende de ellas. Sobre todo para rectificar vicios o errores. Y fíjate, que coincides conmigo en la metáfora, pues estuve tentado de quitarla, o trocarla por otra que tenía -y tengo- en mente, sobre el canto de un gallo mañanero, que no madrugador, el cual todos los días se convierte en el chivato del barrio, previniendo a sus congéneres de mi presencia en cuanto me ve aparecer por sus dominios cámara en ristre.

Pero ésta la dejo para otra "croniquilla", la que escribiré más adelante.

Saludos, y, lo dicho, muchas gracias. ... (ver texto completo)
UNA MAÑANA MÁS

Abro el candado de la cancela y salgo de la urbanización. Tras cerrar, parto en dirección al pasaje del que apenas me separan diez metros, por el que se salva el obstáculo que supone la nacional para acceder a la ribera del pantano desde mi casa y que pasa bajo ella.

Antes de entrar en la boca del corto túnel, ya escucho los trinos de las distintas especies de pájaros, que encaramados en las ramas de los árboles del otro lado, así como sobre tejados y vayas de las casas que bordean la ribera, cantan, trinan y pían sin parar.

Llegando al otro lado e incluso antes de salir de debajo del hormigón, el cual me hace llegar el sordo rumor de la rodadura de los vehículos que circulan sobre el asfalto, se oye el graznido de las chovas junto con el de un distante cuervo que debía de sobrevolar por las inmediaciones; comprobando, al llegar al pie del camino que sale a mi derecha en bajada hacia el agua, cómo el uno hace sus pasadas sobre ella y las otras vuelan en mediana bandada hacia las paredes rocosas de la hoz del río, al otro lado del dique donde tienen su hábitat cotidiano, en sus muchos nidos establecidos en sendas grietas de las rocas.

Continuamos por la asfaltada ribera, ya que éramos dos, mi perrita Suska y yo, y vemos y oímos a nuestros amigos “Betoven” y “la rubita” –un precioso y simpático “San Bernardo” y una mestiza muy cariñosa-, que desde detrás de la verja del recinto dónde se encuentran, nos reciben. Uno con sus ladridos, ya que no puede salir o escaparse, y la rubita meneando su cola al vernos, ya que es su forma de demostrarnos su alegría. Reptando por debajo de la puerta se acerca a nosotros y poniéndose a mi lado en lo que Suska se da el morro con ella, espera que la de una golosina canina, pues suelo llevar en los bolsillos para premiar a mi perrita y a ella la doy de vez en cuando también un trocito.

Continuamos hacia adelante, con el frío viento en contra, el cual se deja sentir bien en esta zona, debido al encajonamiento por el que le hacen deslizarse las cumbres circundantes, produciéndose el efecto venturi -como corrientemente se le conoce, ya que en realidad es el “Principio de Bernoulli”-, consecuencia del acercamiento que se produce en los montes, llegando a pasar con más fuerza y aumento de velocidad por tanto, al pasar por los dos pequeños túneles que hay debajo de la carretera nacional, dónde en algunas ocasiones he de sujetarme la gorra, si no quiero que caiga en las garras de Eolo en su arremolinada ventura y perchándomela después en alguna rama o zarza cercana, tenga que vérmelas y deseármelas para descolgarla.

Seguimos hacia la “Boca del Infierno”, donde el aire también azota en esa zona, ya que ésta “boca” media entre una gran isla -o pequeña, según con lo que se la compare- y el Alto San Julián, pendiente que queda al oeste del pantano y que en tiempos remotos debió de ser una sola altura o monte.

A la isla la podíamos denominar Eolia, ya que podríamos situarla como la morada del citado dios, que junto a sus seis hijas y seis hijos dominan todos los altozanos, llanos y bajíos del entorno, pues si el padre se desliza hacia el pueblo, los hijos deben de hacerlo por los alrededores, ya que siendo una docena de ellos se entiende la saña con la que te reciben, o te ahuyentan, al aproximarte a sus dominios.

Subiendo la cremallera de la sudadera y del chaleco acolchado, y abrochando los automáticos de éste, continuamos el paseo cámara en ristre con el dedo en el disparador, ya que los pinzones y los verderones cantaban cerca, muy cerca de nosotros, puesto que estaban encaramados en las ramas de los pinos que cubren hasta la mitad de la calle, así como en la lejanía los oíamos, sintonizando con el trinar de los jilgueros, cual sinfónica campestre.

Hoy estaba decidido y dispuesto, a pesar del frío recibimiento de dioses y diosecillos, a hacerles más de una foto. Esto sería posible si es que algunos se dejaran ver, pues hay días que como hoy, los oyes clara y nítidamente pero no se les ve. Y si se les ve, o están tras alguna rama, hojas o agujas de pino, o se confunde su silueta con los frutos de éstos árboles.

Al final he conseguido unas cuantas de pinzones, jilgueros y verderones, así como de unas cuantas chovas en vuelo; un pequeño grupo que pasando muy cerca se dirigía al Alto San Julián. Como al disparar la cámara mi perrita dio un tirón, no pude tomarlas bien, teniendo que fotografiarlas cuando ya estaban relativamente lejos.

Bueno, ya habrá más ocasiones en que se las pueda fotografiar a gusto, ya que la primavera no ha hecho más que empezar y tienen que venir muchos días en que las pueda ver posadas en el suelo y junto al pantano, además de venir provisto del trípode y otros objetivos.

De regreso tomé el coche y me fui hasta el pueblo para hacer algunas compras, necesarias para el almuerzo diario. Tras aparcar cerca de la plaza, junto al callejón donde se encuentra el pub “Qué punto”, me fui al bar a desayunar.

Pasé, y como hago todos los días que voy, di los buenos días nada más traspasar la segunda puerta, la que da acceso al local y fui contestado, como casi siempre, por las sillas y mesas vacías, ya que las ocupadas no se dignan dirigirse a nadie, cuanto menos a extraños, al estar sus ocupantes sobre ellas, enmudeciéndolas por completo.

Al acercarme al mostrador y repetir mi venturoso saludo, al fin me contestó el amable camarero, cosa que también suele ser así casi siempre, o casi todos los días. Le pedí mi café con leche, a lo que añadió: -Con churros ¿verdad?- y le contesté afirmativamente.

Tras indicarme que me lo serviría en una mesa, me dirigí a una que había desocupada, cosa rara ese día, ya que los martes y jueves rara vez queda una libre a esas horas, pues son días de extracciones y recogida de muestras para análisis clínicos. Como el ambulatorio queda cerca, apenas 100 metros abajo, y es el único bar que sirve churros elaborados in situ, la gente acude allí casi en masa, tras ser “pinchados” y dejar “sus botellitas” de muestras de orina.

Dando cuenta de mi desayuno, estaba yo sentado a una mesa y mirando hacia la entrada, que es como me gusta situarme, quedando el mostrador a mi izquierda, cuando vi al otro lado del cristal labrado a un vejete, que asido al dorado bronce empujaba la hoja de madera y vidrio.

A medida que se me acercaba, pude observar a un hombre con semblante bonachón bajo la visera de una gorra clásica y andares que, aunque no lentos, semejaban aspecto cachazudo, quizás debido esto a la acumulación de años que se le adivinaban, aunque bien abundan los que aun con parecidas sumas añales a sus espaldas, arrostran una cara de mala leche que es como si no pudiesen con ella.
El camarero le saludó nada más verle acercarse al mostrador.

- ¡Qué! ¿Cómo va eso Celestino?

A lo que el aludido le respondió:

-Va bien la cosa hijo. ¿Qué más se puede pedir, “pa” los tiempos que corren?

-Qué. ¿Un café con leche?

El hombre asintió, el camarero le sirvió el café y siguió de conversación con los ocupantes de una de las mesas y con otro vecino, que sentado en un taburete junto al mostrador, compartían conversación todos ellos, versando ésta sobre los pocos servicios en el pueblo y que debido a la falta, o escasez de ellos, había que trasladarse a Guadalajara, para tramitar y resolver ciertas cuestiones.

En tanto entró una señora, que al parecer por la conversación entablada, era “hija del pueblo”, saludó al vejete y a mis vecinos de mesa, que al parecer a todos conocía, y la conversación siguió por otros derroteros. Temas banales, como comentar el tiempo climático del exterior, seco, por más y más nubes que se ciernan sobre la zona, y problemas de salud, debido al parecer, a la “acumulación de años sobre una”, según comentario literal de la nueva contertulia.

Comentaron entre ellos -incluido el camarero- sobre “una parálisis”, “embolia”, “o trombosis” -caso en el que cada uno daba su diagnóstico y no llegaban a consenso-, que le había acontecido a un tal Jesús, vecino e “hijo” también del pueblo.

El personaje del café con leche, ajeno a tal conversación, quizás para él tan banal como para perder el tiempo interviniendo en ella, daba cuenta de su desayuno. Al poco llegaba al fin de éste y tras abonar su importe y despedirse de todos los presentes: -Queden ustedes con dios –dijo-, se dirigió hacia la salida encajándose la gorra y se fue.

El camarero, según traspasaba las medias puertas batientes que separan el interior del mostrador con el local, llevando las manos ocupadas con un chocolate en una y unos churros en la otra, para servir a la nueva parroquiana, comentó:

-Hay que ver lo bien “questá” este hombre, “pa” los 90 años que tiene.

- ¿Quién? Preguntó a su vez la que esperaba tan suculento manjar, pues según comentara poco antes, estaba en ayunas por tener que “hacerme anélesis de sangre” en el ambulatorio.

- ¡Celestino! Contestó el camarero, en expresión significativa de ¿quién va a ser sino? siguiendo en un toma y daca dual.

-Ya lo creo. ¡Ojalá llegue una así a esos años!

-Pues sí.

AdriPozuelo (A. M. A.) ... (ver texto completo)
EL PAQUETE

Esto es pan comido, se dijo. Llevaba muchos años haciendo este tipo de trabajos y no había fallado nunca. Desde su posición veía todo perfectamente, aun sin los prismáticos. Su paquete, al cual debía despachar y como siempre, discretamente, se encontraba leyendo, sentado en un banco del parque que se extendía unos metros más abajo de donde él estaba.
Se encontraba al borde de una de las ventanas del piso del que le habían dejado las llaves, junto con las fotos y el encargo, en un ... (ver texto completo)
¿...?

¿Eso es en serio o es de cachondeo? Es que no me cuadra, no me cuadra
En homenaje a las mujeres, y sobre todo a las maltratadas, compuse esto hace algún tiempo y he querido compartirlo con vosotros. Espero que sea del agrado de alguno al menos.

MALTRATADOR Y ASESINO

Maltratador por conciencia, capricho y a sapiencia,
a más de bestia y energúmeno con y por indecencia,
que no por inconsciencia, ni por maltratado en la infancia,
pues si tienes diligencia, piensas, diferencias
y por cambiarte tratas, al sano pensamiento,
al raciocinio, a sana educación, a buen ... (ver texto completo)
libertad: como hace días que no pasaba por este hilo, no sabía de la hospitalización de su mujer.
Me alegro que ya esté restablecida y en casa "batallando", por lo que le he leído al respecto. Espero que le haga muchas y ricas tortillas, y "usted que las vea" bien, pues ya he leído que tuvo que pasar por la consulta del oculista. Espero que no sea algo de cuidado y siga usted teniendo buena vista para poder seguir escribiendo y deleitarnos con sus historias.

Saludos y mis mejores deseos para ... (ver texto completo)
Hola Cabrero II. Al comenzar a leer tu escrito ya me parecía que lo había leído antes y me he dicho: lo mismo ni se ha dado cuenta, pero ya veo que no.
Me "sonaba" el haberlo leído, porque, creo, que es sobre el que "salió" aquella "pequeña disputa verval" entre los dos, tras escribir yo otro que dio lugar a esa confusión o error.

Saludos.
Aquí dejo un relato, o pequeño cuento de amor. Amor hasta el extremo..., pero eso lo dejo para el final.

EL ÚLTIMO VUELO

Se acercó al borde del precipicio y miró hacia abajo. La verticalidad de la pared rocosa le permitió divisar con claridad las grandes rocas desprendidas de ella, las cuales se amontonaban al fondo. Un fondo claro y nítido, a pesar de los 2.560m que le separaban de él, tal y como marcaba su varioaltímetro. Esto él ya lo sabía, pues anteriormente ya habían estado los dos en este mismo sitio muchas veces.

Ya se habían lanzado al vacío en parapente y ala delta desde allí, varias veces, como igualmente se habían descolgado rapeleando por la pared, tras haber accedido escalándola infinidad de ocasiones, hasta el punto donde se encontraba.

Tras comprobar que el aire no lo apartaría de su ruta -ruta invisible ya que sería por el espacio aéreo- la cual se había trazado en su mente antes de subir hasta aquí; tras comprobar que las hebillas de las cinchas del arnés estaban bien trabadas; tras comprobar que los mosquetones estaban todos bien enganchados y en su sitio, tanto al arnés como a las anillas de los tubos metálicos del ala; tras comprobar, así mismo, que el funcionamiento del suelte rápido era perfecto y tras decir con la mirada puesta en el horizonte: - ¡Alicia, allá voy mi amor!, retrocedió unos metros, llegándose hasta unas piedras apiladas, que a modo de señal se encontraban a cierta distancia del borde. Señal que les había servido a los dos como marca de salida, pues para eso las dejaron allí, para, tomando carrerilla, llegarse hasta el borde y lanzarse al unísono al vacío.

Se volvió y salió corriendo pendiente abajo, aferrando sus manos al trapecio. Justo antes de llegar al borde, sus deportivas dejaron de tocar el suelo y comenzó a elevarse ligeramente. Estabilizó el ala y recogió lentamente sus piernas llevándolas hacia arriba y atrás, hasta tomar la horizontalidad su cuerpo, reposando sus pies en el trapecio posterior. Recogido por la corriente de aire caliente, esta comenzó a elevarle, llegando a cierta altura donde se estabilizó. Tomando la horizontal, voló en línea recta hacia un punto ya fijado de antemano.
En varios kilómetros recorridos no varió el rumbo. Llegado al punto fijado, ladeó su cuerpo y el ala se inclinó ligeramente a un lado, tomando una nueva dirección para llegar a su destino. Así recorrió varios kilómetros más, llegando a la vertical con un pueblo, el cual se divisaba desde lo alto cual mosaico multicolor rodeado de verdes campiñas, allá abajo, muy por debajo de él.

Presionó el suelte rápido que lo mantenía sujeto por el arnés al ala y su cuerpo quedó libre de cualquier sujeción mecánica al aparato. Percibió como cedía la presión que en su cuerpo ejercían las cinchas de nylon y quedó sujeto al artilugio nada más que con sus manos en el trapecio de timón y por sus pies en el posterior de estribo, dado por la postura estirada de su cuerpo y por haber tensando sus músculos al máximo

Aspirando profundamente relajó su cuerpo y soltó sus manos de la barra engomada, precipitándose al vacío con los brazos pegados al cuerpo y estirando este al máximo. Cual proyectil disparado con arma sin detonante, sin estruendo producido por tiro alguno, salió disparado al vacío. Rompiendo el aire con el casco, sintiendo como rompía en sus bordes junto a sus oídos, le llegaba este hasta sus tímpanos, como golpes de tralla manejada por experto arriero, en un devenir continuo de restallidos en el espacio. Veía como los rectángulos multicolores se le acercaban a velocidad de vértigo y como se hacían más nítidos los rectángulos marmóreos, blancos, negros y grisáceos. Cerró los ojos a cierta distancia del suelo, cuando tuvo la certeza de que no erraría el blanco.
Al día siguiente, algún vecino de aquél pueblo, se llegó hasta el camposanto a depositar flores sobre la lápida que cubría la tumba de su hija, encontrándose con el cuerpo de lo que parecía haber sido un hombre, a juzgar por su calzado, sus vestiduras de tela brillante, y de distintos colores, ensangrentadas y desgarradas. Al parecer, y a simple vista, había sido decapitado

El médico forense lo examinó, pudiendo comprobar con estupor, tras sacarlo de entre las piezas de lápida y tras observación minuciosa, que la cabeza se encontraba oculta e incrustada en el tronco del cuerpo desmadejado, probablemente –pensó- a causa del impacto de caída. Los restos yacían a los pies de una tumba, en cuya lápida rezaba, o se leía, un esclarecedor epitafio: “Aquí yace Alicia, tras su último vuelo”.

AdriPozuelo (A. M. A.) ... (ver texto completo)
París: qué recuerdo más grato; la visita a la ciudad y todo lo que vi, que no es para enumerlo aquí. Y es grato porque esa visita y con quién la hice, y en aquellos tiempos, no podía ser más que eso, grato.

Lo malo es que ese recuerdo me ha llevado a otro, que ha sido a las personas con quién lo visité y ya no las tengo a mi lado; y no es porque no vivan, no.

También podría encuadrar en "lo malo", el no tener en mi poder las fotos de aquella visita, que a saber si se están deteriorando en un ... (ver texto completo)
Me alegra el que te gustara el relato, libertad. ¿Dónde andas que no "se te ve por aquí?
Aquí dejo otro cuentito.

Saludos

Un adiós

Cuando te conocí tenía, ¿trece, catorce años? No lo recuerdo con exactitud, pero en todo caso, joven e inexperto, al igual que inmaduro para eso, sí lo era.
Eso, ese acto, ya se lo había visto realizar a muchos mayores, a mi padre, a mis tíos, a amigos de ellos, a vecinos, como a extraños en general, y parecía bueno. Tanto es así, y por tal motivo, que quise ... (ver texto completo)
LA GRAN TENTACIÓN

Cada día se me hacía menos llevadero el pasar ante ella y no tocarla. ¡Estaba tan tentadora! Con esa redondez; con esa piel tan brillante; con lo maciza que se la veía tenía que ser mía.

No podía ser de otra forma, pues aquello me mortificaba desde que la vi por primera vez y eso que aun era muy pequeña como para hacer algo con ella, al menos provechoso.

Mirando su exterior, cual vestimenta a rayas verdes y amarillas, pensaba en su sonrosado - ¿o sería rojo?- interior y me decía, me repetía, un día tras otro: ¡Tiene que ser mía, a esa la tengo que hincar yo el diente! ¡Vaya que sí, que la muerdo! Pues estaba para comérsela. ¡Y de una sola sentada! Sabía, que podía hacerlo.

Aquella noche me decidí y fui a por ella. Tras mirar a uno y otro lado, me aseguré que no había nadie y que desde la casa no me verían. Me acerqué a ella y sin algún rubor la palpé bien su piel, comprobando en aquél embriagador azote lo macizorra que estaba, lo a punto que estaba y me pareció que me decía, que me pedía con anhelo: ¡tómame, tómame!

Así lo hice. Sin ningún miramiento. Acuciado por las ansias de poseerla, la palpé toda su redondez para poder tomarla de la mejor postura posible, para no hacerme daño en la cintura. Tiré de ella hacia mí con decisión y noté su dureza en lo alto de mis piernas.

Colocándomela bien por debajo de mi vientre y toda vez que ya era mía, salí por piernas de allí, no fuera a ser que el señor Mariano me pillase tomando el preciado fruto de su huerto, ya que desde que era bien pequeña yo le veía con el cariño que la cuidaba.

Cuando salí andando de allí, el abultamiento que llevaba bajo el delantal, me oprimía de tal forma el bajo vientre, que se me hacía difícil poder andar, al tiempo que sentía su peso enorme en mis manos, las cuales llevaba con los dedos entrelazados para poder aguantarla y que no se me reventase en el suelo.

Cuando llegué a casa ya no quedaba nadie levantado, todos dormían a pierna suelta, pues algún ronquido que otro se oía.

Coloqué sobre la mesa, eso sí con sumo cuidado, con mucha delicadeza mi preciada prenda, me quité el delantal a rayas verdes y negras y me dirigí con decisión a la cocina.

Volví con el largo cuchillo en mi mano y me senté frente a ella. Sujetándola con mi mano izquierda, le asesté tal tajo en el centro que terminó de abrir sola. Había acertado, estaba madura, apetitosa. Me partí una buena lonja y me dispuse a degustarla.
¡Estaba divina! Como bien pensé, era roja por dentro.

AdriPozuelo (A. M. A.)
Villamanta, Madrid
12 de Julio de 2008 ... (ver texto completo)
Amigo libertad:
Este soneto con estrambote lo escribí, estando en época de aprendizaje para entender, siquiera un poco, el ordenador, así como el escribir en el teclado, teniendo que mirar a la pantalla al terminar de escribir cada palabra.
Me lloraban los ojos, terminando por dolerme, y hasta la cabeza, de tanto forzar la vista, pues además el ordenador era de monitor pequeño y las letras se reflejaban pequeñas y borrosas.
Como entonces escribía "en directo" en un foro al que me suscribí (Saber ... (ver texto completo)
Amigos todos: Lo cierto es que como digo por alguna parte"hoy he sido madrugador, y me han acompañado gallos madrugadores: se me despertaban mientras os leía: a todos; si, a TODOS. Y entre todos me habéis sacado del yermo, para en la lejanía palpar de todo.
Si os pido compresión, para con mis dedos, que mas lentos que el pensamiento, equivocan las letras, tomando o dejando las que no se corresponden. En las televisiones lo nombra: cosas del directo.
Pero lo que cuenta hoy, es que he dejado delado ... (ver texto completo)
Gracias a ti; por lo de amigos -a lo cual se te corresponde-; gracias por tus sinceras letras y gracias por la aclaración, la cual, dicho sea de paso, es innecesaria pues se entiende así como tú la explicas. Al menos yo lo entiendo así: que "son las cosas del directo" y te comprendo.
Por lo demás, eso de ".../... un gran placer haber permanecido.../..., haberos leído..., etc., ¿Qué quieres decir con ello? Porque, ¡No será una despedida!
Decían "Celtas Cortos" en una de sus canciones:

"Cuéntame un cuento y verás que contento
me voy a la cama y tendré lindos sueños"

LA MERIENDA

El niño seguía jugando en la arena, con su palita, rastrillo y cubito de plástico, haciendo caso omiso de los ruegos de su mamá, para que acudiese al banco donde ella se encontraba, a fin de terminar su merienda.
Merienda que a Pablito no le gustaba, como así se lo hacía notar a su mamá, cada vez que ella le daba un pellizquito de pan “sucio” -como ... (ver texto completo)
LIMBO

Torbellino de pasiones
y esperanzas zozobran,
deambulan, el cuerpo trémulo
por el deseo,
mas, al no ser tus dones
quienes le abrazan,
el Ego contempla émulo,
cómo los besos,
que colgados en la noche
en tu bello cuerpo,
son desgajados al alba,
e hicieronse eco
de gritos desgarrados,
de llantos, de lamentos,
que no vieron el Sol,
que no mecieron al viento,
e invernando en el alma,
al ardor de yermo cerebro,
despiertanse llorando,
acunados en tu recuerdo.

AdriPozuelo A. M. A.)
Córdoba, Argentina
8 de Octubre de 2008 ... (ver texto completo)
Adri...! Fantastico! Me has robado unos minutos que me obligan a repetir lo mismo:
! fantastico!
Mientras leía, me has recordado, que cuando bebo un vaso de agua, recuerdo, que el oasis nunca llega. Que el desierto para mi si ha existido. Que la lengua se infla, y hasta se tiene la impresión de que no cabe en la boca.! Que dilicia un vaso de agua! Cuando hoy te lo llevas a la boca, detras están las dunas, pero el baso es auntentico, el agua clara, cristalina, fresca. No sudas ese sudor al que ... (ver texto completo)
Muchas gracias libertad. Me satisface enormemente que te haya gustado, pues creo que ha sido así por tu expresión, ya que fantástico lo es, al menos con esa intención de fantasía lo escribí el día 22 de octubre de 2010, estando viviendo ya por tu tierra: La Alcarria ("la bella", apostillaría yo).

Al igual que mi relato te ha recordado a ti ciertas cosas, a mí tus letras me han recordado esto que escribí -éste otro que dejo aquí abajo-, el 25 de enero de 2008, ya sobre una idea que tenía y que me rondaba por la cabeza desde hacía tiempo, basado en una anécdota o pequeña historia que me contó alguien hacía unos años. Por lo mismo, como leo que tus letras se avienen bien con él lo he traído aquí. Espero que los recuerdos que te traiga no sean tan dolorosos, al menos, como lo es el final del mismo. Como podrás comprobar, coincide la tierra de origen -aunque es eso, pura coincidencia-, ya que La Alcarria se encuadra en lo que antaño se llamó Castilla la Nueva.

ÓRDENES QUE NO LLEGAN

Por enésima vez volvió a desenganchar la cantimplora de su cinturón, aproximándosela a los labios con indolente ademán. La volteó sobre su boca, abriendo esta al máximo para procurar que no se le derramase ni un átomo del preciado líquido, comprobando por enésima vez e igualmente, que no salía absolutamente nada por aquél agujero negro y profundo que tenía ante sus ojos.

Ojos irritados, marchitos, ajados, al igual que sus labios, y resecos como su garganta y sus entrañas.

Entrañas impregnadas de polvo y arena que el viento hacía elevarse desde el suelo, lo que tras describir torbellinos en el espacio, se introducía por su boca en tráquea, laringe y bronquios, yendo a quedarse instalados en los alveolos, cuales bloques de terracota que pretendieran construir un muro de sílice para después asfixiarlo. El velo del paladar lo sentía áspero, pétreo, pesado cual losa de granito, amenazando, si llegase a desprenderse, lapidarle la lengua.

El horizonte, puro y duro, espejismo en su cerebro pues sus ojos no podían apreciarlo desde hacía varias horas, se le presentaba ante sí oscuro, cercano, tan próximo, que aun no viéndolo claramente creía que de un momento a otro, quizás a un paso más, caería del otro lado.

Al otro lado se encontraba su salvación. Al otro lado estaba el campamento. El campamento al cual debía haber llegado hace días y por lo tanto deberían estar esperándolo. Su campamento, del cual había partido hacía… ¿Cuánto tiempo hacía? ¿Cómo es posible que no pueda recordarlo? –pensó en un instante de lucidez, en que esta, paulatinamente le iba invadiendo debido, quizás, al sentir próximo el final de su odisea-. Se dijo que más de treinta días, de los cuales más de veinte, y ya de regreso, llevaba portando las nuevas órdenes y por tanto la nueva estrategia a seguir por su destacamento en el frente. Mas, si tenía que haber estado allí hace días, ¿Cómo es que no habían decidido salir a buscarlo? - reflexionó-.

Lo que él ignoraba es que en el campamento nadie le esperaba. Nadie había sabido que llegaría él con nuevas órdenes, ni nadie podía saberlo ya, desde hacía unos días, puesto que nadie quedaba en pie, ni vivo siquiera fuese tumbado, como para quererlo saber.

Tras no encontrar su pie el apoyo necesario para continuar adelante, su cuerpo se desestabilizó, yendo a rodar irremisiblemente por la ladera de la duna movediza. Sintió como la arena frotaba su piel -ya que reptaba semidesnudo-, cual asperón pretendiente en lavarle el alma, para así presentarse con ella limpia en su destino, a su fatídico destino. No pudo escaparse lamento alguno por su boca, pues lo impedía el estar invadida por el ardiente sílice del desierto.

Evocó un pueblo de Castilla la Nueva, una familia, una novia y unos amigos que le sonreían con una copa de vino en la mano. Brindaban por él, le daban la bienvenida por su regreso a casa.

Paulatinamente, una nebulosa gris se interpuso ante la gratificante escena, atenuando, difuminando las festivas y familiares imágenes, en lo que un profundo sueño se apoderaba de sus sentidos y se durmió, cubierto por cálido manto, el cual le protegería de la fría noche sahariana.

AdriPozuelo (A. M. A.)
25 de enero de 2008
Vilamanta, Madrid
25 de enero de 2008 ... (ver texto completo)
No llevo mucho tiempo por estos foros, pero sí lo suficiente como para haber podido leer muchas cosas, y haber escrito algunas; haber dado repaso a muchos subforos, tanto de literatura como de fotografía, que me gustan mucho ambos temas, y haber dejado unas cuantas fotos.

He dado repaso a la página de "Temas" y nunca hasta hoy, había visto este de Literatura Española. Me parece interesante.

He leído de todo: tanto tebeos, con los que me aficioné a la historia -por los temas que me gustaba leer-; ... (ver texto completo)
La vida al otro lado

Siento su calor en mi cara. Abro los ojos. Me deslumbra. Los cierro y vuelvo a abrir de nuevo. Me froto los párpados, los refriego con el dorso de las manos. Limpio la gelatinosa secreción que impregna mis párpados, con las yemas de los dedos. Me desperezo. Miro en derredor y tras disiparse la nebulosa azulada que impide que mis ojos puedan fijarse en algo, distingo el ocre paisaje que me rodea. ¿O es amarillo? No, ahora es verde. No. Tampoco es verde. ¿Dorado? ¿Blanco? Sí, ahora lo distingo claramente, es blanco. Blanco calcinado por el sol, tras años, siglos, milenios, o millones de años quizás, desprendiendo sus rayos candentes, lanzándolos sobre la Tierra, para calcinar el páramo, transformándolo en el inhóspito e implacable asesino desierto que se muestra a mi alrededor. No puede haber otro. Al menos igual o peor, no puede haberlo.

Aquí y allá, guijarros blancuzcos de fácil desintegración al tacto, al igual que éste que deja deslizar su arenisca entre mis dedos. Aquí y allá, hasta dónde abarca mi visión, pequeños montículos de pelados huesos. Unos, cubiertos por atirantados cueros, resecos por el calor abrasador, decorados con cornamentas carcomidas. Otros, cubiertos por semejantes cueros, negras y quebradizas sillas de montar, roídas, carcomidas por las alimañas cuando aun eran cuero crudo, así como las fundas de los fusiles que descansan sobre lo que habría sido un abultado vientre, quedando ahora entre arqueados huesos blancos. Junto a ellos, reposan en ridículas posturas, en siestas eternas, lo que quedaba de sus intrépidos, aguerridos y desventurados jinetes. Calcinados esqueletos arropados por escasos andrajos, zahones, botas y sombreros, que posiblemente y en más de alguna ocasión, protegieron de rocas hirientes unos, guijarros cortantes otras y del sol agotador los otros. Junto con los guijarros, forman el mobiliario del inhóspito paisaje que se me ofrece.

No. A mí no me pasaría eso. Yo no terminaré así, ni aquí. Tengo reserva suficiente de agua y comida. Te conozco bien. Tras el espejo que me muestras en lontananza, escondes las montañas. La vegetación. La Vida. Y es la que me espera. Y hacia ella voy. ¡Nada! Nada me lo va a impedir! ¿Me oyes? ¡Nada!

Ya estoy sobre la silla de mi caballo. Miro el titilante suelo que tengo por delante. Al fondo, el horizonte me muestra sus rutilantes figuras. Edificios animados, vegetación, animales. Jinetes apocalípticos. Todo es irreal. Lo sé, no me engañas. No me harás desistir de mi empresa. Sé que detrás de toda esa filigrana está lo palpable, lo real. La Vida.

Avanzo. El carro, tirado por la mula me sigue. Bajo los férreos aros de sus ruedas van quedando harinados los guijarros que encuentran a su paso.

Tengo sed. El sol está en el cénit de su apogeo. Demasiado calor para seguir. Demasiado calor para detenerse. La mula y los caballos deben tener sed también. Bebemos. Comemos. Cambio la silla de caballo. Monto en el de refresco. Seguimos.

El sol se oculta. Otro día más. ¿Cuántos? Hago fuego. Pregunto a mis compañeros de viaje qué tal están. No me oigo. Mi boca reseca, mi lengua arenisca esmerila mis dientes. Las palabras retumban en mi cerebro como rocas estrellándose sobre las paredes de una caverna y rodando por el suelo fuesen a parar al fondo de la sima. Los animales me han oído. Me contestan con cortos y quedos relinchos, en lo que se van acomodando para descansar, tras sentirse libres de su peso y tiro. Comemos y bebemos. Nos aprestamos a dormir. Mañana he de encontrar un pozo. Sé que hay alguno cerca. Lo presiento al igual que mis compañeros. Amigos, tan solo nos queda un cuarto bidón de agua para los cuatro. Mañana he de encontrar un pozo. Mañana encontraremos el pozo.

No puedo dormirme. Tengo que dormir. Necesito dormir. Oigo ruido. Algo viene en dirección al campamento. Alguien se acerca sigilosamente. Algún coyote hambriento quiere comer caballo esta noche. Aguzo el oído. No anda, se desliza. Un reptil. ¡O varios! ¡Al otro lado de la hoguera! La tenue luz de las bajas llamas ilumina las serpenteantes figuras. Extraigo lentamente el revólver. He tenido que vaciar el cargador en los deleznables, en los asquerosos reptiles. Repongo las balas. Monto tres hogueras más en rededor del campamento. Me tumbo, me tapo con la manta. Me duermo.

Siento su calor en mi cara. Abro los ojos. Me deslumbra. Los cierro y vuelvo a abrir de nuevo. Todo en orden. Los animales ya están parados, en pie. Comen grano de sus sacos suspendidos del cuello. Las hogueras son cuatro montones de grises cenizas. Ocho crótalos son devorados por cientos, miles, de hormigas rojas. Las observo un momento en su voraz labor. Al poco, sobre la blanquecina arena quedan unas pieles huecas, rellenas de descarnados anillos óseos. Una mancha roja se dirige hacia mis botas. Me muevo. Voy hacia los inquietos animales. Varias manchas coralinas se acercan a sus patas. Las paladas de cenizas y ascuas en rescoldo, caen sobre ellas. Unas se dispersan, en lo que otras, abrasadas y enharinadas por cenizas, quedan quietas sobre la arena.

Avanzamos. El carro, tirado por la mula me sigue. Al igual que ella, los caballos me agradecen que les salvase de la marabunta.

Caminamos sobre nuestras sombras. Tendría que parar. Tengo sed. No se debe parar aquí con este calor. Tengo mucha sed. Hay que parar. Los animales necesitan beber también. Bebemos y comemos los cuatro.

Miro en rededor. El horizonte titilea ardiente. Contra él, rodando por el rutilante y ardiente suelo, vienen varios aviones prestos a despegar. ¡Ya llegan! ¡Se me echan encima! Se borran. Miro hacia la dirección por donde hemos llegado. No hay huellas sobre la movediza arena. Las huellas de los animales, así como las del carro, se van rellenando según sacan sus cascos y las ruedas de la arena.

Nadie, ni el mejor rastreador, podrían seguirnos. Por otro lado, ¿Quién va a pensar que me he adentrado en el desierto? “Nadie, no siendo un loco, se aventuraría a adentrase en este desierto. Nadie sale vivo de él. Ni muerto. Nadie lo sacaría y nadie le daría sepultura. No le haría falta”. Yo, señor alcaide. Yo me he atrevido, me he aventurado en él, a pesar de estar harto de escucharle la machacona sentencia. Yo saldré de él, vivo.

Yo te conozco. Tú a mí también. Ya hemos estado en contacto otras veces y no me has vencido. No me has derrotado. No te has alimentado de mí.

Caminamos. Aun falta para atardecer. El pozo ha de estar cerca. Lo presiento. Los animales también lo presienten desde hace rato. Aligeran el paso. ¡Allí está! ¡Ya llegamos! Di contigo, amigo. Sabía que me esperabas.

Entre rocas y baja vegetación, veo el espejo de su superficie. Un círculo de lodo rodea el oasis. Una gran nube de zumbantes mosquitos, revolotea sobre nosotros, sobre todo el conjunto. Cadáveres de animales inflados, prestos a reventar unos, esqueléticos los otros, quedan semisumergidos en el lodo circundante.

Hago acopio de ramas secas y verdes. Enciendo varias fogatas. Sobre sus llamas dejo ramas verdes y hierba, casi asfixiando el fuego, bajo los ataques de los malditos insectos. Siento algunos picotazos en las manos y en el cuello. Atrapo unos cuantos de ellos, sobre mi mano, que sedientos de sangre ya succionaban de mis venas con su larga “hipodérmica”. El humo los ha ahuyentado de momento. Dejo libre del carro a la mula. Voy hacia el manantial cristalino de entre las rocas. Los animales me siguen, tras sacudirse de encima unos cuantos mosquitos con sus colas. Bebemos. Tranquilamente, despacio, sin ansias, llenamos nuestros estómagos, deleitándonos con el fresco liquido.

Lleno los bidones. Ya podemos continuar. En varias etapas, pocas más, y con reservas de agua, llegaremos a nuestro destino. ¿Cuál? Es lo mismo, yo lo buscaré. Yo me labraré mi destino. Llegaré a La Vida, que es la que me espera. Al otro lado de esta caldera de ardiente arena blanca, me espera Ella; La Vida. Engancho la mula al carro. Tengo sueño. Ensillo el caballo de refresco. No puedo dormir ahora. Los animales están remisos a seguir. Bostezo. No podemos descansar ahora, les digo. Aun debemos continuar unas horas. El sueño me va minando el cerebro. Al menos hasta que el sol baje al horizonte, debemos continuar. Bostezo. Los animales bajan la cabeza. Patean fuertemente sobre el polvoriento suelo. Al otro lado de la nube de polvo, resaltando sobre la piel de las monturas, gruesas gotas escarlata. Otras se deslizan formando surcos en su pelaje.

El cerebro me ordena dormir. Me rebelo. Desobedezco la insistente orden. Llevo mi mano a mi dolorido cuello. Miro mis dedos ensangrentados. Arreo a mis compañeros de viaje. ¡Vamos! ¡La Vida nos espera! Me acerco al manantial. Lavo mis manos y el cuello. Me pesan los parpados. De nuevo refresco mi cara. ¡No! No puedo ceder. No debo rendirme al sueño. Mojo el pañuelo y me lo aplico al cuello, sujetándolo con un nudo. Me siento entre las rocas. Oigo el zumbido que se acerca. He de levantarme antes de que lleguen, y marcharnos. Mi cuerpo ha adquirido tal peso que no puedo moverlo. ¡No os tumbéis! Grito a las bestias. ¡Nos vamos! Me siento pesado. Es como si me hubiese bebido toda el agua del pozo. Bostezo. No…, no puedo dormirme… Voy hacia las monturas. No me muevo. ¡He de ir hacia las monturas! Me ordeno. Bostezo… Los parpados me pesan. No puedo dormirme. No debo dormir. No quiero… La Vida me espera. Nos espera… la vi…da… Nos… es….

AdriPozuelo (A. M. A.)
Pareja, Guadalajara ... (ver texto completo)
Este poema que traigo aquí es anónimo, por lo que he indagado últimamente, aunque ya lo había hecho antes y con el mismo resultado. Nadie mienta, o nombra, al autor; algunos lo encuadran en el romancero español, otros en el cancionero popular antiguo y otros -bastantes- lo cambian, y al parecer según les convenía a ellos, pues hace unos tres años busqué por Internet y poco había escrito sobre el tema -y algunos no pasaban de los veinte versos-, en cambio ahora hay varios que coinciden en varios versos ... (ver texto completo)
Me gustan los versos, me gusta crearlos, en medida de lo que puedo y me gusta crear historias, cuentos y relatos, lo mismo que leerlos.

PALABRAS

Muy de mañana, apenas amaneciendo, me dispuse a salir de paseo por los campos, como venía haciendo cada día, aunque en alguno ya estuviera la mañana avanzada.

Al salir de casa noté en mi cara el frío del viento, que procedente del norte había logrado helar los alrededores, configurando un blanco paisaje sin nieve. Posiblemente había estado enjalbegando toda la noche los árboles, los arbustos, las hierbas y tejados, dando a los charcos y remansos de agua ese peculiar toque frío del que él es solo capaz, dejándoles la apariencia de pistas de patinaje, como espejismos de la imaginación del sediento caminante en otras latitudes.

Seguí andando, siempre en línea recta, excepto cuando tenía que dar un pequeño, o mayor rodeo para salvar algún obstáculo, sin darme cuenta del camino recorrido, ni tan siquiera del que pisaba.

Al cabo de un cierto tiempo, que lo mismo podían ser horas que podrían haber sido días, pues no tenía noción del transcurrido, el viento fresco cambió de rumbo y me vi envuelto en una serie de remolinos, acompañado por miles, millones quizás, de palabras que en vorágine me circundaban, a las que no solamente podía oír, sino también apreciar con la vista, ya que se componían de sutil nebulosa. En un principio, penetraron en mis oídos cual rumor discordante, como zumbido de enjambre de abejas, o como el mismo que se produce en el interior de nuestros oídos sin saber qué lo causa.

A medida que me envolvían, algunas se dejaban entender, en lo que otras eran aprehendidas de nuevo por ráfagas independientes, alejándolas de mí en distintas direcciones, haciéndolas ininteligibles e inaudibles a pocos metros de allí. Pero antes de alejarse lo suficiente, pude comprobar que se trataba de palabras banales, comprendidas en párrafos cortos y extensos, vertidas como promesas, proferidas por personas enamoradas, así como por reyes, papas y regentes en general, arengadas a sus respectivos súbditos, a tenor de lo que expresaban.

La mayoría de las que continuaron en rededor mío, eran más que palabras sueltas, pocas de ellas banales, siendo que otras conformaban pequeños párrafos y otras minúsculas o grandes oraciones, así como gran cantidad de monosílabos negativos y afirmativos.

Muchas de estas palabras que componían oraciones en formación casi marcial, eran arengas, juramentos, maldiciones, insultos y amenazas, imprecaciones en suma, habituales de jefes militares, patronos, maleantes, combatientes, salteadores, arrieros, carreteros, luchadores, hinchas de equipos deportivos y demás gente dada a tan variada e ilustrada letanía.

Las acompañaban estridentes chocar de aceros, rodar de aros metálicos sobre piedras, agudos toques de cornetas y disparos de diversa intensidad, así como de grandes algazaras de gentío reunido, proferidas, algunas de ellas, en lo que se han dado en llamar lenguas muertas.

Otras había, claramente definibles como lamentaciones, resignadas, de desolación, que parecieronme de judíos castellanos, en su obligado destierro, junto a las de cristianos despotricando hacia ellos y hacia sarracenos mercenarios.

Había considerable cantidad de ellas que pertenecieron a mujeres y se oían junto a estruendosos cañonazos, lo que me hizo suponer que fueron vertidas en Zaragoza, pues iban acompañadas de insultos a gabachos, deduciendo que otras podrían haberlo sido en Cádiz, ya que el griterío femenino y masculino iba acompañado de los mismos estruendos e insultos a los galos, tremolar de lonas y crujir de maderas, así como de chapoteos de navíos y balas, incluidas las de cañón, sobre el océano y chirigotas dedicadas a los fanfarrones.

Oí también, lamentaciones de partisanos, maquis, requetés y legionarios, como así lo corroboraban en sus cánticos de júbilo, regodeo o alegría, por vencer al enemigo en alguna acción, junto a lamentos de plañideras mujeres por la pérdida de un padre, un hijo, un marido, o la de cualquier otro allegado, a tenor de lo que aun se oía en ellos, colgados hechos jirones como estaban, suspendidos en las ramas de espinosos arbustos, prendidos allí por el mismo viento fresco.

Él se las había llevado de boca de sus creadores, él me las mostró y de nuevo se las volvía a llevar, pues en un momento arreció y me vi envuelto en griterío infernal, para al momento quedar totalmente en silencio, creyendo, que en el instante que duró no podría soportar tal algarabía; mis oídos zumbaban y mi cabeza semejaba un panal, cuando de pronto, sin saber cómo, me vi en el camino de regreso, ya cerca de casa.

El viento habíase venido a menos, transfigurándose en suave brisa matutina, conservando aquél frío fino y penetrante inicial de la mañana. Lo que me hizo proferir una exclamación, por demás habitual en estas situaciones, al ver el vaho que escapaba de mi boca: ¡Hace un frío, que hasta se hielan las palabras! Y me dije: ¿Dónde irán a parar?

AdriPozuelo (A. M. A.)
Sacedón, 12 de enero de 2012 ... (ver texto completo)
Jobar que joda, y joroba, la joda desta pena,
que no se queice yo pa guantaila de corona.
Y a más quel jorobao pue ser un camello,
me siento mu mal tratao
pos enloalto yo lo yevo.
Y pegao aquí, al gargabero,
un núo mu grande, por questo que man testao,
a traición y sin querello,
no seilo deseo a naide, ni pa reirse dello,
pos, aunque pa entar tuerza pal costao
la testa, pa no pendersen ello,
y pua paicer una broma y darse al regodeo,
pos yo digo: ¡No lo es, ques cierto!
¡Y no es paicirse contao,
sino, ques dino pa velo.

AdriPozuelo (A. M. A.) ... (ver texto completo)
Amanece. ¡Que no es poco! Ni mucho.

Cuando amanece, no siempre quiere decir que llega un nuevo día. A veces, muchas, muchísimas, es simplemente que la noche decide seguir en vela haciéndole la competencia.

Una competencia, quizás desleal, pero, ¿No hace lo mismo el día? ¿No hay días en que no llega a anochecer, sino que deciden seguir apagados?

Pues, si no, ¿Qué es un día negro? ¿Es una noche que decide continuar? ¿Una noche que decide seguir abrazándolo todo? ¿Una noche que entra en terreno ajeno, y vedado, y cual furtivo cazador viene a llevarse lo que puede? O por el contrario, ¿Es un día sin Sol y sin Luna?

Puesto que, hoy se ve, ahora, en este momento, ¿Qué es lo que alumbra que hace que todo sea penumbra? ¿Es la Luna con su opaca luz? ¿Es el Sol ahorrando energía y la Luna se aprovecha de ello para así fulgurar más que él? ¿O es el Sol, que a la Luna alumbra, incide sus rayos sobre ella, al tiempo que ella, interesada, incide alguno sobre nosotros?

Entonces, al incidir, cae, sobreviene, corta, hiende, profundiza para hacer su marca indeleble cual rayo; para quedar grabada de tal guisa, que hace pausada, lenta y sin prisa, pero precisa, que el día sea “estrellado” o catastrófico y la noche larga, larguísima y linda. Muy linda, pero oscura.

AdriPozuelo (A. M. A.)
Villamanta, Madrid
30 de agosto de 2007 ... (ver texto completo)
ROSCÓN DE REYES

Llevaba oyendo la casi idéntica cantinela desde el día 15 o 16 de diciembre, en la panadería y pastelería del pueblo de al lado, distante 14 km, que es donde voy a comprar el pan y la bollería para el desayuno y la merienda.

Tras de pedir mi pan gallego, cuando me tocaba el turno, entre la dependienta –o la dueña- y yo, se creaba el invariable diálogo. - ¿Algo más? -Medio kilo de perrunillas (en alguna ocasión). - ¿Un roscón? -No, gracias. ¿Algo más? –Dos napolitanas de chocolate ... (ver texto completo)
De acuerdo; me alegra ver que no te lo has tomado a mal, pues ya te decía que no quería molestar con mi opinión. Y es que a veces no plasmamos bien en los escritos la idea que pretendemos exponer y en este caso, al parecer- veo que sí lo conseguí.

Un cordial saludo
AdriPozuelo
Creía que este era un foro solo para Literatura, pero veo que no, y no sé por qué se critican los grandes o largos escritos cuando se trata de un cuento, novela o prosa descriptiva, así como el contenido, diciendo que a nadie interesa lo que se cuenta, sin ver cómo se cuenta, pero literatura es al fin y al cabo, y se coge un tema que no viene a cuento -y nunca mejor dicho- (menuda perra que han cogido, diría mi abuela) y se machaca y se remacha una y otra vez con lo mismo, pues al fin es eso, más ... (ver texto completo)
SENTADO AL BORDE DEL ANDÉN

El largo y penetrante chirriar de las ruedas en su lenta frenada, sin prisa alguna, producido por el roce metálico de las zapatas sobre las ruedas cesó y el convoy se detuvo suavemente.

Dispuesto a bajar, y preparado como estaba desde que el tren entró en el enmarañado cruce de raíles de cambios de aguja, se encontraba junto a la puerta del vagón, con el maletín de cuero y su paraguas, recogidos ambos en una mano, en lo que con la otra se asía a la barra instalada junto a la puerta, pues temía sentir en sus maltratados huesos una brusca parada.

Había estado observando, con mirada extraviada en el horizonte a través de los cristales, absorto en sus pensamientos, abstraído en unos recuerdos lejanos y añorados que pasaban lentamente ante él, al igual que el paisaje que no veía.

Las quietas columnas de hierro, estáticas y silenciosas, embutidas con sus pies de hormigón en el andén, pasaron igualmente ante las ventanillas y por delante de sus ojos sin advertir su presencia, siendo que serían las únicas que le darían el más grato recibimiento que por allí pudiera darle alguien.

Ellas, que día tras día, año tras año, hiciese frío o calor, se encontraban allí para recibirle a él y otros como él, o quizás aún más apesadumbrados si cabe, al igual que más entusiastas, con su frío silencio y vano abrazo, como amigas o parientes, familiares distantes e impersonales que no tienen palabras con qué recibir al allegado viajero.

Pensó en la casa, en cómo estaría, cómo se la encontraría este año al abrir la puerta y a cuantos moradores minúsculos, indeseados y peludos, de hocico puntiagudo e irsutos bigotes, tendría que exterminar o echar de ella para poder pasar tan solo quince días y tan solo precisamente: sin el grito apremiante de una madre; sin la voz arrulladora y sensual de una mujer y sin el llanto de un niño, ninguno de ellos olvidados. Todos ellos le perseguían allá donde fuere.
Machacones y pertinaces, aquellos rumores le horadaban su interior, llegando a lo más profundo de su ser, hasta la más recóndita molécula o el más diminuto átomo de su cuerpo, exhalando nostalgia por cada poro de su piel.

Bajó del tren pasando ante las impertérritas columnas que no se dignaron en darle su gélido abrazo de bienvenida. Ajustándose los botones del abrigo, se encaminó hacia la salida con la intención de tomar un taxi al punto. Se detuvo antes de traspasar la puerta, cabizbajo, con la mirada perdida en la profundidad de las juntas de las losetas del suelo y la mente en otro lugar, lo que le hizo reaccionar y desviar la vista del suelo, mirando a través de los cristales labrados de la puerta. No se veía taxi alguno en la parada. Allí nadie esperaba a nadie, como nadie le esperaba a él en la casa o en el pueblo.

Aún podría llegar a tiempo. Todo dependería de los horarios. Si lograba llegar antes de que ella partiera, tampoco haría el trayecto sola, aunque tenía mejor suerte que él, pues al menos habría alguien esperándola. Esperándoles a los dos, si es que llegaba a tiempo.
Se dirigió a la taquilla pensando en encontrarla ocupada por el viejo expendedor de billetes y así no tener que enfrentarse a una impávida y muda máquina expendedora que fallaba tan a menudo que minaba la paciencia de cualquier mortal.

Pidió un billete y el horario del próximo tren, con destino al lugar de partida. -En diez minutos lo tiene usted aquí, le contestó el hombre a través de la ventanilla, con voz ronca, cascada debido a su vieja costumbre de llevar permanentemente suspendida la toba de un cigarrillo en sus labios. Dio las gracias al empleado y éste en un gesto de acto reflejo, llevó sus dedos a la visera de su raída gorra de plato, asiéndola en un punto concreto, allá donde se advertía su lustre debido al repetitivo saludo a través de los años.

Acto seguido se encaminó decidido a tomar el paso de peatones, caminando sobre las traviesas colocadas en paralelo a los raíles y con la única compañía que el ruido producido por los tacones sobre las maderas. Pasó al otro lado de las vías, sentándose en el frío hormigón de una de las columnas, habitantes de los andenes de la estación.

Extrajo un paquete de cigarrillos del bolsillo de su abrigo y al tiempo que preparaba el encendedor miró su reloj. Aun le quedaban ocho minutos de espera. Prendió el cigarrillo e hizo una profunda aspiración del humo tranquilizador. Exhaló con fuerza todo el contenido de sus pulmones, mezcla de humo y vaho que se quedó observando, viendo cómo se perdía entre la fría bruma que se iba apoderando del espacio en su entorno.

AdriPozuelo (A. M. A.) ... (ver texto completo)
He encontrado vuestra conversación muy amena e interesante. No tengo nada que añadir a tan claras, y esclarecedoras, opiniones pues sería más de lo mismo. Me ha gustado leeros.
Me gustan mucho más estos tipos de opiniones, me son más amenos, que los de política y religión, donde siempre "salta" la vena.

Saludos
Exhausto por tanto caminar deambulando por aquellos angostos callejones, cubiertos por un metro de espesa nieve, lindados por barracones con fachadas de viejas maderas de ripia, ajadas por el efecto de la erosión gélida de la estepa, al igual que sus destartaladas puertas, ceñidas y enmarcadas por anchas fajas de hierro, las cuales, férreas defendían cualquier intento de acceso al interior, debido, tanto a sus gruesos candados, como a la gran cantidad de nieve acumulada en pendiente ante ellas, al fin llegó ante un gran barracón que mantenía su puerta abierta, habiéndose acumulado bajo el dintel gran cantidad de nieve, como si hubiera estado cerrada durante la gran nevada acontecida hasta unos minutos antes.

Ante el umbral se percató que del interior no escapaba calor alguno. Por el contrario, lo que despedía era un frío quizás más intenso, más penetrante que el que venía soportando en el exterior. Ante la oscuridad impenetrable y acuciado por el hambre, el frío y el desfallecimiento que le invadían, traspasó el vano tentando las paredes a derecha e izquierda, tratando de localizar el conmutador de la luz.

Al traspasar el dintel quedó bajo una gran tulipa con orificios, sustentada por cuatro delgados postes metálicos, la cual le cubrió a modo de dosel, en lo que sus ajadas botas se posaban sobre una plataforma metálica. Oyó un apenas imperceptible clic y la puerta comenzó a cerrarse. A un tiempo salía una plancha acerada de detrás de ella. Describiendo una ligera rotación fue a colocarse a su espalda y le ayudó a acceder al interior con una pequeña y suave, pero irresistible presión, dejándolo en el interior, de pie, ileso, tieso.

Al tiempo que se encendían los tubos fluorescentes que pendían del techo, sus ojos se fijaron en los bultos que pendían de unos garabatos de acero inoxidable, los cuales, por medio de unas cadenas del mismo material, pendían de las vigas del techo, formando, con sus sinuosos rieles, una serie continua de úes por todo el cielo raso aislante, y se quedó de piedra, helado.

Lo que siguió, le heló la sangre, el corazón; lo dejó completamente congelado al instante, petrificado cual roca de hielo.

No lejos de allí, en el sótano del barracón, comenzó a oírse el ulular de una sirena, semejante a la de un submarino alertando a zafarrancho de combate, al tiempo que se encendía intermitentemente un piloto rojo.

Al momento, alguien se desperezó, saliendo por su garganta un áspero gruñido: - ¡Ah! Otro huido. Y alzándose perezosamente del catre tomó la anorak y se la vistió a toda prisa. Enfundándose las manoplas que descansaban en un estante, se encaminó hacia la escalera que conducía al barracón, arrastrando pesadamente su pierna izquierda, tiesa, rígida por falta de líquido sinovial en la rodilla, a consecuencia del desgarro producido por las garras de un oso, haciendo saltar por los aires el menisco; el mismo que le llevó el pie de un mordisco.

Al llegar ante el nuevo huésped lo miró y estudió con una mueca, mezcla de asquerosa y despectiva, ante el aspecto desaliñado, sucio y escuálido de éste. – ¡Todos terminan igual! Se dijo como si hablase con alguien más que hubiera allí, pues la efigie que tenía ante sí, por desgracia y desventura no le oiría.

Acercando uno de aquellos garabatos de acero engarzados en cadenas, lo colocó bajo el mentón de lo que pasaría por una figura de cera o de hielo china, dando un fuerte golpe hacia arriba para encajarlo. Accionó el interruptor de color rojo que se encontraba en la plancha metálica, por detrás y a la altura del hombro derecho de la figura, y se quedó observando cómo subía a colocarse en su sitio, tras recorrer algunas sinuosidades férreas ancladas al techo.

AdriPozuelo (A. M. A.)
28 de febrero de 2010 ... (ver texto completo)
2). Implacable, inexorable, el tiempo imprimía sus horas en el reloj, haciendo coincidir sus manillas con las seis de la madrugada en ese momento. Cerró el libro. Accionó el interruptor de la lámpara y tumbose sobre la cama, boca arriba, posando la cabeza sobre sus manos, entrelazando los dedos.
Con la mirada fija, extraviada, inmersa en la profunda oscuridad de la habitación, se dispuso a esperar, a abandonar el submundo del insomnio, deseando que el paso al de los sueños fuese suave, tranquilo, ... (ver texto completo)
Carroza en una presentación de Cartas Credenciales, a su paso por la Plaza de la Provincia, en dirección a la de Santa Cruz, Madrid

Un microrrelato, ganador en un concurso de minis.

1). Lo que le había sucedido era la consecuencia lógica de vestir sus mejores galas de irresponsabilidad al levantarse cada mañana.
Bueno, esa aseveración tuya tiene el mismo acierto por tu parte, que el que me atribuyes. Y es que los que tenemos "unos cuantos" años encima y los hemos vivido intensamente, ya hayan sido buenos, regulares o malos y hayamos sido, aunque sea un mínimo de observadores, hemos ido almacenando hechos y vivencias en nuestro cerebro; que ahí están, solo hay que evocarlas.
Al igual que en un archivo físico, de archivadores en estanterías, volvemos a ellos cuando nos hace falta consultarlos o cuando alguien comenta algo similar a lo acontecido a uno, haga el tiempo que haga, y tomando el archivador correspondiente lo consultamos. En estos casos, y ya que el "ordenador central" aun nos funciona y las carpetas con el rótulo de "RECUERDOS" no se han borrado, no hace falta apenas nada más que una palabra para llegarnos a él y abrirla.
Una vez tomado el apunte, lo transcribimos -como buenamente sepamos- para hacer prtícipes a otros de esos recuerdos: de "aquellas" vivencias.
Luego está el que gusten a otros o no, la forma de narrarlas; pero "eso ya es harina de otro costal".

Esta que sigue, aunque no haya nada relacionado con el tema primario, sí tiene un poquito que ver con el que termino lo anterior. Pero lo que sí tiene que ver es en lo tocante a: "Tienes el acierto de despertar memorias" que tú me atribuyes al comienzo de tu escrito.

Y los sueños: cine son.

En tanto que duermes, te miro, pienso y sueño.
¡Ay, qué daría yo por un sueño tuyo!
En tanto, que al dormir sonríes, iluso me siento.
¡Ay, que el mundo daría yo, por estar ahí dentro!

Si yo fuese tu dueño…, sueño... y pienso.

AdriPozuelo (A. M. A.)
Villamanta, Madrid
28 de octubre de 2008

Feliz año para ti también y que lo pases lo mejor que puedas, o se pueda, en compañia de familiares, amigos y, o allegados.
Saludos ... (ver texto completo)
Sentida y honda trancripción de emotiva despedida, libertad; muy bonita poesía.

Me ha recordado esta que compuse a Cádiz y a "su mar", dedicada a una amiga de otro foro en el que me muevo desde hace años. ¿Y por qué no puedo dedicártela a ti, en este y en este momento, por tu peoesía, por haberme recordado la mía y porque me parece bien?
Pues quede dedicada.

A CÁDIZ

Años ha que por allí estuve,
no viendo, sino admirando
cómo a los buques cargando, ... (ver texto completo)
Si por un suponer, suponiendo,
que lo escrito por otro extenso,
por demás que explique no entiendo,
¿Cómo es que al ser corto, escueto,
de pocas palabras el cuento,
no capto el argumento
y por más que lea no comprendo?

Con pocas palabras hay compendio
de historia larga en un trecho,
que aun corto, queda hecho
pues si al explicarlo lo alargo,
a la postre no gusta, queda feo. ... (ver texto completo)
DE UN HILO

- ¿Desde cuando llevas aquí?
- ¡No lo sé! El coche no funciona, creo que desde ayer.
-Tienes una herida en la cabeza. ¿Te duele?
-No
- ¿Hacia dónde te dirigías y de dónde venías? Pues con los garabatos que han marcado los neumáticos en el asfalto, no hay forma de saberlo.
-Iba hacia Sepúlveda, a pasar la Navidad con mi familia, venía de Madrid.

El hombre no dijo nada. No hubiese sabido que decirle, pues justo ayer había sido día de Reyes. ... (ver texto completo)
Bueno, pues aquí te la mando: martinadrian@hotmail. es
Me gusta.
Se capta bien el ambiente con tan preclaras imágenes.
Saludos
Calle Mayor, Madrid, en la esquina con Sol, la pastelería La Mallorquina.

¡Ah, el cine Pleyel! Calle Mayor, nº4 o 6 que no lo recuerdo bien, pero muy cerca de un escaparate ante el cual me paraba varias veces al día, admirando las delicias que allí se exponían, en lo que se me hacía la boca agua. Para secarla, la mayoría de las veces pasaba y me compraba algún bollo o pastel y me lo iba comiendo camino de la boca del metro -salida a la calle Mayor-, entre ésta y Arenal, frente a la casa de La ... (ver texto completo)
VÍSPERAS (2ª parte y final)

En el asiento se reproducían dos cacerías, al parecer de zorros en una mitad y en la otra una de ciervos, con sendas jaurías o realas de perros y con varios jinetes en pos de sus presas tras de éstos, armados de escopetas con largos cañones. El frontal del asiento se componía únicamente de dibujos orlados.
El “segundo escalón bonito” –denominados así por los chicos-, se encontraba adosado a la pared exterior trasera del “hotel de los señores”, frente a los lilos que mediaban entre éste y la reja de la valla perimetral de esa zona, que junto con los muros de otras y sus dos puertas, completaban el cerramiento de la finca.
Este banco era más vistoso que el primero –en cuanto que poseía más colorido-, no así en lo artístico, aunque sus filigranas y orlas estaban muy bien diseñadas, delineadas y distribuidas, tanto en el centro como en los laterales de los azulejos. Sus cenefas eran de un tono marrón claro y anaranjado, al igual que la del mosaico central del respaldo. Este representaba unos pasos del quijote, encuadrados en diez y seis azulejos a modo de aleluyas, con letanías escritas al pie de cada una, con imágenes y letras en relieve y a todo color. Tanto el contorno del mosaico como el asiento, estaban cubiertos por orlas de varios colores y en ligero relieve apenas perceptible a la vista, siendo notable únicamente al pasar la palma de la mano sobre ellas.
El frente del asiento estaba cubierto de llamativos jarrones con vistosas flores y por orlas como las anteriores, cubriendo el espacio desde estos hasta las cenefas, aunque sin llegar a estar juntas, dejando ver entre ellas un fondo entre amarillo y ocre. Esta parte del posadero era lisa, habiendo pintado los dibujos en la loza directamente y esmaltado sobre ellos. A los lados del banco había dos poyetes cuadrados, cubiertos por molienda fina de piedra, los que servían de reposabrazos y mesas de servicio.
Tras decidirse, salió corriendo para poder acaparar todo lo que le hacía falta antes de que anocheciera, ya que a las seis de la tarde no vería lo que hacía. Recogió tablas, palitos, ramitas, piedras, cantos rodados, trozos de ladrillos, musgo y paja, así como algunas rasillas enteras, de las que tenía apiladas su padre allí cerca para, cuando pudiese, arreglar el invernadero.
Cuando tuvo todo junto al banco, tomó varias paladas de arena y cubrió el asiento con ella, extendiéndola con las manos. Montó unas tablas en forma de pesebre, atándolas con bramante que había cogido del recipiente donde su padre guardaba los útiles para el arreglo del calzado y lo colocó sobre la arena, ante el rincón formado por las paredes de la izquierda y de frente, cubriéndolo con ramitas, pajas y musgo alternativamente.
Colocó acá y allá unos trozos de rasilla, a modo de casas, a los que previamente había dibujado, con sus pinturas, unas ventanas y una puerta.
Puso sobre la arena unas rasillas de plano, a partir de cada lado del pesebre y junto a las paredes, colocando sobre ellas piedras de varios tamaños, cubriendo todo el conjunto con más arena, colocando encima, como colofón de “las montañas”, algunos trozos de musgo oscuro y fino, sobre todo tapando huecos que quedaban entre los bordes de las rasillas y las piedras.
Con el canto de la mano separó en dos zonas el suelo de arena, serpenteando entre unas casas y el pesebre, creando un ancho surco irregular en anchura, de modo que su fondo fuese el color azul claro de algunos de los azulejos, simulando el agua del cauce del “río”.
Seleccionando las piedras que había recogido en el arroyo que pasaba cerca de su casa, el de Las Cárcavas, así como cantos rodados de ladillos, redondeados e informes debido a la erosión del agua, fue apartando los que, para él, tenían forma humana de los que la tenían de animales. Los que no les veía la similitud deseada, les veía que podían ser una mitad, complementando la otras con otras piedras a las cuales les veía el complemento perfecto, y claramente. Al igual que a las casas, las pintó con sus pinturas.
A las que “dio forma humana”, les dibujaba los rasgos faciales y les pintaba vestimentas. A las que “creó” como animales, les dibujó ojos, hocico, rabo y boca, pegándoles hojitas a modo de orejas y palitos a modo de cuernos a otras cuantas.
Montó unas ramas a modo de vayas de corral y las puso esquinadas al fondo del pesebre. Rellenó de paja los rincones resultantes y colocó sobre ella “una mula” en un extremo y “un buey” en el otro.
Tomando una piedra más plana que las otras, de forma rectangular, bordes redondeados, plana en una cara y cóncava en otra, la pintó de ocre y la dibujó cuatro patas. La colocó en el medio del pesebre y puso sobre ella unas pajitas. Cogió una “figurita” que semejaba un niño sonrosadito y la colocó sobre “la cuna”. Tomó dos figuras, una femenina en actitud oratoria y otra masculina y barbuda con un cayado pintado en una mano y los colocó a ambos lados de la cuna, quedándose mirando, un momento, la composición de la familia compuesta por “su Virgen María, su San José y su Niño Jesús”.
Colocó unas “lavanderas” a la vera del río y “unos pastorcillos con sus ovejitas” esparcidas por “la campiña”. Montó un puente con una tabla y palitos atados entre sí y lo colocó sobre el río, dejando sobre él “un Rey Mago” montado en “un camello”, colocando los otros dos “Reyes Magos” próximos al primero y en actitud de seguirle, montados en “sendos camellos” de cantos rodados, muy apropiados para ese cometido y ocasión.
De unas ramitas de lilo confeccionó unos diminutos “árboles”, pinchado, en las puntas de las ramitas más finas, trozos de cáscara de mandarina simulando estos frutos. También esparció menudencias que había hecho de las mondas, por algunas partes de “las montañas”, entre el musgo que había dejado sobre ellas y a rodales sobre la arena, semejando la campiña donde pastaba el rebaño, y sobre las piedras que había colocado aquí y allí a libre albedrío.
Tras ciertos retoques y recolocación de figuritas, confeccionó un cometa con cartón y lo recubrió con papel aluminio, colocándolo después sobre el tejado del pesebre, apoyando sus extremos en las paredes del rincón. Ya tenía “Estrella de Belén” su “nacimiento.
Dio unos pasos hacia atrás y se quedó contemplando su obra unos instantes, quedando satisfecho con su trabajo.
Se fue a casa a decir a su madre y hermanos lo que había hecho, a darles la buena nueva de que ellos también tenían “un nacimiento”, ya anocheciendo, viendo que al llegar ya estaba su padre allí y él no se había enterado.
Tomaron la linterna que usaban cuando tenían que salir de noche al jardín y se fueron todos a ver el belén. Al llegar frente a él se quedaron en silencio, rompiéndolo la madre para decirle que había tenido muy buena idea, al igual que la intención, aunque el resultado fuese algo confuso. Sus hermanos comenzaron a reír al oír esto, criticando lo estrafalario de los árboles y diciendo que “un belén no tiene árboles así”.
Tampoco tiene las figuritas así –pensó él-, lo que les pasa es que tienen envidia, porque ellos no saben hacer uno.

AdriPozuelo (A. M. A.)
26 de diciembre
Sacedón ... (ver texto completo)
VÍSPERAS (1ª parte)

Pozuelo de Alarcón
Diciembre de 1957

Llegaba la Navidad. El día 22, o sea ayer, había estado escuchando el Sorteo de Navidad, así como todos los vecinos, difundido durante toda la mañana por todas las galenas y por aquellos aparatos semejantes a éstas, solo que algo más pequeños, que algunos llamaban aparatos de radio –“las arradios” del decir popular-, semejante al que había en su casa; una cajita de madera barnizada, con un “botón” a cada lado de una franja de cristal ... (ver texto completo)
¡FELICES FIESTAS A TODOS!

Que lo paséis bien y que nos "veamos" por aquí de nuevo pasadas éstas.
Boca del Infierno, Embalse de Entrepeñas, Sacedón, Guadalajara; en medio del entorno idílico natural que es La Alcarria.

Muchas gracias Carmen: un placer.
Pues sí que me encanta tu tierra y te digo lo mismo que a libertad, que tengo pendiente de hacer la ruta en la que pilla tu pueblo, el natal, segun te leí que es uno, y el de residencia que creo es otro.
Ya "charlaremos" más en otro momento, pues hemos de emprender viaje, no muy largo pero viaje al fin y al cabo.
Deseo que pases unas felices ... (ver texto completo)
La cerveza argentina: ¡Cómo me gustaba!

Hola de nuevo, amigo Balder. (prefiero llamarte así, pero si no te parece a ti, te llamo por el nombre y no por el diminutivo)
No comprendo el encabezamiento de tu escrito: yo no he nacido en Córdoba, nací aquí en España. No sé si es confusión tuya, que yo me expliqué mal, o que no te he entendido ahora; te pido disculpas.
Mi mujer continuó con el poema y en cuanto comencé a leérselo me dijo el nombre del autor. También me dice que ella es "hincha" (lease ... (ver texto completo)
Estas son cosas de Argentina que no se olvidan: mate y pan criollo. ¡Qué ricos!

Hola Balder.
Aquí tienes un amigo, sí, pero no cordobés. Soy de la provincia de Madrid, de España claro, y lo que te ha podido llevar a confusión es el ver la foto y la fecha y lugar donde compuse el relato.
Lo escribí, al igual que otros cuantos, estando en Argentina por aquellas fechas, en el segundo viaje que hice por allá.
Estuve hospedado en Córdoba, en la casa de la que hoy es mi mujer. Nos vinimos para España ... (ver texto completo)
Iglesia de los Capuchinos, Córdoba, Argentina.

HISTORIAS CRUZADAS: Un porrón de años

Nada menos que..., dejémoslo en taitantos, años que han pasado. Nada menos y nada más, desde aquello.

Soñaba con eso de día. De noche, al menos dormía. No a pierna suelta, pues nunca lo había hecho y ahora menos lo iba a hacer, ya que contra más mayor, más necesitas tener, tanto tus piernas, como la cabeza en su sitio. De lo contrario, te volverías loco e irías dando tumbos por ahí; por la vida.

Una vida ... (ver texto completo)
Llueve

Detrás de los cristales llueve y llueve…: se repetía en mis oídos una y otra vez.
No podía quitarme de la cabeza la balada de Serrat. Desde que había comenzado a pasar por las páginas de los distintos “hilos” del foro, sobre todo desde el primero y la primera hoja en especial, sentado frente al ordenador, la melodía cabalgaba sobre mi “silla turca”. Desde allí, las notas de música llegaban a través del nervio auditivo a los vestíbulos y apoyándose con fuerza en los estribos, se transmitían ... (ver texto completo)
Bueno, no solamente podría decir de este, sino del anterior, y del anterior, y del anterior, y así podría estar mucho tiempo escribiendo; así que te digo que me gustan todos tus escritos y terminamos antes.
Felicidades.

La parte que queda de la catedral inacabada de Tendilla.

Saludos.
Pues me alegro que haya salido bien lo de tu sobrina, al menos que algo sea bueno, no?
Ya me dirás si tu pueblo es alguno de estos, que son los que veo a la vera del río, camino de Brihuega: Romanones, Vallehermoso de Tajuña, Tomallosa, Archilla o Santa Clara, que son los que veo en el mapa cercanos al río, en línea con Brihuega, aunque los tres últimos ya están cerca de ahí.

Dejo una foto de Tendilla: unos soportales en la calle céntrica, antigua carretera, cerca de la plaza.
Saludos